Muchos son los programas de televisión que han utilizado a los personajes famosos para potenciar su interés o, simplemente, para hacer de ellos y su presencia el principal motivo de interés para la audiencia. Los han puesto a bailar, los han encerrado en una casa, los han mandado a sobrevivir a una isla desierta, a hacer imitaciones de grandes cantantes e incluso los han puesto a tirarse de unos trampolines a varios metros de altura. Actividades muchas de ellas con suficiente interés por sí mismas como para conformar un producto de entretenimiento suficientemente atractivo por sí solo, pero cargadas de gancho si quienes intentan demostrar su talento o talante son viejos conocidos de los espectadores.
Así, los formatos con famosos resultan ser tanto más exitosos cuanto mayor es el atractivo intrínseco de aquello que tienen que hacer, al margen de la familiaridad que suponga ver a caras conocidas haciéndolo. Por eso, la supervivencia en una dura isla desierta siempre será más fácil de vender que los saltos en trampolín, como también lo serán las imitaciones de cantantes frente a los bailes de salón.
Nos encontramos así ante una aritmética muy sencilla en la que lo principal es la base del formato en sí mismo que, añadido a una buena y cuidada producción, ya proporciona un resultado notable y donde las caras famosas son solo el añadido novedoso o refrescante. Luego la audiencia caprichosa o la contraprogramación pueden dar al traste con la más elemental de las sumas, pero eso ya entra en el capítulo de lo ingobernable.
Con todos estos elementos en mente es con lo que arranca la nueva edición de Masterchef en TVE, un programa de cocina que, después de ser un éxito con personajes anónimos y luego con niños, se anima ahora a juzgar a algunas celebrities y sus dotes culinarias, sin cambiar un ápice de su esencia, esa que ha llevado al programa a convertirse en un pilar seguro de la programación de la cadena pública.
La única diferencia entre este Masterchef que se estrenó el domingo y ahora pasa a los martes, y las entregas que hemos visto hasta el momento, es el número de concursantes y por lo tanto la duración de la temporada, que se ha visto reducida a nueve entregas. Por lo que respecta a la estructura, nivel de exigencia, pruebas y dureza de los jueces, parece que todo es exactamente igual a lo que estábamos ya acostumbrados y por eso no es de extrañar que la audiencia del estreno haya sido tan notable como las de las últimas temporadas. Al fin y al cabo, se trata de ver a gente amateur cocinando y lo que hacen antes o después de entrar en cocinas es casi irrelevante. El hecho de que en este caso se trate de famosos, solo nos permite avanzar en el relato de una temporada regular de Masterchef, situándonos en la cuarta o quinta entrega, cuando la edición del programa ya nos ha permitido tener nuestros favoritos y nuestros villanos. Aquí, no es necesario un trabajo de forjado de opinión pues, al tratarse de conocidos personajes de la sociedad y la cultura española, ya tenemos esas filias y fobias predeterminadas.
Para los participantes, que parecen algo sorprendidos por el hecho de estar siendo juzgados sin miramientos y con la misma dureza con la que se evalúa a cualquier otro anónimo concursando en el programa, es una manera no solo de ganarse el sueldo, también de divertirse y abrirse al público, una tarea a medio camino entre las relaciones públicas, el marketing personal y el puro trabajo frente a las cámara.
Desde mi punto de vista, solo hay una cosa que no funciona en el programa y no es exclusiva de esta temporada: su duración. Tres pruebas por entrega y una hora de duración en antena cada una de ellas hace que se pierda el interés, que se demore el ritmo y que nos vayamos a la cama a horas que no tocan. Y además sin necesidad, pues si no me equivoco la primera edición del programa era algo más concentrada. Yo no pido que se llegue al extremo de ofrecer dos pruebas en 45 minutos como hace la versión norteamericana, pero podrían perfectamente reducir el formato a dos horas y no pasaría nada. Nos harían a todos un gran favor.
Completamente de acuerdo, 3 horas son una barbaridad! Creo que nunca he visto un programa entero, siempre me acabo durmiendo. Menos mal que al menos me despierta mi pareja para ver los últimos, y más emocionantes, minutos.