Tanta bidireccionalidad, tanto cambio en la forma de medir las audiencias y el sobrevalorado share social y aún no hemos logrado inventar nada que realmente de a la crítica y la opinión de los espectador el verdadero valor que merecen. Y es que los responsables de los programas de televisión, muy especialmente los que se pagan con dinero de todos, deberían estar sometidos al veredicto de la audiencia de forma directa, casi como si de un proceso electoral se tratara y hasta podrían hacerlo televisivamente. Imaginemos una cinta transportadora, como la de los supermercados o las cintas de correr de los gimnasios, sobre la que poner a los productores de determinados programas acompañados de los directivos que dan luz verde a sus programas y, una vez este da comienzo, poner en marcha la cinta conectada a la opinión generalizada sobre el programa. Por supuesto, habría una cámara permanentemente pinchada a la cinta para ver la evolución de la carrera. Algunos este sábado se habrían estampado contra la pared en los primeros diez minutos de programa.¡Momentazo!
Y es que el estreno de La Alfombra Roja Palace ha sido aún peor de lo que muchos habían vaticinado. La presunta recuperación del formato, ya manido y absolutamente pasado de moda, de Noche de fiesta, hubiera sido hasta aceptable en comparación con lo que se ofrecía a los espectadores en nombre del servicio público y el entretenimiento familiar.
Personalmente, solo llegué a ver el tramo final del programa: empecé con unas matrimoniadas, cortadas por el exacto mismo patrón que las vistas desde hace décadas, que ya me parecían lamentables y hasta desagradables en el tono en su momento; seguimos con unas actuaciones musicales incomprensibles, más propias de los minutos musicales de relleno con que se atiborran las parrillas nocturnas de las cadenas (creo que en algún momento pasaron por allí Marta Sánchez y Soraya, pero eso debió ser lo más actual que se vio en la gala), para luego pasar a la traca final, con la que se me desencajó la mandíbula y aún ahora no logro dar crédito ¡Mari Carmen, la de los muñecos, y Doña Rogelia! Han pasado casi 48 horas y escribirlo aún me produce la misma desazón que en el momento de verlo. Un insulto a la inteligencia, una patada a la poca credibilidad que pudiera quedarle a la cadena pública y una prueba inequívoca de que hay alguien en TVE que no está haciendo su trabajo. En resumidas cuentas, una vergüenza en todos los sentidos.
Desde el primer momento, las críticas de los analistas televisivos y las de cualquier espectador que estuviera presenciando el esperpento, se sucedían como un tsunami de incredulidad, como un bofetón de indignidad tras otro, como un boxeador noqueado por la desvergüenza de lo que estaba presenciando y por la impotencia. Hay programas en las televisiones privadas que son constantemente denostados por sus contenidos, pero cosas como esta son mucho peor televisión y mucho menos edificantes que cualquiera de los programas más criticados y no solo porque se paguen con dinero público, o quizá sí, pues es el hecho de estar pagado con dinero «que no es de nadie» lo que hace posible que salgan adelante cosas que, en cualquier otro lugar donde haya que justificar el gasto, donde haya que dar explicaciones a unos inversores, a unos accionistas, jamás pasarían el filtro.
Apenas un par de días antes de su estreno y, tras convertirse en la principal embajadora del programa, Ana Obregón se descolgaba del proyecto por, según se informaba oficialmente, problemas de agenda. Era una excusa complicada de aceptar, pues ni la obra de teatro en la que participa, ni el propio estreno del programa habían cambiado súbitamente de horario o fecha, por lo que todo apuntaba a algún tipo de desavenencia o problema interno. A la vista de lo emitido, empiezo a pensar que nuestra querida Anita era la que más sentido del ridículo y profesionalidad tenía de todo el equipo y ha preferido salir por piernas antes que verse mezclada con semejante fiasco colectivo.
Hay firmadas 13 entregas del programa, quiero creer que no saldrán adelante, pero ya no me espero nada de esta televisión delirante en la que pasamos de cosas tan estupendas como El ministerio del tiempo, a ver caballos en un plató entremezclados con presentadoras vestidas con transparencias, presentando un talent infantil salpicado de sketches de dudoso gusto y al presuntamente gracioso Jaimito Borromeo. Y ojito con decir que no te gusta, no te vaya a caer una demanda del productor, que parece tener la piel muy finita.