Sí, voy con tres temporadas de retraso, pero al final me he animado a ver Borgen, toda vez que la actual situación política española no hace más que parecerse a esta serie danesa, según afirman quienes la siguen.
De entrada, siempre pensé que la serie sería algo complicada de digerir, no solo por el hecho de tener como centro de la acción un tipo de política y sociedad que nos resulta lejana y distinta, también por lo centrado en este asunto que pensaba estaría cuando, en realidad, esto es solo la excusa para contar una historia de personas, de intrigas palaciegas y hasta de amor y problemas familiares.
Borgen da comienzo con el resultado de unas nuevas elecciones en Dinamarca que se saldan con una gran fragmentación y que, tras una serie de acontecimientos y complicadas negociaciones, terminan por poner en el puesto de primer ministro a una mujer, por primera vez en la historia del país, una mujer casada y con dos hijos que, a partir de ese momento, deberá compaginar su vida privada con el complicado cargo que acaba de asumir. No se trata de poner su condición de mujer como elemento que complique su carrera política, sino de mostrar las dificultades de dedicarle a ambas cosas el tiempo que merecen y como punto de partida de una serie de problemas a los que aún no he llegado, pero que se atisban claramente en el horizonte.
No es la única persona que se enfrenta a problemas personales para el desarrollo de su trabajo pues, si algo caracteriza esta serie es el equilibrio entre vida personal y profesional que tienen las tramas, una dualidad muy bien llevada y que no siempre es fácil de mostrar, una fusión entre ambas que hace que la serie no se convierta en una serie familiar o profesional con un trasfondo político, ni una serie política difícil de seguir o digerir. En cierto modo, podríamos establecer un paralelismo con la manera en que Madam Secretary afronta sus tramas, intercalando de forma muy natural el día a día de la política de despachos y las grandes responsabilidades, con la muy humana necesidad de llegar a casa y ser una persona normal, con una familia a la que inevitablemente se termina por dejar de lado en más ocasiones de las que sería deseable. En el caso de Borgen, los personajes secundarios funcionan mejor, su peso en las tramas es mayor y logra mantener el interés por los arcos argumentales mejor que la serie americana, cuya estructura casi procedimental, termina por no enganchar del todo.
Por otra parte, tenemos la sensación de que la política de los países nórdicos es muy distinta a la mediterránea, que todo allí se hace según unas reglas muy bien marcadas y unas líneas rojas muy estrictas y, sin embargo, Borgen demuestra que nada de eso es cierto y que, aún contando con que las intrigas políticas estén exageradas, para hacerlas más dramáticas e interesantes como ficción que son, hay muchas cosas en esos despachos que están lejos de responder a los intereses de los ciudadanos. La cita con que da comienzo cada episodio nos recuerda también que, en esto de la política, todo ha pasado ya antes, todo se ha pensado ya, todo es muy poco transparente y muy maleable.
En una serie sobre política, no pueden faltar los periodistas, tan afectados por malas artes, dobles intenciones, egos y zancadillas, a menudo tan entremezclados con aquellos a los que supuestamente deben «vigilar» que cuesta diferenciar quién controla a quién, quién va por delante. Y por supuesto, estos tampoco son ajenos a sus propios problemas personales que les afectan directamente a su desempeño profesional.
Aún voy por la primera temporada y lo cierto es que me está gustando mucho. Dicen quienes la llevan al día que mejora a medida que avanza y que su parecido con la realidad política que vivimos es aún mayor, así que no puedo esperar para avanzar con los episodios.