Así es como siento después de asistir estupefacta a la última campaña antidescargas, en este caso del grupo Atresmedia. Disgustada porque me consta que en el grupo existe mucha gente con la mente muy abierta, dispuesta a hacer cosas en favor de los nuevos tiempos, conscientes de que hay un imparable cambio en las formas de distribución y consumo y que es imprescindible adaptarse para sobrevivir y, por ello, no comprendo que el mensaje de presentación de una campaña de mentes abiertas sea el spot «Crea cultura» que desde ayer se emite en todos los canales del grupo. Disgustada porque, del mismo modo que hay entidades y empresas a las que no tengo ningún cariño y sus mensajes me resultan indiferentes, me duele ver como otras que no están tan alejadas de la realidad y en las que hay gente trabajando en el buen camino, se termina mostrando un discurso que bien podría ser el de la SGAE de hace un lustro.
Y por supuesto, me siento absolutamente señalada en un spot como este en el que directamente se me acusa a mí de destruir empleos. Porque yo soy de las que se baja contenidos de internet, sin pagar y sin permiso de sus autores (bueno, sin permiso aparente, pues según parece muchos de los primeros episodios de series norteamericanas que me he bajado en estos años han resultado estar filtrados por trabajadores de las cadenas o productoras responsables del producto, luego he de asumir que, no solo tenía permiso para hacerlo sino que se me está animando a ello por personas que no temen perder su trabajo por ello).
Pese a pagar por los televisores que tengo en casa, pese a pagar mi antena de televisión (400€ me acaba de costar poner una nueva), mi suscripción mensual a Digital + desde hace 14 años y mi conexión a internet (dos concretamente), aún debo aguantar que me digan que soy inmoral porque me descargo series, que hay gente que no puede dar de comer a sus hijos en parte por mi culpa. ¿Por mi culpa? ¿En serio? Alguien está equivocándose de enemigo y lo que es peor, está atacando a su mayor fan.
Porque en este problema, en este cambio de modelo de consumo que, efectivamente, se está llevando a muchos por delante, el usuario que consume masivamente contenidos por internet es el mejor fan del producto que se descarga, el cliente preferente que todos querríamos tener como empresa, no es el enemigo. Esa gente que presume de descargárselo todo como un poseso solo por el orgullo de jorobar a la empresa que lo fabrica, ese ni lo ve, ni lo verá, porque no le interesa, no es un amante de la televisión, no tiene ningún interés en tus series y nunca se sentará frente a un televisor a ver tu producto, ese es un idiota bocachancla, sí, pero ni siquiera ese es tu enemigo, porque a ese nunca lo encontrarás consumiendo tu producto, ni aunque se lo des gratis.
¿Soy yo culpable de destruir empleos porque he descargado y visto The Crazy Ones? Nadie había comprado la serie hasta que Robin Williams murió, nadie había tenido interés alguno en ella o, si lo habían hecho, nadie la había anunciado aún, por lo que no cabía esperar que finalmente terminara por emitirse, hasta la muerte de su protagonista. Es normal que mucha gente fan del actor o hasta estudiantes de publicidad conocedores de la existencia de la serie se interesaran por ella, pero no había ningún sitio donde verla, ni pagando, ni sin pagar pero con permiso explícito de sus autores. Hace unos años la única opción era aguantarse, pero hoy en día tenemos el contenido al alcance de un click. Es inevitable que los miles de seguidores de cualquiera de los actores presentes en el proyecto sientan interés y que muchos de ellos se descarguen los episodios que de otro modo no podrían ver. Que alguien me diga qué daño se hace con ello.
