El estreno anoche de la serie histórica, esta sí, Lo que escondían sus ojos, no puede venir más a cuento de lo que precisamente escribía en mi post de ayer al respecto de esa demanda de contextualizar también las series de época y no solo las que versan sobre contenidos estrictamente históricos. El caso de esta serie es muy bueno para ejemplificar, pues bien podría haberse centrado únicamente en la historia de amor de Serrano Suñer y Sonsoles, ignorando cuestiones históricas como la segunda guerra mundial y la implicación de España en ella, o más bien deberíamos decir la no implicación, el carácter de Franco y su mujer, la hambruna y el racionamiento que afectaban al país o las labores de espionaje a todos los niveles que trufaban las altas esferas de la política y la alta sociedad española. Evidentemente, no habría sido lo mismo, pues es complicado obviar la importancia de todas estas cuestiones si se quiere contar bien la historia que, aún teniendo una fuerte carga de pasión prohibida, casi suficiente para componer una miniserie, basa su interés en la biografía real de sus personajes.
Una vez claro que el contexto histórico es tan protagonista en esta historia como lo son sus personajes, nos encontramos con la inevitable polarización de una audiencia a la que es difícil sacar de su propio contexto, una audiencia que en este caso ha levantado la voz para quejarse de la humanización del personaje del dictador Franco y su cuñadísimo, a los que solo conciben ver desde un punto de vista, el del que detesta a un dictador y sus políticas, y no desde el de aquellos que los conocieron y convivieron con ellos y que no veían los mismos monstruos. No se trata aquí de adornar sus figuras ni de cubrirlas de un halo de glamour, como se ha dicho, sino de mostrarlas como las veían los que estaban a su alrededor en un momento determinado de sus vidas, los que convivían con ellos y apoyaban sus teorías, los que pensaban que su política nos libraba de pasar por otra guerra innecesaria, sin mirar a las calles de Madrid en las que la gente moría de hambre, los que les amaban incondicionalmente o por puro interés. La serie no intenta convencernos de nada, solo trasladarnos la visión de unas personas que, desde su privilegiada tarima social, veían la vida de otra manera. La serie no apoya ninguna tesis ni intenta adornar la historia, solo utiliza un punto de vista, el de los protagonistas, que resulta ser mucho más benevolente que la realidad, pero imprescindible para comprenderla.
Consideraciones históricas aparte, creo que la serie falla estrepitósamente en su conjunto, que es lenta, aburrida y que sus protagonistas ni tienen química ni interpretan bien. Sí, son unos bellezones impresionantes, pero me resultan fríos y poco convincentes y nada en su primer encuentro me hace sentir la pasión irrefrenable que se les supone, nada en la manera en que se comportan o en la edición final tiene la carga sexual que debería, ni ese primer encuentro carnal me puso un solo pelo de punta. Y si en una historia como esta eso no pasa, el conjunto se cae en pedazos.
Lo que escondían sus ojos es visualmente bella, aunque tampoco he podido evitar recordar aquellas palabras del Velázquez de El ministerio del tiempo criticando el exceso de luminosidad de las series españolas. La elección del vestuario es maravillosa, la majestuosidad de las localizaciones es inapelable y algunas de sus interpretaciones destacables, como la de Javier Gutiérrez en el papel de Franco o la de Emilio Gutiérrez-Caba en el del Marqués de Llanzol, aunque en la elección del reparto quizá se haya pecado de un exceso de caras conocidas que dificultan su identificación con personas reales. Es un equilibrio tremendamente difícil de mantener, por muy buenos que sean algunos de los actores elegidos para los papeles, que lo son y lo hacen bien, pero cuesta olvidar a Satur cuando vemos a Franco, sobre todo si aparece casado con Cata, o a Mateito, tan unido a de la Riva, cuando vemos a Balenciaga, incluso a Macu cuando vemos a Matilde. Como digo, es muy complicado encontrar la medida justa entre personajes populares que incrementen el interés de la audiencia por la serie, le den peso y un relativo anonimato que permita identificarlos solo y exclusivamente con el personaje que interpretan, especialmente cuando se trata de personajes históricos.
Quizá el problema aquí no sea tanto la elección concreta del reparto de secundarios como el conjunto de elementos que, siendo claramente imperfectos, nos hacen fijarnos más en otras cuestiones que deberían pasar desapercibidas. Y los protagonistas que, definitivamente y en mi muy personal opinión, son el principal defecto de la serie.
La empecé a ver con muchas ganas, pero a los 25 min. la tuve que dejar de ver porque me aburría soberanamente.