Una vez más ha vuelto Buenafuente y digo una vez más porque quizá su persona y, sobre todo, su formato, sean los que más veces hemos recibido y despedido en las distintas televisiones por las que ha pasado, siempre con las mismas características, siempre con el mismo buen hacer, el único que aparentemente sabe o está dispuesto a saber hacer.
Y no digo esto con afán crítico, sino simplemente como una característica inherente al personaje, alguien que estoy segura sabría adoptar otros registros como el buen showman que es, pero que ha decidido salir adelante haciendo solo lo que a él le gusta. Un formato tan clásico como difícil, que ha pasado por complicaciones de todos los colores, principalmente la indefinición de horario, algo que en las franjas en las que se movía, como late night que es, dificultaba notablemente la capacidad de fidelizar al público. Esto en #0 no le ocurrirá, pues en el pago las citas son siempre puntuales, aunque sin duda sufrirá los inconvenientes de una audiencia potencial menor (que sin embargo ha sido muy buena proporcionalmente en su estreno, convertido en lo más visto del día en pago).
Buenafuente nunca ha temido encasillarse, no solo no lo teme, sino que lo fomenta. Es así como en algún momento se empecinó en hacer de la televisión española una parecida a la norteamericana y, convencido de que evolucionaríamos y seríamos capaces de tener un late show durante décadas (ellos tienen más de uno, prácticamente idénticos todos y todos funcionan) se ha pasado media carrera yendo y viniendo, de cadena en cadena, fiel a esta idea. En un sector en el que parece que los presentadores de mayor éxito son productos de exprimir y exprimir hasta morir en no mucho tiempo, algunos pocos luchan por esa supervivencia que en otros países viene dada precisamente por la solvencia de años y años de repetición.
Es precisamente esta inspiración en el modelo norteamericano lo que ayer más se criticaba de la nueva etapa de Buenafuente, en un plató que, si bien a mí me recordaba a otros que él mismo ha tenido anteriormente, incluso al que en su momento tuvo Pepe Navarro con Esta noche cruzamos el Mississippi (mismas maderas, mismo tipo de fondo y disposición de la mesa y las sillas de invitados) ayer se mostraba como una copia del de Jimmy Fallon, que no es sino una recreación de otros tantos anteriores.
La puesta en escena de un programa de estas características es muy similar en todas sus variantes y pensar que alguien como Buenafuente deba copiar a sus homólogos norteamericanos puede resultar simplista, aunque efectivamente tengan demasiados puntos en común o verdaderamente puedan estar inspirándose en lo que hacen al otro lado del mundo, consciente o inconscientemente. Ni Buenafuente ni su equipo necesitan o deberían necesitar inspirarse en nadie que no sean ellos mismos y su propia capacidad para hacer un show y es precisamente por ello por lo que quizá no deberían caer en ciertos parecidos razonables, aunque solo sea porque siempre hay alguien mirando, alguien que los ha visto como tú, alguien que los relaciona rápidamente y te puede sacar los colores. Como espectadora, yo soy bastante flexible en este sentido y considero que algunas críticas pueden resultar bastante injustas, pero también es cierto que más injusto es ver horas de trabajo echadas a perder por un par de avezados espectadores o críticos que ven más tele que tú y te sacan los colores en dos búsquedas de YouTube.
No es en ningún caso motivo para dejar de ver el programa, ni mucho menos una razón que vaya a apartar a sus habituales, que se encontrarán lo que siempre les han dado, en el formato que siempre han adorado. Además, gracias a su nueva ubicación todos podrán ser más genuinos que nunca, podrán innovar, arriesgar y asentarse en muchas de las ideas que las cainitas audiencias nunca les permitieron poner en marcha. Buenafuente está ahora en el paraíso televisivo con lo que siempre quiso hacer y ya no tiene excusas. Su programa será lo que él quiera que sea y eso sí es un salto en la responsabilidad y en la necesidad de probar lo que sabes hacer, eso sí es un reto, un caramelo con el centro de pica-pica que puede provocarte una tos o darte un inesperado punto de emoción.