Me preguntaban ayer qué iba a hacer por la noche, a la vista de la tristona oferta televisiva del momento, y mi respuesta no era otra que la de martirizarme una vez más con las frecuentes pausas comerciales del ya de por sí largo Pekín Express. No es un programa que haya seguido demasiado en sus ediciones anteriores, ni tampoco uno que contara con ver este año, pero la presencia de ese par de gemelos insoportable, más propio de un reality que de un formato de aventuras, ha sido el elemento más claro de mi elección en la noche de los lunes.
Si algo quería ver en cada entrega del programa era a ese par de niñatos tramposos y maleducados llegar los últimos y ser eliminados, pero semana tras semana se colocaban entre los primeros puestos de la carrera, haciendo más y más frustrante el resultado final. Abuso del compañerismo, ridículo extremo, falta de empatía con los habitantes de las zonas que visitaban, mala educación y desprecio a sus costumbres, son solo algunas de las características de su paso por Asia. Nos hemos reído mucho con algunas de sus reacciones, pero estos dos niñatos simbolizan lo peor de ese tipo de viajero que no sabe adaptarse, que no es buen compañero de viaje, que no debería salir de su barrio.
Por supuesto, me estoy refiriendo a los personajes que hemos encontrado en el programa. No conozco a estos dos chavales (ni tengo interés alguno) y me limito a dar mi opinión sobre su paso por televisión que, sin ninguna duda, ha sido para mí lo esencial de un formato que, de otro modo, posiblemente no habría seguido. Con su marcha, tan deseada, me queda ahora un vacío en mi motivación principal para ver el programa pues, desaparecido el enemigo, el resto de los concursantes no me interesan tanto como para desear que algo ocurra en la carrera.
Es una prueba más de la importancia en cierto tipo de realities (aunque también en la ficción) de tener un buen villano para poder atrapar al espectador. En el caso de las series es más fácil, pues basta con construirlo y medir sus batallas ganadas y perdidas, ofreciéndolas en la proporción justa para hacerlo adictivo, pero en los realities no es tan sencillo. Uno puede pensar durante el casting que algunos de los candidatos funcionarán mejor o peor, pero luego en el terreno, las sorpresas pueden aparecer de muchas maneras. Sin ir más lejos, creo que en Pekín Express nadie daba un duro por las canarias y sus cangrejeras de tacón y están demostrando que, pese a su mala leche, su amistad a cara de perro y su baja tolerancia al stress, son capaces de estar siempre entre las primeras clasificadas, siendo un claro enemigo a batir. Del mismo modo, los propios gemelos, muy posiblemente elegidos por su trospidez, han demostrado, no solo una fortaleza inesperada, sino una maldad fruto de su inmadurez, que nadie anticipaba y que, en algún momento, debería haberles descalificado o supuesto una sanción que, en aras del buen desempeño del programa, se ha pasado por alto, con muy buen criterio.
Afortunadamente para la cadena, los principales villanos han aguantado hasta la mitad del programa, garantizando que muchos de los espectadores que hemos llegado hasta aquí ya no estemos enganchados a otra cosa y terminemos por seguir viendo el programa, aunque solo sea por costumbre o por el clásico «para lo que queda ya», incluso por pura curiosidad o porque tengamos otros candidatos a batir. Sea como sea, ya no será lo mismo sin ellos.