Con lo apretado de la jornada televisiva del lunes noche, he tenido que ver Casados a primera vista en un momento distinto al directo, algo que posiblemente haya hecho de su visionado algo más aburrido, pues estoy segura de que alguno de los momentos más simpáticos del programa, funcionaban aún mejor con la doble pantalla y las siempre inestimables colaboraciones desinteresadas de espectadores con mucha gracia. Pese a todo, el programa se me quedó cojo por cuestiones bastante más importantes que la mera ausencia de feedback de la audiencia, pues un programa de televisión ha de funcionar solo, sin necesidad de factores externos que deben ser tenidos en cuenta únicamente como adornos, añadidos al buen hacer plasmado en la pantalla.
Casados a primera vista me recuerda de alguna manera a otro formato similar que se emitió en Antena 3, Esta casa era una ruina que, presentado por Jorge Fernández y su equipo de decoradores y arquitectos, ayudaba a familias sin recursos a sacar adelante viviendas que estaban muy deterioradas o necesitaban adaptarse a las nuevas circunstancias de sus inquilinos. El planteamiento inicial de la idea, el tono con el que se muestran los protagonistas, son muy similares, intentando no sacar partido de drama alguno, con naturalidad y cercanía, con sosiego. Es el estilo Antena 3, muy valorado por la audiencia cuando se les pregunta, pero también más soso y menos atractivo para quienes disfrutan con los guiños y la postproducción de otros formatos como ¿Quién quiere casarse con mi hijo?. Si algo queda claro desde el principio, es que no nos encontramos ante este tipo de programa, que la intención de alejarse de esta imagen es clara. Encaja con la personalidad de la cadena, aunque quizá sea su principal defecto (del programa, no de la cadena).
Dónde sí se parece algo más el formato es en el hecho de seguir a todas las parejas al mismo tiempo. Por algún motivo yo pensaba que cada entrega del programa estaría centrada en uno de los nuevos matrimonios, pero nos ofrecen todos a la vez, unos con la relación más avanzada que otros, pero todos al mismo tiempo en un intento por favorecer un ritmo que, sin embargo, no termina de funcionar. En el avance de próximas entregas se puede ver la convivencia de estos dos desconocidos, momentos de su vida en común de los que se puede sacar un mayor partido televisivo, pero a los que puede costar llegar si el camino sigue siendo tan lento y poco atractivo. Si a los novios futuros se les plantea la boda en apenas 48 horas para evitar que se arrepientan y el tiempo les parece breve, a mí esos dos días se me hicieron eternos y casi soy yo la que sale corriendo y les deja plantados en el altar.
Pese a ello, la audiencia respondió bastante bien, pues en una noche plagada de opciones interesantes, lograron un segundo puesto con casi tres millones de espectadores, bastantes más que la segunda entrega de El ministerio del tiempo, a años luz de un programa de estas características pero con dificultades para atraer a determinado público que hace mucho tiempo olvidó que TVE existía.
A medida que avance el programa, se irá haciendo hincapié en asuntos más conocidos y reconocidos por los espectadores, como los problemas de la convivencia, la atracción que se despierta entre dos personas o las injerencias familiares en la vida de pareja, pero no creo que se vuelva sobre lo verdaderamente importante de un formato así: el análisis de la sociedad en qué vivimos y la necesidad de las personas de vivir en pareja. Habla siempre Mercedes Milá del experimento sociológico que es (o era) Gran Hermano, pero la verdad es que programas como este, al margen de la espectacularización que tengan o las trampas necesarias para hacerlo atractivo televisivamente, dan una idea de cómo somos como sociedad. Basta ver la emoción con la que algunos reciben la noticia de que se van a casar en un par de días con alguien que no conocen en absoluto para darse cuenta de la necesidad que tenemos como seres humanos de vivir en pareja y el sufrimiento de algunos cuando ven pasar los años sin encontrar esa media naranja. Creo que esto merece un análisis más detenido, de cómo hemos llegado aquí, si la necesidad es real o fruto de unas convenciones sociales que hacen que veamos a los solteros como unos fracasados. A mí desde luego es lo que más me llamó la atención de un programa que, por lo demás, me resulto lento y carente de mayor interés.
Ayer de casualidad me topé con este show y por curiosidad lo estuve viendo un rato.
…madre mía, a lo que somos capaces de llegar! vaya gestos, vaya caras, vaya actitudes, vaya primeras impresiones…vaya todo.
No le doy más del mes a ninguno de los recién casados.
Para echar unas risas no está mal el programa, pero no le auguro mucha vida televisiva.
Saludos al blog!!!