Este verano está siendo, con diferencia, uno de los peores veranos a nivel televisivo de los últimos años. Después de una buena temporada en la que las cadenas no abandonaban sus parrillas durante los meses de julio y agosto y aprovechaban para emitir proyectos relegados a un cajón o series extranjeras bastante decentes, pero poco competitivas para la dura batalla del prime-time regular, nos encontramos de pronto con un verano perdido.
Afortunadamente, y a diferencia de aquellos años en los que la oferta estaba limitada a «lo que ponían en la tele», hoy tenemos oferta de sobra en las distintas plataformas de vídeo y, aunque acabemos viendo cosas que no pasen del aprobado raspado, la percepción de abundancia es innegable y esos aprobadillos que terminamos por completar de principio a fin, no nos dejan un poso tan frustrante como lo habrían hecho de ser emitidos en la televisión tradicional, pues aquí la decisión de seguir con ellos la tomamos nosotros y no un departamento de programación buscando optimizar audiencias e ingresos publicitarios.
Es así como he terminado viendo la temporada completa (8 episodios) de Amigos de la universidad, una comedia entre amarga e histérica sobre un grupo de amigos de mediana edad que, 20 años después de haberse graduado, siguen siendo grandes amigos y prácticamente igual de inmaduros, especialmente cuando se juntan. La serie arranca con la vuelta de una de las parejas a NY, donde reside el resto, decisión que trastocará la vida del grupo por muchos motivos.
Quizá el principal atractivo de la serie sea volver a ver a Cobbie Smulders tras el final de Cómo conocí a vuestra madre, en una serie centrada también en un grupo de amigos, aunque en este caso no sea todo tan cuqui como lo era en la comedia de CBS. Porque, aunque esté catalogada como comedia y la duración de sus episodios sea de 30 minutos, esta es la clásica historia de risas que ocultan historias lamentables de gente insatisfecha con su vida, que no madura y que no hace más que tomar malas decisiones una detrás de otra. Una comedia que no llega a ser comedia, con crisis existenciales sobrevolando todo lo que les pasa a unos y otros y una a menudo insoportable intensidad y exceso de histrionismo que resultan agotadores.
Una serie que en la televisión tradicional nunca hubiera buscado en parrilla, una serie que con un número indeterminado de episodios no hubiera aguantado pero que, sin embargo, así presentada, logra que la vea entera, aún no pasando del aprobado raspadito. Prescindible.
antes no teníamos ni netflix ni hbo ni las plataformas para ver los contenidos de la tele donde estemos y eso se nota en la programación no sólo del verano sino de todos los momentos vacacionales