Curiosa esta entrada en el blog de Ken Levine en la que afirma no comprender el éxito de la primera temporada de UnReal, principalmente por la dificultad de empatizar con uno solo de los personajes que, según dice y no sin razón, son todos unos egoístas, unos egocéntricos, gente que busca solo sus intereses sin preocuparse por el daño que puedan hacer a los demás, en definitiva, lo que vienen siendo unos auténticos cretinos.
Creo que Ken Levine se hace un poco el tonto en sus afirmaciones cuando insiste en no entender de qué modo ha evolucionado la televisión desde los tiempos de su gran éxito con Cheers para que ahora las series que funcionan sean historias en las que no hay personajes con los que una persona normal pueda identificarse, series con protagonistas aspiracionales, gente de bien, y hace hincapié en esta serie en la que los miembros de la producción del programa son tan malos como las personas, aparentemente abusadas por estos, que no tienen miramientos a la hora de conseguir la fama.
Levine tiene que estar más que harto de saber que el mensaje de UnReal no es un «querrás ser como ellos», sino una ácida crítica a lo que se cuece detrás de cierto tipo de programas de televisión, formatos que no tienen problema en sacar lo peor de cada ser humano, sus más dolorosos recuerdos y experiencias, sus conflictos más internos, solo con la idea de hacer audiencia, solo con el fin de llegar a la gente de alguna manera, sin preocuparle por lo que realmente estos protagonistas puedan sufrir con ello. Al mismo tiempo es también una crítica a esos juguetes rotos que por la fama y el dinero son capaces de abrirse en canal frente a una cámara, incapaces de parar a tiempo, sin detenerse a considerar que ellos, como tantos otros, terminarán siendo material de usar y tirar, que solo unos pocos logran traspasar la barrera de la influencia, la relevancia, que solo unos pocos cambiarán de vida después de ese proceso.
En su petición de explicaciones a la audiencia de por qué están viendo la serie, de por qué la consideran digna de recomendación, digna de ser premiada, no está realmente buscando motivos para seguirla sino, más bien, buscando confirmación de que el mensaje, en la manera en que está siendo enviado, llega al común de los mortales, que los espectadores son conscientes de que no se está alabando este comportamiento sino haciendo una crítica feroz a la deriva televisiva, moral y sociológica que plantean este tipo de formatos.