El de la vuelta de la publicidad a TVE es casi un rumor recurrente, uno que pone los pelos de punta a los dos principales grupos de comunicación, que insisten en que no hay pastel para todos, uno que en varias ocasiones ya, y de nuevo ahora, ha partido de la Asociación de Usuarios de la Comunicación, que consideran indispensable este regreso de la financiación externa para mejorar la calidad de los contenidos e incluso despolitizarlos.
Mientras unos y otros juegan sus cartas, lo que parece en esta ocasión es que la propia cadena podría estar preparándose para esta vuelta, reeducando al espectador en la interrupción, una costumbre que ya habíamos perdido y que, si bien en un primer momento afectó seriamente a nuestras vejigas y hábitos alimenticios, ahora que ya estamos entrenados, supone un molesto cambio que no logramos entender.
Para una TVE pobre en resultados, los motivos que han llevado a un cambio de estructura en la emisión de los contenidos de la cadena pública me resultan inexplicables, aunque puede ser que alguna mente pensante haya creído que esto favorece el conocimiento del producto, que el problema de la cadena es falta de comunicación y que la mejor manera de solventarlo es interrumpiendo lo que la gente ya está viendo para recordarles que puede seguir viendo otras cosas. Podría ser, pero a mí, cuando me han acostumbrado a ver las cosas del tirón, esto me parece innecesario y me molesta, especialmente cuando no puedo justificarlo pensando que, para que yo vea esos contenidos, tengo que pagar con mi atención a los anuncios.
Porque ¿qué sentido tiene por ejemplo que en la web de TVE haya promos en preroll en las conexiones con la programación en directo? Esto, sumado al hecho de que el lunes pasado la emisión online de La1 estuvo caída en sus primeros minutos, provocaba un efecto pernicioso: uno intentaba ver el concierto de OT y asistía con desazón a la emisión de una promo (que ya de por sí hacía que te perdieras unos minutos del contenido) y luego a la congelación de la imagen… y así hasta tres veces en mi caso particular, que supusieron que no pude ver el arranque del concierto y esa primera canción. Aún si la web no hubiera tenido problemas de sobrecarga, ese prerroll en un directo sobra. Es, por supuesto, mucho más corto que el mínimo de tres spots que te ponen en las webs de cadenas privadas, pero no es excusa.
Como tampoco entiendo que en las series que se emiten en el prime-time tengamos que tener esos cortes que, afortunadamente, están hechos por un ser humano aparentemente sensible, que espera a que acaben las escenas y las frases de los protagonistas y no por un mono de feria que aporrea la tecla cuando se aburre, haciendo saltar la pausa sin ton ni son. Pese a ello, sigue pareciéndome innecesario.
Y lo que ya pasa a ocupar el número uno de los cortes de publicidad o promoción incomprensibles es cuando en las mañanas hacen coincidir (intencionadamente o por no mirar) la pausa para promos con los cortes de publicidad de los programas de Ana Rosa y Susanna Griso. Ese momento perfecto para conseguir que la audiencia pase a TVE y se vaya encariñando con su matinal, con su presentadora, con sus colaboradores, van y aprovechan para meter promos. No ocurre todos los días, pero ocurre y esa es una oportunidad fallida de dar a conocer la programación que sucede en ese preciso instante, una que no levanta cabeza desde hace tiempo y que así, no lo va a poder hacer.
Esto son solo tres ejemplos de lo que en las últimas semanas he podido ver pasar en TVE, pero seguro que hay alguno más. Frente a lo habitual de los primeros tiempos de la cadena sin publicidad, que era la emisión de promos entre programas o el corte más o menos lógico en formatos directos de larga duración, asistimos ahora a una sucesión de interrupciones propia de los canales sustentados en publicidad. ¿Se está preparando al espectador para esa vuelta? Solo el tiempo lo dirá.