Por si no fuera suficiente con leer atónitos que José Luis Moreno demanda a Bluper por un artículo de opinión en el que su gala de la noche de reyes en TVE no sale bien parada, ahora es Jaimito Borromeo, uno de los humoristas que pasaron el sábado por el plató de Alfombra Roja Palace, quién envía un comunicado a los medios lamentándose de las críticas recibidas y de los comentarios que los espectadores han vertido en redes sociales, comentarios que considera injustos y poco respetuosos, no solo hacia su persona, también hacia su trabajo. No es la primera vez que un profesional de la televisión se siente agraviado por lo que se comenta en redes sociales y que, cabreado o dolido, reclama su derecho a ser respetado.
Y por supuesto que los artistas, presentadores, actores, humoristas, cualquiera que salga en televisión tiene derecho a ser respetado, pero empiezo a percibir una peligrosa deriva en la que se confunde el respeto con la ausencia de crítica, en la que se considera que algunas expresiones coloquiales son un atentado a la dignidad de quienes trabajan de cara al público y no es así.
Calificar el humor de alguien como «dinosaurio», «machista» o «casposo» no es en absoluto un atentado a la dignidad de nadie, no es un insulto y, en mi opinión, es un legítimo derecho a la libertad de expresión y una opinión personal de unos espectadores que, frente al televisor, se escandalizan con lo que está viendo por considerarlo rancio y carente de estilo. No hablemos de que además está pagado con dinero de todos, lo que aumenta el cabreo del contribuyente ante la zafiedad de lo contratado.
Yo entiendo, perfectamente, como cuesta aparecer en televisión y ver sometido tu trabajo al escrutinio de millones de personas, que además ahora te critican públicamente y no solo en el salón de su casa. Entiendo también que las redes sociales se retroalimentan con las críticas y convierten un mal papel de un profesional en una especie de lapidación pública, donde todo se magnifica, donde todos se aplauden y retuitean como hienas. Lo entiendo y comparto la desazón que esto puede provocar y que bastante tienen algunos con darse cuenta del desastre de proyecto en el que se han metido, como para además tener que sufrirlo en críticas ‘ad-hominem’ en plaza pública. Pero que lo entienda, no quiere decir que comparta la idea de que esto es una falta de respeto o un atentado contra la dignidad de nadie, salvo en algunas evidentes excepciones, donde los insultos o amenazas sobrepasan los límites de la legalidad.
Las redes sociales han democratizado la crítica televisiva (y todas las demás), pero desde que existe la televisión, el cine, la literatura, ha habido críticos despiadados, lenguaraces y a menudo hirientes con lo que no les gusta, críticos que se crecen con el bombo que se le da a sus gruesas palabras y enfilan el camino de la mordacidad, haciendo carrera de ello y convirtiéndose a menudo en los más reputados, precisamente por el grado de exigencia que tienen con aquello que analizan, una exigencia que a menudo se puede confundir con la falta de respeto, pero sobre la que pocas veces hemos visto comunicados o protestas oficiales de las víctimas de sus afiladas garras.
¿Se trata entonces de un problema de castas? Los críticos si porque han estudiado, pero la plebe no porque desconocemos su curriculum. ¿Es que los pobres ciudadanos corrientes no tienen derecho a expresar sus opiniones libremente ahora que además existen herramientas para que estas opiniones sean públicas? Evidentemente, los habrá con más y menos estilo, con mayor o menor talento, pero de esto ha habido siempre y en el amplio abanico de adjetivos que uno puede elegir para definir una cosa, la elección final dice mucho de quién los suscribe. Sea como sea, y aún entendiendo el mal rato que puede estar pasando todo profesional sometido a esta paliza verbal, mientras no se incurra en delito alguno, que los espectadores sean unos maleducados, un poco burros o directamente insensibles con el trabajo de los demás, no los convierte en merecedores de un menor derecho a ejercer su libre opinión como buenamente quieran.
Los tiempos han cambiado, mucho, y ahora la bidireccionalidad de la comunicación pública hace que deban reconsiderarse muchas cuestiones que hasta ahora se pasaban por alto porque, pese a producirse, no afectaban a sus protagonistas, apenas los rozaban (también las cosas que se pueden decir en televisión). Ser personaje público y leer lo que de ti se dice en las redes sociales es como ponerse el traje de invisibilidad y asistir a una reunión familiar a escuchar sin ser visto: puedes encontrarte con comentarios muy desagradables, que siempre han estado ahí, solo que tú no lo sabías. Aunque es fundamental que la gente se comporte en estas plazas del mismo modo que lo haría en la calle, en un bar o en una de esas reuniones familiares, es tiempo de que los artistas se bajen del pedestal en el que siempre estuvieron y acepten el cambio, que se forren de piel gruesa y, sobre todo, que le den la importancia justa a lo que leen (o directamente que no lo lean). En ocasiones, no tendrá ninguna, en otras, igual es una señal de que es buen momento para cambiar los chistes.