Esta noche se estrena en Cuatro la serie norteamericana Quantico, un thriller ambientado en la academia de agentes del orden más famosa del mundo, donde se preparan los futuros agentes del FBI, bajo los mayores niveles de exigencia, tanto a nivel físico como psicológico y no digamos ya de antecedentes y trayectoria vital. Una academia que, pese a lo serio que es todo lo que allí acontece, no deja de ser un nido de hormonas saltarinas que llevará a la mayor parte de sus estudiantes a protagonizar tramas que lo mismo podrían formar parte de Anatomía de Grey, que de la siempre recordada Melrose Place o de cualquier otra serie de profesionales en la que al final lo más destacado termina siendo quién se acuesta con quién.
En este caso, aparte de los rolletes románticos y las implicaciones que estos tendrán en las tramas policiales que conducen la historia, el centro de la acción tiene lugar en la estación central de Nueva York, ese lugar mágico, mil veces elegido como escenario de todo tipo de series y películas, y muy especialmente centro de ataques terroristas de toda condición que, en este caso, no será una excepción y se convertirá en un protagonista más de la primera mitad de una serie que no está nada mal.
El problema sobreviene cuando pasamos de ese ecuador de la historia, cuando nos damos cuenta de que no se trata de una serie de mid-season de las que en 13 episodios son capaces de narrar una historia interesante, entretenida, por momentos trepidante, cuando caemos en la cuenta de que parece que a los guionistas también les pasó esto y que, preparados para hacer una primera temporada corta, se encontraron de pronto con que tenían que estirarlo todo hasta completar casi el doble de entregas y empezaron a perderse en tópicos, en pistas falsas, en entrenamientos aburridos y sobre todo, en saltos en el tiempo que desconciertan, que no aportan nada y que van creando tramas paralelas solo de relleno que no se justifican y que hacen que el espectador pierda todo el interés.
A mí me quedan aún tres episodios para completar la temporada, pero hace un buen rato que perdí todo el interés, que dejé de creer en un final con sentido, que no me creo nada de lo que me cuentan porque sé que tras el sospechoso de turno, construido a base de pistas falsas y equívocas durante uno o dos episodios, habrá siempre un giro de tuerca que lo situará en el bando de los buenos, infiltrado u obligado a hacer el mal, pero inocente.
Los resultados de audiencia en EE.UU. han sido sin embargo lo suficientemente buenos como para que la cadena ABC en que se emite haya encargado una segunda temporada. Aquí en España ya sabemos que este tipo de series no encuentran su sitio fácilmente, que están básicamente destinadas a rellenar huecos en la parrilla de verano, emitidas en oleadas de dos o tres episodios seguidos y sin demasiadas aspiraciones. Que nadie se sorprenda si el espectador pierde la conexión con el producto en apenas dos o tres semanas porque justo ahí, a medio camino, es donde una serie que prometía se deshace entre las manos de sus creadores y se convierte en un desastre.
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