Me habían dicho que tenía que ver a Lidia Lozano en el especial 100 programas de Sálvame que se emitía ayer, pero estaba fuera y no pude verlo. Esta tarde me lo han recordado y he tenido ocasión de ver la redifusión que del programa del día anterior hacen en La Siete y, en estos momentos, con el programa ya terminado, tengo resaca, dolor de cabeza y casi un ataque epiléptico, como si hubiera estado en la fiesta after hours más brutal de los últimos años.
Sálvame es quizá uno de los mejores programas de televisión del momento (madre, lo que he dicho). Esto no significa que sea un programa dignificador de la profesión televisiva, ni que deba tener premios por un tubo, ni exportarse a todos los paises del mundo, ni mucho menos ser un programa que todos en casa deberíamos ver pero, para todos aquello que piensan que la televisión es entretenimiento, Sálvame es sin duda un ejemplo.
Se que os váis a echar todos encima a decirme que vaya porquería, que como puedo defender un programa así, que es pura telebasura y que debería estar retirado de la parrilla hace tiempo por incumplir el código de autoregulación en cada entrega, por atacar indiscriminadamente a mucha gente y por mil cosas más y seguramente tengáis razón pero, en términos televisivos, es brutal. Un extranjero que viniera a España y viera Sálvame sin entender ni palabra de lo que dicen, seguramente se quedaría enganchado a la televisión durante buena parte del programa.
Los colaboradores se mosquean, hablan mal unos de otros, traen sus libros de cabecera y sus fetiches, cantan como el culo, bailan los tonos aun peor, meriendan en antena, contestan y llaman por teléfono y a cada rato se salen de plató para pasearse por los pasillos, los camerinos e incluso los baños, paseo que es siempre acompañado por una cámara. Tan imprevisible es el lugar por el que van a pasar, que a cada rato vemos a los técnicos huyendo del presentador para evitar salir en cámara y convertirse en una pieza más de esta locura. Y todo ello sin que los planos sufran, con el realizador siempre atento a lo que va a ocurrir, como una coreografía perfectamente ensayada.
Y el presentador está en su salsa, consciente de que el programa que está haciendo no es un Cifras y Letras, pero encantado de la vida, sin complejos, a muerte con lo que sabe hacer y sabiendo sacar el máximo partido de ello. No me cae bien Jorge Javier, pero debo admitir que lo hace muy bien.
Sálvame no empezó bien, parecía un intento de volver a los tiempos del tomate pero mal hecho, con la maldad por delante y sin justificación. Hoy en día, ha derivado en un programa histérico, completamente delirante, donde los frikis de antes que daban vida a este tipo de programas han sido sustituidos por los propios colaboradores, que no tienen inconveniente en dejarse atacar, ser vestidos de forma ridícula o hacer las más absurdas tonterías por el bien de la audiencia y de ellos mismos. Así, están consiguiendo datos de share en torno al 20%, algo que hoy en día es muy difícil de conseguir.
Sobre los contenidos podemos discutir, y seguramente lo hagamos poco porque estaré de acuerdo con todas las críticas posibles pero, sobre la forma y la capacidad de entretener a bajo coste (supongo), durante más de 20 horas a la semana, me temo que poco podemos atacar. Ahora bien, si esta es la clase de televisión que queremos o no, ya es otra historia.
Qué duda cabe que ese programa es el mejor exponente de la televisión de nuestro tiempo y un «caso de éxito», pero…¿Quién nos salvará a nosotros del estercolero catódico? ¿La TDT? ¿Internet?…¿La lectura? ¿Ir al cine o al teatro?…