La Asociación de la prensa de Madrid ha publicado un estudio en el que muestra su preocupación por la «creciente banalización del periodismo deportivo». En este análisis de la manera en que el periodismo afronta la información sobre el mundo del deporte (aunque deberíamos decir el mundo del fútbol) se habla de la atención prestada a cuestiones extradeportivas y también destaca, como uno de los elementos principales para el malestar, lo que han dado en llamar «bufandismo», en referencia a la claridad con que unos y otros periodistas afrontan la información desde su muy subjetivo punto de vista, el de seguidores de un determinado equipo.
Todo esto que comenta el estudio de la APM es absolutamente cierto, irrefutable, retratado con una exactitud palmaria, pero me llama la atención una cosa, que se comente el tema como si fuera algo nuevo, como si hasta el momento todo lo que es información deportiva (insisto, futbolística, pues hace mucho que el resto de deportes no pasan de ser una breve línea entre titulares) hubiera sido un prodigio de equidistancia y análisis táctico, como si el gran referente del éxito como analista del mundo del fútbol no fuera un José María García que, ya en los años 80, basaba sus largas horas de programa en todo lo extradeportivo, robando horas y horas de sueño a los españoles de a pie, ansiosos por saber quienes eran los chupópteros y abrazafarolas a los que ese día tocaría acribillar.
Leyendo algunos comentarios y críticas parece que esto de hacer programas a cuenta de las fiestas de los futbolistas, las broncas en el vestuario, los piques entre clubes por fichar a unos y otros o los chanchullos que se esconden tras los despachos fuera algo completamente novedoso, como si nunca se hubieran tratado estos temas y, sobre todo, como si todo lo que rodea a los implicados en este negocio no fuera importante más allá de los 90 minutos que pasan dándole patadas al balón. El fútbol mueve millones, pero no los mueve únicamente por los resultados que se obtienen en la competición, también por el carisma que tienen sus protagonistas fuera del campo, por su actos en su vida privada, por sus acciones comerciales, por cómo se visten o las herramientas de comunicación que utilizan para mostrarse como son o decir lo que hasta hace poco solo podían decir en entrevistas oficiales. El mundo ha cambiado y ahora son muchas más las cosas relevantes que los futbolistas hacen fuera del terreno de juego, lo que hace que haya muchas más cosas de las que hablar, pero eso no significa que el sector de la información deportiva (perdón, futbolística) se haya degradado especialmente porque, en este sentido, poco ha evolucionado desde los tiempos de García.
El problema de quienes critican estas cuestiones está en la visión general que tienen de algunos programas que, originalmente considerados como información, nunca se han planteado como tal, sino que funcionan como puro entretenimiento. La gente que a las dos de la mañana está viendo El Chiringuito, no quiere saber si el gol de uno fue en fuera de juego o si el otro debió ser expulsado antes de marcarlo, no quiere saber si la patada ha sido malintencionada y con los tacos o sin querer mientras iba al balón, lo que quiere es el debate entre unos y otros, la justificación de las acciones de cada uno y, a menudo también, si hay motivos extradeportivos para que unos y otros jueguen como lo hacen. Quieren la emoción de no saber si la gran estrella cambiará de equipo al final de temporada, si el entrenador se habla con sus jugadores, si hubo cruce de reproches en el túnel de vestuarios; quieren entretenerse, no informarse y, hasta que no entendamos eso, lógicamente nos echaremos las manos a la cabeza porque los contenidos de determinados programas no son lo que el periodismo de libro espera que sean.
La espectacularización de los medios es un hecho innegable pero, mientras la Asociación de la prensa se preocupa por criticar a quienes montan un circo con un deporte que es un circo en sí mismo, parecen dejar de lado otros programas exactamente iguales que, emitidos en horarios de mucha mayor audiencia y calado, hacen exactamente lo mismo con la política, un tema bastante más importante, más delicado y que nos afecta a todos, seamos espectadores o no. La espectacularización de la información política está tan o más presente que la deportiva y no hablemos ya de ese llamado «bufandismo», que en algunos casos resulta hasta ridículo. Hace poco, yo misma comentaba la dificultad creciente para conocer los pormenores de algunas noticias que, según donde se cuenten, pueden parecer contradictorias, incluso entre compañeros de un mismo grupo de comunicación. Para mí, que soy una adicta a la televisión, no supone un grave problema, pues zapeo entre unas cadenas y otras y termino haciéndome una idea más o menos aproximada de la realidad con la suma de todas las visiones pero ¿quién protege a esos otros espectadores que, por falta de interés o de tiempo, solo ven un determinado informativo y siempre el de una misma cadena? ¿No preocupa eso a la APM? ¿No les preocupa de qué manera sus compañeros, muy especialmente los más conocidos y reputados, los que tienen más años de experiencia y puestos de mayor responsabilidad en medios analizan la actualidad política y social de acuerdo a sus propios intereses?
Siempre he defendido que cada medio está en su derecho a tener su línea editorial y que es mejor que se les vea el plumero claramente cuando lo hacen, pues así somos capaces de filtrar la información de mejor manera, aunque también es cierto que estamos llegando a unos límites que sobrepasan la línea editorial y rayan en la manipulación y desinformación más absolutas. La prensa, los medios en general, tienen un problema muy parecido al que tiene la política: ellos no roban dinero público, no lo escaquean, que sepamos, pero hace mucho tiempo que no son un poder controlador de los desmanes de políticos y otros agentes sociales, sino uno más en un entramado de intereses particulares, en ocasiones tan poco ético como aquello que critican. Pero ahí es donde entra el corporativismo, la incapacidad para hacer autocrítica, para mirar lo verdaderamente importante, ahí es donde nacen las críticas a compañeros en posiciones más débiles, que no tienen esa pátina de defensores de la sociedad, de gladiadores contra los corruptos, compañeros que informan de resultados y calendarios pero que luego nos entretienen con debates tan pueriles, tontorrones y enconados como los que cualquiera de nosotros tiene en el bar, con los colegas, consiguiendo identificarse con la audiencia al nivel más básico de su encefalograma plano, sin pretensiones, sin intención alguna más allá de entretener, sin creerse adalides de nada (aunque en su pasión y tono algunos lo parezcan). Periodistas segundones, a la vista de algunos de sus compañeros, a los que se afea una conducta replicada en todos los ámbitos de la información, con la diferencia esencial de que en unos sectores esta espectacularización es inofensiva y forma parte del propio sector afectado, mientras que en otros es una cuestión de responsabilidad social, mejor dicho y tal como está el panorama, de irresponsabilidad social. Eso es lo que debería preocuparnos, eso es lo que debería mirarse la APM.