AVISO: SPOILERS-Esta entrada contiene información de las tramas del último episodio de Águila Roja. Lee bajo tu propia responsabilidad.
Después de ocho años de emisión, la serie de Globomedia y TVE Águila Roja se despedía ayer de los espectadores sin demasiada polémica. Este dato, que puede parecer irrelevante, no lo es, en un entorno, el de las series longevas de televisión, en el que es dificilísimo acertar, pues son muchas las expectativas creadas en torno a sus protagonistas tras tantos años, tras tantas horas de vida invertidas en una historia. A nadie escapa que es imposible acertar con un final que guste a todo el mundo, por lo que la principal aspiración debe ser la de no romper con la coherencia, la de al menos, no enfadar a todo el mundo.
Y así es como se ha despedido Águila Roja, acabando con la vida de uno de los principales villanos, uniendo en matrimonio a la principal pareja protagonista y con esa otra pareja malvada, a menudo tan protagonistas como los principales o incluso más, y a los que se permite seguir viviendo, castigados a soportarse mutuamente en ese amor que en muchos ha calado aún más que el de Gonzalo y Margarita. Es un final correcto y esperado, uno que, como decíamos ayer a propósito de Velvet, y a pesar de que esto no es una novela romántica, sino una de aventuras, cumple con un contrato tácito entre espectador y creador, uno en el que cualquier final que no incluya la felicidad de los sufridores protagonistas sería un drama. Y ojo, que podrían haber tenido la tentación de hacerlo y hubiera encajado en la trama y hasta hubiera dado mucho más que hablar que este otro final redondo, pero han resistido.
Este lazo que le han puesto a la serie no deja a ningún personaje sin su correspondiente despedida, incluyendo a Satur que, no siendo un protagonista sobre el papel, ha resultado ser el hilo conductor de la historia y uno de los personajes más queridos de la misma, relevancia que se le reconoce con su papel de narrador de ese cierre y esa frase-lazo con que se rubrica el episodio, la que afirma que «todas las épocas necesitan un héroe«. Pero, si hablamos de frases destacadas de este último episodio, las que más se han comentado son las que sellan el amor entre la marquesa y Hernán, esas «Te odio tanto que me voy contigo. Te quiero tanto que dejo que vengas.» Son unas frases ridículas pero, con un encaje tan bueno, que no podemos evitar que nos gusten.
No he sido yo una seguidora habitual de Águila Roja, por lo que me cuesta juzgar la serie en conjunto, de hecho creo que sería injusto hacerlo cuando apenas he asistido brevemente a algunas de sus tramas, lo que no me ha impedido disfrutar de esa recta final, lo que no me impide valorar el mérito que tiene estar en antena durante siete temporadas, ocho años por los que han pasado 118 episodios y, aún más, ser líder de audiencia en casi todos ellos. Con todos sus defectos, que los tendrá, una serie no engancha a tres millones de personas todos los días por casualidad.
Una serie así pasa además a formar parte de la vida de muchas personas, a ser recuerdo imborrable de una época televisiva e incluso de una época vital en muchos de sus espectadores, que en casi una década habrán visto como sus vidas cambian mientras pasan los episodios por la tele. Desde el espectador que la recordará con cariño porque era la serie favorita de sus padres o abuelos, que ya no están, a quién lo recordará como aquel soplo de aire fresco mientras preparaba una oposición o mientras amamantaba a sus hijos (y da para criar a más de uno o dos). Una serie tan longeva se convierte en mucho más que un mero entretenimiento y pasa a ser parte de la historia de una televisión pública que hoy cumple 60 años en los que han pasado muchos productos como Águila Roja y otros tantos que no lograron trascender.
La cadena pública está de cumpleaños y hay que felicitarla y nada mejor que una buena despedida como esta para recordar lo que representa la televisión como entretenimiento, como parte de nuestras vidas y de las vidas de tantos y tantos profesionales que la hacen posible. Porque, igual que todas las épocas necesitan un héroe, no es menos cierto que todas necesitan también de un motivo para evadirse.