¿Spoilers? En realidad no, pero igual sí. Lee bajo tu propia responsabilidad.
El pasado viernes terminaba en EE.UU. la sexta y reducida temporada de Glee con la que Ryan Murphy ponía punto final a una serie adolescente que ha resultado ser mucho más que eso.
En los tiempos en los que entre la chavalería triunfaba High School Musical, llegaba a la televisión una serie en la que sus protagonistas eran estudiantes cantarines del instituto, con todos los clichés de una historia ambientada en esta localización: las animadoras insoportables y malvadas, los jugadores de fútbol buenorros y descerebrados y los marginados. Todos los elementos clásicos de la comedia adolescente reunidos en un producto con todos los tics de americanada que pudiéramos imaginar y que sin embargo, episodio a episodio, demostraba ser mucho más de lo que a primera vista aparentaba.
Su primer episodio tuvo un final realmente emotivo en el que quedaba bien claro que estábamos ante una historia sin complejos o mejor dicho, una basada en los complejos de unos jóvenes dispuestos a superar las dificultades, pero ya en el cuarto, con ese fabuloso Single Ladies, descubríamos que la ñoñería y el mensaje blandito que pudiera ser el hilo conductor de una historia común estaría salpicado de momentos geniales que harían que mereciera la pena.
Y así seguimos, algunos completamente entregados a Glee, descubriendo tras una brillante selección musical, una manera de comunicar mensajes importantes y necesarios a una juventud norteamericana que para muchos puede parecer muy moderna y tolerante, sobre todo sin viajamos a las ciudades más turísticas, pero que dista mucho de ser la imagen generalizada que podamos llevarnos de Los Ángeles o Nueva York.
La naturalidad con la que se han tratado la homosexualidad, el cambio de sexo, el síndrome de Down, la vida en una silla de ruedas, las rupturas sentimentales o la pérdida de la virginidad, son las señas de identidad de una serie que se enfrentó con valentía a todo lo que puede afectar la vida de una mente en pleno proceso de maduración. Si algo importante se dejó por el camino fue la drogadicción y ya se encargó el destino de afrontar el tema por su cuenta, con la trágica muerte de uno de sus protagonistas, Cory Monteith, por una sobredosis, a punto de dar comienzo la quinta temporada, una muerte que sobrecogía a todos sus compañeros pero también a quienes seguíamos la serie y no podíamos imaginar que, tras un personaje como el de Finn, se escondiera una personalidad tan atormentada y destructiva, mucho menos cuando todo en la vida parecía sonreírle.
Ya los venía arrastrando desde hace tiempo pero, tras la muerte de Cory, Glee vivía alguno de sus momentos más bajos creativamente hablando aunque al mismo tiempo, recuperaba su capacidad para emocionar hasta poner los pelos de punta en los momentos para recordar al desaparecido actor, contados pero impactantes episodios o escenas en los que el texto y las canciones elegidas tenían tanto sentido en la ficción como en la vida real. Esto ocurre muy especialmente en el último episodio con Rachael cantando un tema original lleno de referencias a su paso por la serie y la pérdida de su compañero y pareja, también en la vida real. Imposible no derramar una lágrima, o dos o tres.
No era la única vez que Glee lo intentaba con las canciones originales, pues esta fue una de las apuestas de la segunda temporada, que sin embargo no terminó de funcionar y pasó a ser un ejercicio de creatividad puntual en las siguientes. Tampoco tengo muy claro si funcionaba del todo la marcha de los principales protagonistas a Nueva York en la cuarta temporada, un cambio de localización que puso el foco en Rachael y Kurt, pero que al perder excusas para reunir a los principales protagonistas y perder la razón de ser original de la serie hizo que esta perdiera personalidad, que se convirtiera en otra cosa.
Finalmente, unos y otros han vuelto a McKingley High para una temporada final también con altibajos en la que varios episodios podrían haber funcionado como remate definitivo. Tanto el episodio con la despedida de Rachael de su casa como el penúltimo, con esa nueva interpretación del Don’t stop believeing que cerraba el círculo del Glee Club habrían dejado el listón suficientemente alto. Sin embargo, sus creadores han querido ir un pasito más allá y contarnos lo que hubieran deseado para estos grandes personajes que les han acompañado durante años, y no han podido reprimir la tentación de hacer un episodio en el que les vemos en el futuro, triunfales y triunfantes. Cuando parecía que el episodio podría quedar flojo, Sue Sylvester, uno de los mejores, si no el mejor personaje de toda la serie, nos regala un momento musical genial, por la elección del tema, y un discurso que resume seis temporadas de mensaje inspirador y a menudo necesario.
Claramente yo no soy público objetivo de esta serie, pero he de reconocer que he pasado seis temporadas deliciosas a su lado, algunas con más pena que gloria, pero con una sensación final realmente buena y una amarga sensación de pérdida en la más que necesaria despedida.