Parece mentira pero así es, llevamos 15 ediciones de Gran Hermano y, pese a que muchos de sus concursantes afirman saberse de memoria todo lo ocurrido en años anteriores, no dejan de caer en los mismos errores y no dejan de quejarse de las mismas cuestiones: los ganadores forzados y la edición de los resúmenes.
En la decimoquinta edición del programa, que terminaba anoche, la ganadora no era otra que Paula, a quién desde las primeras semanas convirtieron en ganadora aquellos a los que peor caía, aquellos que la querían ver fuera y arrastrada. No sé si Paula ha sido la mejor concursante del programa, la que más que juego ha dado o simplemente la más televisiva, pero está claro que, de haber pasado por el reality sin sufrimiento alguno, posiblemente no habría llegado tan lejos. Sus detractores, ciegos de rabia y henchidos de prepotencia, han ido sumando votos y más votos a su favor en cada gala, con cada comentario, con cada nuevo insulto.
El público de un programa como este, la gente que es capaz de invertir su dinero en llamadas de teléfono para salvar a un concursante que no conoce, a quién nunca ha visto ni verá, es gente llevada por la pasión del momento televisivo, gente que quiere escribir el guión del programa que esta viendo y, en este caso, gente que en su mayoría no adoraba a Paula, sino que simplemente detestaba a Omar y Lucía y quería ver la cara que se les quedaba cuando ella saliera victoriosa con su maletín. Muchas fueron las quejas anoche por invitar a estos dos a la casa en la noche de Paula y Alejandra, sin darse cuenta de que no se trataba de alimentar el favor del público, en una suerte que hace tiempo estaba echada, sino de premiar a quienes se han gastado un dineral para ver a esos dos caras de acelga marcharse con el rabo entre las piernas. Cómo después de tantos años aún hay gente que concursa en el programa y no ve este tipo de cuestiones tan evidentes es algo que se me escapa.
Pero tampoco entiendo que los concursantes sigan protestando por los resúmenes que acompañan a su paso por la casa, la selección de imágenes, de conflictos, de amores y desamores. Es evidente que todo lo que allí ocurre es mucho, que son numerosas las conversaciones con unos y otros, las discusiones, que el tiempo que pasan con sus compañeros está más o menos repartido, pero de igual modo, es evidente que ni se puede emitir todo, ni mucho menos tienen interés la mayor parte de las horas que estas personas pasan a lo suyo; que por mucho que en una semana no haya una sola riña, lo que interesa es cuando la hay, que se trata de contar una historia, de hacer aflorar el amor, la desesperación, el conflicto, todas las cosas que sazonan la vida, por pocas que sean.
¿Cómo es posible que a estas alturas aún no se den cuenta de que es imposible que salga todo o siquiera que lo que se percibe fuera sea parecido a lo que pasa dentro? Otro de los misterios de un programa que sigue funcionando gracias precisamente a estas cosas, a estos enfados, a esta manera de magnificar aún más cuestiones que ellos mismos afirman magnificar dentro de la casa y que solo después de mucho tiempo serán capaces de comprender, cuando la fiebre haya pasado, cuando se den cuenta de que solo eran marionetas de un programa de televisión al que, como dice Mercedes Milá, generosamente prestan su vida para el entretenimiento de los demás… bueno, no tan generosamente, pues el suculento premio final no está nada mal, incluso si hay que compartirlo con Montoro.
¿Realmente gana a quien vota la audiencia o gana quien le conviene a la productora del programa? Yo siempre he dudado de las votaciones por teléfono.