Con la noticia sobre los papeles de Panamá desvelada ayer en La Sexta y su extensión a todos los medios nacionales a lo largo de la mañana de hoy, tengo una extraña sensación, una que me resulta hasta peligrosa, en más de un sentido.
Peligrosa por la sensación de adormecimiento: en un país como el nuestro, acostumbrado a la lamentable corrupción que nos invade, cualquier información que especule con la evasión de impuestos, el robo de dinero público o similares, es sin duda una muy golosa y la cantidad de información recopilada por la prensa en este caso es completamente abrumadora. La cuestión es que, en medio de tanto escándalo y en medio de todas las informaciones sobre pequeñas corruptelas y grandes corrupciones locales, esta historia a mí se me queda demasiado grande. Demasiado grande o debería decir, demasiado pequeña, porque no hay muchos nombres españoles implicados y porque, los que hay, tampoco me resultan especialmente significativos.
Que no se me entienda mal, pero me habría parecido muy escandaloso encontrar a ciertos empresarios de éxito, políticos de alto nivel, productores de la tele o un número significativo de artistas y, sin embargo, me encuentro con un futbolista al que ya conocíamos por sus triquiñuelas, a un miembro de la familia real sin derechos sucesorios o asignación económica alguna, un famoso director de cine, la mujer de un ex-ministro junto con el resto de su familia (la de ella), y para de contar. Eso es todo en lo que respecta a España. Ni grandes nombres, ni grandes fortunas, nada… o casi nada. Igual resulta que ya estoy curada de espanto con tanta información diaria sobre estas cuestiones pero, la verdad, si este es todo el escándalo, llevamos años viendo cosas a mi parecer mucho peores.
Como digo, me preocupa pensar que sea yo la que tiene la piel ya curtida en este tipo de informaciones y nada me sorprenda ya o nada me parezca más escandaloso que nuestro día a día en los tribunales y su permanente reguero de políticos.
Ah, sí, los tribunales, esos que son los que deciden si una cosa es un delito o no. Aquí viene otra de mis preocupaciones: la presunción de inocencia. Un derecho ganado con esfuerzo, uno de los grandes logros de la sociedad y la democracia española, uno que, a base de escándalos, otra vez, empieza a desdibujarse en todas partes pero, principalmente, en los medios de comunicación.
Como bien se han encargado de recordarnos desde ayer, Panamá no está considerado un paraíso fiscal en España y tener las ya famosas empresas «off-shore» no es un delito, del mismo modo que no lo es tener cuentas en Suiza. Cualquiera de las dos cosas es perfectamente legal siempre y cuando sus titulares así lo hagan constar a la hacienda pública y así conste en sus declaraciones de bienes, renta o patrimonio. Podemos pensar que es poco ético, que es una manera muy fea de ahorrarse impuestos, que demuestra poco amor e implicación con tu país, que los hay con un doble discurso evidente o incluso que la ley debería modificarse para que estas cosas no pasen pero, mientras no sea así, es legal, luego hablamos de una no-noticia, al menos en lo que respecta a España y quienes aquí tributan.
No quiero minimizar la importancia de una información como esta, creo que como labor de investigación periodística es un gran trabajo y creo que aporta muchísimo a la nueva sociedad que pretendemos construir, una en la que los secretos cada vez permanecen ocultos menos tiempo, pero ojo con convertirse en un cuarto poder inquisidor, uno que pasa de contar los hechos para que nosotros saquemos las conclusiones a marcar con la letra escarlata a personajes relevantes de la sociedad.