La segunda entrega del docu-reality (este sí, no como el de Las Campos) de OT ha sido mucho mejor que la primera. Más armada, con un ritmo narrativo mucho mas coherente y con unas declaraciones de los protagonistas de gran valor, más allá del fenómeno fan que les acompaña. Pese a haber perdido unos cuantos espectadores, posiblemente decepcionados con el primer paseo por la nostalgia del concurso, sus resultados han sido muy notables y sigue mostrándose como una buena apuesta de TVE (3.948.000 telespectadores y un 20,9% de cuota).
A diferencia de su estreno, donde todo parecía improvisado, en esta ocasión nos trasladan a un nuevo emplazamiento que favorece la comunicación e interacción entre los ex-concursantes, con un maestro de ceremonias como Ángel Llacer, que siempre ha tenido un gran sentido del espectáculo televisivo y con una edición que, aún siendo muy parecida a la de la primera entrega, con esa mezcla entre el recuerdo del programa y el presente de los protagonistas, parece estar medida milimétricamente y no lanzada al libre albedrío de los bits.
En esta ocasión se nos da información que echábamos de menos la pasada semana, como las actividades a las que se dedican ahora los cantantes, si están relacionadas o no con el mundo de la música o la necesaria pincelada personal, imprescindible para el fenómeno fan que sigue este programa. A esta decisión no le faltan detractores y se ha llegado a criticar que en el caso de Chenoa se recurriera a la inevitable referencia a Bisbal y su relación amorosa, pero a nadie escapa que uno de los principales episodios de este cuento que dura ya quince años, es el recuerdo de aquella historia de amor que se vivió entre risas durante el tiempo que sus protagonistas estuvieron en la academia y entre lágrimas después de aquella ruptura “chandalera”. Comprobar que el mítico momento televisivo es aceptado por su protagonista y su entorno como lo que es, un puro meme de cuando ni existían los memes, demuestra un sentido del humor y una naturalidad que probablemente acaben con la recurrente referencia para siempre. Capitulo cerrado, ahora sí.
Anécdotas aparte, el valor esencial de las entrevistas que vimos el pasado domingo es la dura realidad que transmiten. Lejos de mostrar un cuento de hadas, una historia de éxito fulgurante, de nuevos ricos, de personas a las que se encumbró de la noche a la mañana y cuyas rentas (económicas o profesionales) les permiten seguir viviendo del concurso, lo que se nos muestra es la otra realidad, la dura, la del descoloque total, la de unos jóvenes que pudieron ser juguetes rotos de la televisión y la música y que, sin embargo, con el paso de los años, han logrado sobreponerse y salir adelante sin demasiadas complicaciones.
Como explicaba Javián, que no es ni de lejos uno de los más conocidos ex-concursantes, pasar de cobrar 300€ por un bolo a hacer lo mismo a cambio de 6.000€ o, como decía Nuria Fergó, pasar de ir de tiendas como una persona anónima, mirando precios y controlando lo que se compra, a encontrarse plantas completas de centros comerciales cerradas para ti y llevarte todo lo que te apetece sin mirar siquiera la etiqueta, es un cambio brutal que en las mentes impresionables de unos veinteañeros que nunca habían salido de su casa podrían haber terminado en tragedia, literalmente hablando.
Frente a la emoción de cumplir el sueño de grabar un disco y dar conciertos por España como si fueran los miembros de los Beatles, la perspectiva del tiempo les ha hecho darse cuenta de que productora y discográfica solo exprimían un producto para su propio beneficio, sin cuidarlo como era necesario, sin preocuparse de las necesidades de unos jóvenes inmaduros, ni de sus opiniones o preferencias, ni mucho menos de los riesgos que esto conllevaba. Es una dura, durísima crítica a una forma de hacer las cosas que no es exclusiva de aquel OT, que hoy en día, aunque en menor medida, ocurre con cantantes, actores o bloggers y youtubers, que pasan a ocupar un espacio social para el que no están preparados, a convertirse en referentes absurdos de miles de personas que están tan perdidas como ellos. Y todos los concursantes coinciden en ello, pese a haber sido entrevistados por separado. Una obviedad del mundo de la fama que a menudo se esconde, vendiendo solo la parte positiva del boom y que en este caso se trae al primer plano, en un ejercicio de catarsis colectiva que ellos ya parecen tener superada pero que era necesario contar. Es aquí donde la productora de este programa reencuentro, la misma que la del OT original, no se esconde, no trata de ocultar lo que hicieron mal y nos permite ver la parte más oscura de una historia de éxito que podría haberse quedado solo en la capa superficial, lustrosa y brillante.
En Gestmusic son muy listos y no dan puntada sin hilo en un contenido en el que, además de alabar esta capacidad para mostrar sus vergüenzas, no podemos evitar ver cierto grado de mala uva, de picardía, diría que hasta de mundana humanidad. Por una parte en el casi permanente contraplano de Chenoa cada vez que habla Bisbal, por otra, en la selección de declaraciones de algunos de los protagonistas, destinadas a retratarlos de una determinada manera, como el caso de Juan Camus quitando mérito a la permanencia de Verónica cuando ambos estuvieron nominados juntos, con esa afirmación tajante de que ella siguió en el programa porque él renunció a ser salvado y pidió a la audiencia que votara por su compañera, sacrificándole. La frase la dice. pero en manos de la edición final está mostrarla y hacerle quedar como un arrogante y pretencioso o eliminarla porque no tiene mayor interés, y aquí es donde se deciden saldar algunas cuentas. No pude evitar un sonrisa maliciosa.
La historia de aquel Operación Triunfo es, como la historia del primer Gran Hermano, un capítulo imprescindible de la propia historia de la televisión y de una generación de espectadores que nos dejamos sorprender y encandilar por un nuevo modelo de entretenimiento, por un formato casi transparente donde todo sucedía ante nuestros ojos, emocionando y haciéndonos partícipes de lo que ocurría en aquella academia casi como si ocurriera en nuestra propia casa. Es de esos momentos en la televisión en los que se unen una serie de factores que crean electricidad, que generan una chispa nueva, brillante e irrepetible. Como amante de la televisión, estoy feliz de haberla vivido en directo.