(OBVIAMENTE, CON SPOILERS DEL EPISODIO 100)
Ayer La que se avecina celebraba su episodio número 100 y, como corresponde a un evento como este y conociendo a los guionistas de la serie, todo el mundo estaba muy atento a lo que pudiera ocurrir con los residentes de Montepinar en esta efeméride. Y no pasó desapercibida. Tan es así que yo, que no soy seguidora de la serie, he visto el episodio, convencida de que merecería la pena y disfrutaría de la historia y sus referencias, como así ha sido.
Bien entrado el episodio, alrededor de los cincuenta minutos, y cuando nada hacía presagiar algo así, unas voces alteran la ya de por sí alterada comunidad para romper de algún modo la cuarta pared (esa que separa a las ficciones del espectador) y comunicar a los personajes que están, efectivamente, en una serie de televisión, que sus vidas no son reales y que todos sus sentimientos y vicisitudes solo son fruto de la imaginación de los guionistas que conducen sus vidas. Ante tamaña revelación, los personajes se rebelan y piden ser devueltos al mundo real, no sin antes pasar por el despacho del que se supone es Paolo Vasile, quién accede a sus demandas.
En realidad la cuarta pared no se rompe del todo, pues lo que ocurre a continuación sigue siendo ficción y en ningún momento los personajes pasan a ser los actores en la vida real, sino personas, aparentemente sin pasado, creadas de la nada, que de pronto descubren que su vida ha sido una farsa, es decir, ficción dentro de la ficción. Que el personaje de Vasile no fuera realmente él (lo que hubiera sido un gran acierto) es solo un elemento más que nos recuerda que seguimos ante una historia, una fábula, un invento.
Tras comprobar que poco pueden hacer con sus vidas fuera de Montepinar, regresan a su mundo de fantasía, no sin antes hacer unas cuantas peticiones que les son concedidas y que hacen de ellos unos muy satisfechos personajes, solo para descubrir que todo ha sido solo un sueño de uno de ellos tras un duro golpe en la cabeza. Una referencia a una de las historias más lamentables de la ficción nacional, el tan criticado final de Los Serrano, que aquí se resuelve de otro modo pero que creo que ha quedado marcado ya como respuesta cutre a cualquier cosa que se plantee en televisión. Es la única pega que puedo ponerle al episodio de ayer, que me pareció una buena manera de hacer un homenaje a la serie, a su antecesora y a muchas de las cosas que habían pasado por allí, incluida una muy echada de menos Mariví Bilbao.
Según parece, la manera en que se ha resuelto el episodio no ha gustado a muchos y los hermanos Caballero, responsables de todo lo que ocurre en la serie, están sorprendidos del revuelo formado, pese a ser conscientes de que este giro no gustaría a todo el mundo. A mí lo que me sorprende es que ellos se sorprendan, conocedores como son ya de las dinámicas que se establecen entre la audiencia en los tiempos de internet. Antes todas las protestas por una determinada decisión de este tipo se limitaban a los comentarios en la oficina al día siguiente o, como mucho, un par de cartas de fans muy decepcionados pero, hoy en día, con la facilidad para llegar a los protagonistas y responsables por medio de las redes sociales y la fuerza de sentirse parte de un grupo, pudiera parecer que la furia es mucho mayor cuando en realidad solo es más efervescente.
Llegar al episodio 100 de una serie es un gran evento en el que los guionistas y creadores deberían tener carta blanca para hacer lo que les de la gana, se lo han ganado y, en este caso además, han estado bien. Felicidades.