Después de cierto revuelo con el que se despertó mi interés por El Infiltrado, es ahora, con la serie algo más avanzada, cuando empiezan a surgir algunas voces discordantes, gente que la está viendo y no sabe bien por qué sigue con ella, gente que la ha abandonado ya, gente que, en definitiva, no encuentra motivos para tenerla en su lista de favoritas. Yo tampoco la incluiré en mi lista, aunque no la abandonaré, aunque solo sea por su número total de episodios, que hace más sencillo terminar de ver una serie como esta cuando no te llena del todo.
El Infiltrado comienza con un episodio intrigante y cargado de ritmo, con un protagonista potente encarnado por un glacial Tom Hiddleston y un malvado aún mejor, interpretado por el gran Hugh Laurie. Escenarios ricos y atractivos, sensación de peligro inminente, oscuridad, crímenes y una Olivia Colman como secundaria que aporta el toque terrenal que necesita una historia así. Excelentes mimbres.
Sin embargo, a medida que se emiten episodios la historia se va desfigurando y, pese a que permanece la riqueza en todos los sentidos, tanto la derivada de la opulencia de los protagonistas y sus vidas, como la propia de una producción que no escatima en exteriores, los personajes pierden fuerza, la finalidad de sus acciones no está clara y la sensación de intriga y peligro desaparece por completo.
Queda un ejercicio audiovisual clásico, como esas películas antiguas que en su momento nos resultaron apasionantes pero que hoy en día, revisitadas, parecen demasiado sencillas y carentes de vida, una producción que se deja ver, como un libro bien escrito, como el libro de John Le Carré en el que se inspira, elegante y siempre bien construido pero frío y sin riesgos.