Subidón de audiencia el que tuvo anoche la retransmisión de la gala de los premios Goya, que por primera vez se emitía sin publicidad. Con un 26,4% de share, TVE se llevó la noche de calle, logrando convertir un espectáculo muy criticado y poco seguido en los últimos tiempos, en algo llevadero y entretenido. La mayor parte de las informaciones sobre esta mejora de la audiencia apuntan a que se debe a la ausencia de publicidad, que ayudó a seguir la gala sin los riesgos del zapping y permitió que la audiencia se fuera a dormir a una hora razonable. Si bien esto fue sin duda un punto muy importante a la hora de recuperar la atención de los espectadores, creo que no debemos dejar de lado unos cuantos detalles más que sin duda ayudaron a que el público se reconciliara con los cineastas.
Por una parte, Andreu Buenafuente, que no era la primera vez que llevaba las riendas de unos premios, pero que sin duda era uno de los principales atractivos, no sólo por su habitual buen hacer, sino también por dotar de personalidad televisiva a una retransmisión que busca precisamente eso, ser atractiva en televisión para quienes no se han puesto el traje largo y los tacones. Bien por Andreu y cuidadito con Pocoyó, que demostró ser un firme candidatos a robar planos en las galas. La aparición de Rosa María Sardá en los últimos minutos de la ceremonia como una unión entre pasado y presente fue un buen punto de los creadores del evento.
Por otra parte, el sanísimo ejercicio de reconciliación general que el nuevo director de la Academia quiso hacer y que supuso la eliminación de las referencias políticas en los discursos de presentadores y ganadores, la ausencia de referencias a la piratería en un año en el que se ha visto más cine español que nunca, la mención a las cadenas de televisión que han co-producido la mayoría de las películas más exitosas (pese a que también se pidiera una mayor implicación económica en el propio discurso del Presidente) y la aparición de un Almodovar que había roto con la Academia hace años y que invirtió más tiempo en justificar su presencia que en dar el premio grande de la noche a Celda 211.
La rivalidad entre Ágora y Celda 211 también logró dar ritmo a la gala, convirtiéndola en un toma y daca más propio de una competición deportiva que de una entrega de premios. Hasta tal punto estaban igualadas las cosas que, a falta de un único premio , el de mejor película, ambas cintas tenían siete Goyas, aunque los de Ágora eran más técnicos y los de Celda 211 más «artísticos». Esto es algoq ue no puede planearse, pero sin duda se sumó a la emoción de la noche como en el mejor de los guiones.
Personalmente, he de reconocer que aguanté toda la gala gracias a mis amiguitos de Twitter, que lograron hacer aún más ameno este lavado de cara de los premios del cine español. No creo que la presencia de herramientas online para comentar la retransmisión haya supuesto hoy un incremento de su audiencia, pero si estoy segura de que es una tendencia que mejorará la experiencia general de los espectadores de este tipo de programas en un futuro cercano. TVE también lo cree y además de ofrecer la gala en directo en su página web (permitiendo ver el fútbol y los Goya a la vez) ofrecía la posibilidad de comentarla a través de Facebook.
Y por supuesto, no podemos olvidar lo que hoy ocupara más tiempo en las televisiones, la presencia por vez primera en España de Penélope Cruz y Javier Bardem juntos en un acto, algo que para muchos será una tontería, pero que no debemos olvidar juega a favor de la gala y del programa televisivo que conforma, generando interés , curiosidad y atención en muchos telespectadores que suman a ese share estupendo que ha conseguido la gala este año. Si se trataba de hacer una película con grandes estrellas y sorpresas, que dejara contentos a casi todos y no molestara a nadie, Alex de la Iglesia merecería el Goya al mejor cambio de rumbo.
Sin duda, Buenafuente se lució y bordó la ceremonia (por cierto ¿ya había presentado los Goya? He creído entender eso en tu post, pero creo que no es así). Por fin los académicos descubren el secreto para que la gala vaya sobre ruedas: hacer que la presente un presentador (y no un actor/actriz)
El único fallo: haber contratado a un intérprete para que tradujera al público los discursos de varios de los premiados.