Cuando una serie recibe encargo de finalizar su historia tiene por delante una buena oportunidad para despedirse de forma brillante y sin complejos, avanzando en todas sus tramas con paso decidido y sin miedo a cerrar puertas que luego necesiten ser abiertas, sin miedo a cortar caminos que puedan luego ser necesarios, sin la complicación de medir los tiempos en los que ocurren las cosas por miedo a no saber qué hacer en posibles nuevas temporadas. Así, cuando unos creadores se enfrentan al papel en blanco a sabiendas de que se trata de la última temporada de una serie, la melancolía se mezcla con la libertad que proporciona esa meta clara, esa fecha final, ese saber que tienen los días contados hasta el definitivo final feliz (luego volveré sobre esta certeza de que el final ha de ser feliz).
Es en esta tesitura en la que se encuentra Velvet y a la que se han enfrentado sus guionistas y responsables, que no se encontraron de pronto con la sorpresa de ver su serie cancelada, que ya sabían que esta cuarta sería la última temporada de la historia de las galerías y que por tanto han tenido vía libre para contar todo lo que siempre han pensado para estos personajes y libertad para hacerlo al ritmo que consideraran más adecuado a sus fines. Un ritmo que a priori debería ser rico en acontecimientos y que, sin embargo, está dando una temporada bastante lenta y poco prolífica en acontecimientos. Personalmente, se me está haciendo eterna la historia médica de Rita, no comprendo la relación sentimental de Clara y Caffero y aún estoy esperando que, más allá de la evidente tensión entre ellos, nos expliquen por qué Clara rompió con Mateo. Que Alberto no haya aparecido aún me parece razonable, pero tampoco veo que esa parte esencial de la historia esté suficientemente explotada y la coralidad general de los personajes cuando ya estamos en un punto sin retorno ni posible extenuación de las tramas empieza a sobrarme.
Lo siento si soy demasiado dura o impaciente con una serie que desde un principio me encandiló, o quizá por eso, y siento que quizá esté siendo de las pocas personas que lo vean así, a la vista de unos datos de audiencia que no dejan de aplaudir el producto, quizá también a sabiendas de que se trata de la última temporada y de que el reencuentro entre los verdaderos protagonistas sucederá de un momento a otro. Temo sin embargo que, tal cómo se suceden los acontecimientos, este momento quede relegado a una escena final en el último episodio y que toda la temporada no sea más que una mera excusa para mantenernos enganchados a la espera de ese instante. Me daría mucha rabia que así fuera porque, a pesar de ser una sencilla novelita romántica, Velvet ha sido hasta ahora una gran serie.
No ha perdido del todo sus facultades, por supuesto, y ayer tuvimos dos grandes momentos que así lo acreditan: el guiño de Concha Velasco a su sobrina Manuela en el ascensor (esas líneas de diálogo que no aportan nada a la historia, que no todo el mundo entiende, pero que son tan entrañables y tan de agradecer) y el momento borrachera de Humberto Santamaría, propio de cualquier comedia clásica de la época dorada del cine. Son solo dos ejemplos de lo que la serie puede dar, del buen hacer que no me cansaré de repetir caracteriza a las series de Bambú que, sin embargo, no está reñido con los altibajos en la narración de los que peca, en mi opinión, esta temporada.
Como digo, pese a sus defectos, todos los seguidores de Velvet estamos cada miércoles pegados al televisor, esperando ese momento en que Alberto Marquez resucite, ese instante en el que, de una vez por todas, su camino y el de Ana se unan para siempre, en el que puedan ser felices y comer perdices después de años y años de sufrimiento y separaciones imposibles. Porque, como espectadores de la serie, tenemos un contrato no escrito con ella, un contrato que en su principal cláusula dice que esta historia tiene que acabar bien. Un contrato que estipula que, si esto es una comedia romántica, y nadie duda que lo es, a pesar de todos los dramas que presenciemos en sus episodios, a pesar de todo el sufrimiento del camino, lo mejor está por llegar y será tanto más emocionante y bueno como triste y amargo haya sido el camino.
Y nadie duda ya de que este camino ha sido tremendamente duro, como tampoco dudamos de que el desenlace será bueno, previsible, pero muy bueno. Cualquier otra cosa, sería una ruptura de contrato y eso es algo que no contemplamos en absoluto y por eso estamos ahí, cada semana, aburridos pero expectantes, ansiosos por descubrir cómo y cuando llegará el momento, perdidos como lectores de las novelas más básicas de Danielle Stelle, pero convencidos de que al final habrá merecido la pena.
Muy buena descripción de esta temporada. Creo que el hecho de que sea la última nos tiene a todos un poco drogados y en espera de algo que no llega. En el último capítulo han conseguido que me durmiera. Seguiremos esperando