Esta pregunta no tiene sentido en paises como EE.UU., donde todo el mundo sabe que las principales series en emisión se estrenan una vez al año, en otoño, mid-season o verano y donde las fechas apenas bailan unas pocas semanas arriba o abajo. El espectador sabe bien a qué atenerse y cuánto le tocará esperar cada vez que una temporada concluye y las cadenas ponen todos sus esfuerzos en promocionarlas y hacerlas lo más competitivas posibles.
En España sin embargo esto no ocurre. No solo es frecuente que no sepamos cuántos episodios tiene una serie cuando se estrena, tampoco sabemos, una vez terminada la temporada, si pasará un año completo hasta que volvamos a verla o si por el contrario solo el verano o las fiestas navideñas nos separarán de nuevas historias de sus protagonistas. Es cierto que las series españolas no tienen un recorrido tan largo como las americanas, con más de 20 episodios por temporada, y por lo tanto no cubren el año entero con sus tramas, pero la incertidumbre con respecto a su próximo estreno o incluso la celeridad con que se hace, no benefician nada al producto final y su desempeño.
Esta semana precisamente finalizaba en Telecinco la emisión de B&B, con la duda sobre si uno de sus principales protagonistas ha fallecido. Todo apunta a que no será así, dada la importancia del personaje y su relevancia como motor del éxito del producto (que yo personalmente no comparto), pero los espectadores deberán esperar al estreno de la segunda temporada para conocer su destino. Ante tal intriga, ya son muchos los que apuntan a que no podrá mantenerse la tensión entre los fans de la serie por mucho tiempo y que posiblemente la cadena lance nueva temporada en otoño, ansiosos por no perder la audiencia que tanto trabajo le ha costado conseguir.
En el sentido contrario, y como ocurre también en EE.UU. con algunas series y cadenas, también Telecinco anunciaba la próxima emisión de la segunda temporada de El Príncipe, en este caso dividida en dos medias temporadas, intentando alargar el éxito de una ficción que concluye definitivamente con esta segunda entrega. A diferencia del comportamiento habitual mostrado con las series en esta y otras cadenas nacionales, en este caso no parece que se tenga miedo alguno a perder el favor de los fans y seguidores de El Príncipe y se busca una manera distinta de explotar el producto.
¿Qué diferencia una serie de otra para que su emisión sea tan distinta? ¿Es solo una cuestión de confianza o avanzamos hacia un nuevo modelo de explotación de la ficción, más parecido al probadamente exitoso de EE.UU.? ¿Se puede conservar el interés de los espectadores durante meses si la propuesta es suficientemente atractiva? Yo creo que definitivamente sí, pero también creo que para emular el modelo americano, al menos el de las grandes networks, con productos de consumo más continuo, no delicatessen como puedan ser Mad Men, Breaking Bad o Masters of Sex, es importante el hecho de que las temporadas tengan un número de episodios lo suficientemente largo como para extenderse en el tiempo toda la temporada. Para ello también es preciso que la lucha entre cadenas, que la competencia legítima del prime-time, se estructure de otra forma, con otro respeto hacia el espectador y el producto, una competencia que permita una parrilla estable en la que los grandes e inevitables parones que las series sufren durante la temporada, no impidan que sus seguidores sepan, a ciencia cierta, que la serie volverá a su lugar de siempre, a la hora de costumbre y no sientan la necesidad de perseguir los episodios por la parrilla, sin idea alguna de dónde acabarán recalando o siquiera si volverán.
Se habla a menudo de las bondades de la competencia y en este caso, el del prime-time de las televisiones, no cabe duda que EE.UU. es buena muestra de ello. Con la cantidad de cadenas funcionando al mismo tiempo con una estructura tan similar y unos hábitos de consumo tan claros, es imposible organizar una parrilla mirando qué hacen los de alrededor y esperando al último momento para tomar decisiones. Aquí no queda más remedio que competir intentando ser el mejor, no importa cuantos haya a nuestro lado compitiendo. En España, con apenas dos grandes grupos compitiendo entre sí, las decisiones se toman con demasiada frecuencia pensando qué va a hacer el de al lado, y no con el afán de ser el mejor, por encima de cualquiera. Se busca únicamente ser un poquito mejor que el otro, y los productos se distribuyen por la parrilla no para buscar una audiencia, sino para «robársela» a los otros. Es una forma legítima de competir, pero no es la mejor y fomenta, en no pocas ocasiones, que funcionen productos de calidad y resultados mediocres.
No nos olvidemos que la duración de los episodios de las series nacionales es de entre setenta y ochenta minutos, prácticamente el doble que en la ficción estadounidense. Esto no sólo incide en la calidad de los guiones, a menudo hinchados con tramas prescindibles o de menor calado, sino en el tiempo de grabación y producción de cada episodio.