Hace ya tiempo que no comprendo cómo algunos programas de televisión son capaces de mantener determinados cebos sin que se les caiga la cara de vergüenza o sin sentirse francamente ridículos. Es cierto que estos programas no son ejemplo de grandes informativos o formatos que presuman de estar a la última en información, más bien al contrario, son especialistas en dar vueltas sobre los mismos temas durante semanas, pero un poco de amor propio no les vendría mal. Y hay en todas las familias.
Uno de los ejemplos más claros lo tenemos con el incombustible Sálvame, capaz de estar desde las cuatro de la tarde hasta las ocho menos cinco cebando una noticia que cualquiera que haya estado en internet un ratito, paseando por algunas redes sociales, sabrá desde primera hora de la mañana. No consigo recordar ningún ejemplo concreto en este momento, pero se cuentan por decenas las veces que he visto algún tuit con una noticia sobre el mundo del corazón que luego ha sido motivo de intriga durante toda la tarde en el programa para, en el último momento, deslizar como gran información de última hora. Sí, es cierto que damos por sentado que los espectadores de Sálvame no deben ser precisamente los más informados del panorama nacional, pero no hace falta que estas noticias copen informativos o portadas de prensa. Yo supongo que la audiencia de Sálvame, en su propia dinámica de seguir el mundillo rosa/amarillo, frecuenta páginas web de cotilleos, famoseo o incluso siguen en redes sociales a los protagonistas de estas noticias y los periodistas que les siguen (de dónde si no, van a sacar ellos esas cifras de seguidores), haciendo de muchas de estas grandes revelaciones un secreto a voces.
Peor es lo que ocurre en los programas matinales, que abordan noticias algo más relevantes para la opinión pública general, noticias luctuosas, truculentas o grandes robos y delitos que son cubiertos durante horas cada semana, pero que también ocupan portadas de medios generalistas, haciendo que los ganchos sean más complicados para el espectador medio, más informado. Esta reflexión, que parece lógica, no debe utilizarse en las redacciones de los magazines, ni tampoco en la dirección de los programas, que no solo ignoran la capacidad de sus espectadores para estar al tanto de las últimas noticias en torno a los casos que tratan, sino que ponen en duda su capacidad para leer lo que aparece en pantalla. Me explico con un ejemplo de esta misma mañana: en Espejo Público tratan por enésima vez el caso de Paco Sanz, el presunto timador de los miles de tumores que ayer mismo salía de la prisión preventiva en la que se encontraba. Mientras comentan los últimos detalles en torno al caso, uno de los colaboradores se pone intrigante y nos hace saber que una mujer muy cercana a Sanz ha sido detenida, una mujer que en breve nos contarán quién es. Uy, qué intriga ¿será su madre? ¿será su hermana? ¿su mujer? ¿una amiga? preguntas que suponen deberían despertarse en los espectadores y mantenerlos atentos a la pantalla pero que, desde media hora antes del cebo ya han tenido respuesta, toda vez que llevamos un mínimo de treinta minutos viendo pasar por delante de nuestros ojos la información de que la novia del protagonista ha sido detenida. Cierto es que, de la manera en que estaba redactado el titular, habría venido bien tener conocimientos de egiptología para descifrar lo que el redactor quería decir, pero la identidad de la detenida quedaba meridianamente clara: era la novia de Paco Sanz.
Aunque el segundo me parece un caso mucho más absurdo, ambos parten de la misma teoría: que el espectador es bobo y no solo no se informa de las cosas fuera de los programas de televisión en cuestión, sino que además no atiende o no sabe leer. A mí me daría vergüencita tratar así a mis seguidores, pero ellos verán.