La palabra se escuchó por primera vez en la presentación del programa Levántate de Telecinco y desde entonces todo el mundo la ha adoptado para referirse a este tipo de programa en el que se busca la emotividad por encima del descubrimiento del talento.
Estrenado ayer con más de tres millones de espectadores, Levántate es uno más de los muchos programas de cantantes que hemos visto pasar por las parrillas de las televisiones, en este caso, con la particularidad de que los concursantes son niños acompañados por sus progenitores, cantando ambos.
Nada especialmente nuevo, pues programas de talentos protagonizados por niños hemos visto a menudo y en ellos nunca se ha dejado de mostrar a sus orgullosos padres, llorando en la grada ante las actuaciones de sus pequeños, emocionados en la presentación de sus retoños, sin olvidar los datos más lacrimógenos de sus biografías. Niños enfermitos, niños que han superado todo tipo de obstáculos en la vida, madres coraje, padres separados unidos por el amor a sus hijos.
No ha habido programa con niños en el que no se haya explotado esto, en mayor o menor medida. No ha habido programa de mayores en el que no se haya hecho también. Y no es algo de este país, es tan simple como llamar a los sentimientos más «puros» para establecer una conexión con el público. De hecho, lo primero que me viene a la cabeza en este sentido es aquel casting de Paul Potts en el que cuesta no emocionarse aún después de haberlo visto mil veces y donde la lágrima no era provocada por la musicalidad de su voz, sino por todo lo que rodeaba al personaje.
Los Emotalents no son nuevos, si acaso lo es la palabreja que a mí, lejos de ponerme en situación sentimental, lo que me sugiere es un programa de tribus urbanas con adolescentes vestidos de negro, con maquillaje exagerado y haciendo gala de una tristeza en la que se recrean.
Estilo Mediaset: si da audiencia, la calidad es irrelevante.