(¿Hay spoilers en esta entrada? Pues yo creo que no, pero de todos modos, si eres muy exagerado con lo que consideras spoiler, mejor que no me leas hasta estar al día con la serie).
Anoche terminaba en Antena 3 la apasionante primera temporada de Bajo Sospecha, una historia de desapariciones, asesinatos y policías, que ha mantenido en vilo a más de tres millones largos de espectadores durante las ocho entregas de que ha constado y que ha abierto un nuevo camino en la ficción española, uno muy necesario y con un despertar brillante.
Podría entretenerme en alabar todas las cosas buenas que ha tenido la producción de Bambú, desde un elenco casi redondo, a su permanente uso de exteriores o el constante ir y venir de sospechosos que, tras el final, no dejaba demasiados flecos sueltos, o la manera en que el episodio final contaba la historia sin apenas diálogos, porque la fuerza de lo que estábamos viendo los hacía absolutamente innecesarios.
Podría compensar las alabanzas comentado lo flojo de la actuación de una Blanca Romero que claramente ha desentonado con el desempeño del resto de sus compañeros, la dificultad para entender el relato del hijo pequeño si se esconde bajo los brazos y apenas vocaliza, o que finalmente no pudieran reprimir la tentación de «regalar» a la audiencia un beso entre los protagonistas, que se intuía desde el primer episodio y que para mí hubiera sido mejor evitar, precisamente por escapar de lo obvio.
Pero lo que me pide el cuerpo esta mañana, lo que realmente quiero destacar en esta ocasión es la necesidad, imperiosa, esencial, inminente ya, de que las cadenas y las productoras se pongan las pilas para trabajar en equipo una estructura irrenunciable de contenidos y cortes, una que evite destrozar con interrupciones publicitarias un climax narrativo que se ha ido construyendo con la pericia y la sensibilidad de un equipo creativo y técnico y con el talento de un trabajo interpretativo sublime, ayer concretamente de Alicia Borrachero.
Somos conscientes de que la publicidad en la televisión en abierto es necesaria y creo que ninguno de los espectadores de este tipo de televisión nos oponemos a que exista, solo pedimos, por el bien de todos, que se programe con un mínimo de sensibilidad. Si las cadenas son capaces de renunciar a largos cortes, a veces incluso a todos los cortes, por proteger sus estrenos, por vencer a la competencia, por mantener el tipo en noches complicadas, han de poder gestionar del mismo modo la protección de la obra que tanto dinero les ha costado y que tantos beneficios les está reportando.
No puede ser que en medio del momento de máximo dolor de una protagonista, en medio de la angustia que se ha ido instalando en la audiencia, cuando ni ella ni nosotros podemos más, de pronto entren varios minutos de anuncios festivos, coloridos, chupiguays. Es malo para los creadores de la serie que ven su trabajo echado por tierra, es malo para la audiencia que pierde la tensión y ya no siente la historia de la misma manera, es malo para los anunciantes que entran en ese momento en nuestro salón porque los detestamos y es malo para la cadena, que echa por tierra una imagen de calidad ganada con mucho mérito por un puñado de euros.
Un puñado de euros que podrían ganar igualmente si simplemente se molestaran en ubicar los anuncios en un punto del episodio donde no hagan daño, que los hay. No solo los hay porque es imposible que la tensión esté siempre en un punto álgido y baste con buscar y marcar los puntos más adecuados, es que puede consultarse a la productora, que sabe mejor que nadie dónde no molestan o, mejor aún, estructurar la serie en base a esas necesidades, como llevan haciendo décadas en EE.UU. Si, todos sabemos que aquí las pausas comerciales no se hacen de la misma manera que allí y que todo depende del día que se emita, de la competencia, de la necesidad de emitir lo contratado o del interés por agarrar al espectador y no soltarlo, evitando interrumpirle en 70 minutos si es necesario. Pero todo esto es perfectamente compatible con una indicación de puntos en los que cortar sin dañar, que luego se utilicen en función de las distintas necesidades del día. No puede ser tan complicado y todos ganaríamos tanto.
Para quienes aún no lo hayan visto, hace años Casciari lo explicó divinamente en esta entrada y aún nadie le ha hecho caso. Luego nos llevaremos a la cabeza porque la gente prefiera ver las cosas de otra manera.
Mi sugerencia es que si tanto irritan estas cosas, lo mejor que se puede hacer es apagar la tele y leer un rato. Ver la televisión y sus programas como si nos fuera la vida en ello acaba resultando contraproducente y seguro que hay entretenimientos mejores «sin anuncios».