La segunda temporada de True Detective no pasará a la historia, eso está claro, pero tampoco es exageradamente mala, como muchos de sus espectadores han clamado y por mucho que Quentin Tarantino se una a la crítica generalizada. La dificultad de hacer una buena segunda temporada de cualquier serie que ha sido un hit en su primera entrega es de sobra conocida pero, en este caso, la complicación era aún mayor, al enfrentarnos a un reseteo completo de la historia.
Que ambas temporadas se llamen igual es lo único que tienen en común, más allá de una cierta introspección que, siendo el punto más fuerte de la historia de McConaughey y Harrelson, puede haber sido el más débil en esta segunda entrega, al mostrarnos una colección de personajes introvertidos, cerrados y oscuros a los que difícilmente imaginamos teniendo unos pensamientos tan profundos, casi filosofando en cada intercambio de palabras de un guión con diálogos imposibles.
True Detective era ya así en su primera temporada, pero la capacidad de los guionistas para construir reflexiones grandilocuentes y ponerlas en boca de sus protagonistas nos parecía natural y nos elevaba con ellos mientras que, en esta ocasión, nos ha dado risa, nos ha parecido casi como ver a Paquirrín citando a Paulo Coelho.
Una mala elección de protagonistas o una mala dirección (me inclino más por esta segunda opción) pero, sobre todo, las odiosas comparaciones, pueden haber dado al traste con una serie que, en otras circunstancias, habría salido mucho más airosa de las críticas. Una colección de perdedores abocados al desastre que no logran redimirse de sus pecados, que acaban de la única manera que cabría esperar, en un final en el que solo las mujeres y los niños sobreviven.
Sí, en esta ocasión se han pasado de intensos, pero estoy segura de que no nos habría parecido tan mala de no haber contado con una referencia anterior… y lo sabéis.