Pekín Express y De patitas en la calle, dos realities opuestos que se verán barridos por Gran Hermano el próximo domingo. Esa es una de las primeras conclusiones que pude sacar anoche tras ver dos de las ofertas que Cuatro y La Sexta ofrecen en su programación nocturna, en esta guerra por la audiencia en la que ambos compiten de forma mucho menos estresada que el resto de sus competidores, pero que no por ello deja de ser importante, tanto para la evolución futura de su parrilla como para la construcción de la personalidad de la cadena.
Y es ahí donde por una parte Pekín Express responde a las expectativas que Cuatro siempre ha intentado transmitir al espectador, una cadena que puede emitir programas de tele-realidad pero que siempre buscará ir más allá del puro morbo y la bronca. Así, nos ofrece un programa de aventuras, donde los concursantes deben buscarse la vida para llegar a las distintas metas geográficas planteadas, para dormir, para comer y todo con unas dificultades añadidas como no hablar el idioma, no disponer de dinero o no llevarse bien entre ellos. El primer programa pecó de falta de ritmo y de cierto parecido en las historias ocurridas a cada una de las parejas, fruto quizá de unas reglas que no favorecen la diversidad. Tampoco ayuda que la eliminación de las distintas parejas concursantes sea fruto del órden de llegada a destino y no de las simpatías que despierten entre el público o sus propios compañeros, algo fundamental en un reality y que ayer habría hecho perder muchos puntos a uno de los concursantes quién, después de ser recibido en casa de unos rusos tremendamente hospitalarios, aun tuvo la desfachatez de robarles comida. En cualquier caso, lo que se juzga aquí es la capacidad de sobrevivir y superar las etapas de la gran gynkana y en eso estamos.
En el otro extremo de la definicioń de reality, De patitas en la calle nos muestra lo peor del género, tres horteras malcriados conviviendo entre cuatro paredes, saliendo a trabajar para supuestamente enfrentarse a las tareas que más aborrecen (cargar pescado en MercaMadrid, doblar ropa en una tienda, hacer de camarera en un restaurante o bar de un hotel) y sus padres comentando lo orgullosos que están de sus niñatos, cuando en realidad creo que son ellos los que deberían estar encerrados aprendiendo a educar a sus churumbeles. Y encima se atreven a dejar entrar a las cámaras a la habitación de los hijos para mostrar la pocilga que es aquello, algo que si estaba exagerado para dar dramatismo a la escena, era todavía más lamentable, pensando que una madre permitiera dar esa imagen de su hija sólo por unos minutos de gloria en televisión. Verdaderamente triste.
En definitiva, para aquellos que hablan de reality como sinónimo de telebasura, ayer tuvimos la prueba de que todo formato televisivo puede hacerse de muchas maneras… y el domingo probablemente tengamos la prueba de que todas esas maneras no consiguen superar el enganche que en este país tenemos con Gran Hermano (solo por esta semana, luego lo pasan al martes).
Pekin Express es terriblemente aburrido, de las dos horas que dura sobran una y media, y su casting está evidentemente pensado para ofrecer todo lo que aborreces en un reality. Y en cuanto a GH, la semana que viene veremos a cuál de los dos programas le afecta más su presencia.