Es más, que alguien me diga de qué manera se miden los empleos que se pierden porque yo y la gente como yo vemos algunas series descargadas de internet. Volvemos al simplismo habitual de asignar un valor económico a cada descarga y directamente sumar, cuando esto no tiene sentido alguno por numerosas razones: ni todo lo que se descarga se ve, ni todo lo que se descarga deja de verse en televisión. Yo no pago menos por mi suscripción al plus cuando veo una de sus series descargada y no son pocas las series que he empezado viendo por mi cuenta y he seguido consumiendo directamente en el canal en sus temporadas sucesivas, especialmente cuando los canales se adaptan tan bien a los nuevos tiempos como para emitirlas al día siguiente de su estreno en USA, algo que convierte en un sinsentido las descargas pero que jamás habría ocurrido si no fuera por ellas.
Tampoco he dejado de ver algunas series porque ya las hubiera descargado antes, porque los teléfilos somos así, vemos las cosas varias veces, aunque nadie nos las apunte en sus cuentas de la vieja. Por no hablar de cuántas personas habrán visto una serie porque alguno de esos inmorales que se las descarga de internet se la ha recomendado. Sin ir más lejos, el excelente estreno de Broadchurch el pasado miércoles en Antena 3 debe parte de su éxito a la buena crítica que la serie ha tenido entre quienes se la habían bajado ya. No olvidemos que ahora ni siquiera es necesario leer sesudas críticas de televisión para estar al tanto de lo que merece la pena ver, pues twitter es el principal magnificador de opiniones y basta con seguir a unos cuantos aficionados a la televisión internacional para saber qué productos pueden encajar con nuestros gustos. En este caso además, la serie ha tardado un año en emitirse y, aún así, ha sido un éxito. Según las teorías de algunos esto es un sisnsentido, pues ya todo el público objetivo de la serie se la habría bajado ya y la habría consumido ilegalmente, poniendo en riesgo el pago del recibo de la luz del pobrecito David Tennant. Y sin embargo, tres millones de personas, entre las que me cuento, estábamos pegaditos al televisor, muchos de nosotros conocedores de la calidad del producto gracias a todas esas otras personas que ya lo habían visto.
También me da por pensar a veces, sin tener las cifras a mano, que la mayor parte de los contenidos audiovisuales que descargamos son extranjeros: en el caso que más me afecta, el de las series y programas de televisión, norteamericanos y británicos y, por lo tanto y dado que se supone entonces que no es rentable comprarlo porque «todo el mundo lo ha visto ya ilegalmente», esto debería ser una excelente noticia para la industria española, pues lo que compensa verdaderamente es hacer producto nuevo, el que solo puede aparecer en internet una vez se ha estrenado, que es cuando se rentabiliza (porque ojo, la tele se rentabiliza esencialmente cuando se estrena el episodio, lo demás, dicen, es residual). Si el negocio está en el directo y para el directo no compensa comprar sino crear nuevo… algo no me cuadra.
Me podría extender hasta la extenuación poniendo ejemplos de motivos por los que no me considero una amenaza para la industria por descargar contenidos, pero lo cierto es que me agota volver a recordar los argumentos que una y otra vez me veo obligada a repasar mientras nadie habla ni persigue a quienes hacen dinero con los contenidos de otros, quienes explotan a gente poniéndoles a vender ilegalmente (esta vez si) y a la vista de todos esos mismos contenidos, haciendo industria paralela y absolutamente oscura, sin pagar impuestos que sí afectan a la pérdida de trabajo y servicio sociales a los demás. Pero no, esos no parecen ser el enemigo, el enemigo soy yo.
Para opiniones algo menos extremas que la mía, os sugiero leer a Antonio Ortiz, Borja Adsuara y Jorge Segado, que también comentan sobre el tema y hacen hincapié en la buena voluntad del grupo al abrir un debate sobre el mismo, voluntad que también alabo aunque no pueda evitar pensar que para el diálogo, es fundamental no empezar señalando a nadie con el dedo.
Yo me siento igual. Pago internet, suscrito al servicio Tivo de Ono y con una colección se DVD y blu-ray que ya no me cabe en las estanterías.
Y no hay nada que me de mas rabia que tenerme que tragar los anuncios antipiraterias de los DVD y blu-ray COMPRADOS.