Nueva entrega de Viajando con Chester ayer, con resultados más bien discretos, aunque más que satisfactorios para la media de la cadena y críticas bastante positivas, lo que hace presagiar una posible renovación del programa por una nueva temporada. Personalmente, sigue pareciéndome un buen programa, uno interesante por la manera de abordar lo que desde un principio han dado en llamar conversaciones, que no entrevistas, y que realmente se muestra así, como una charla informal. Pese a ello, echo de menos el tono de las dos primeras entregas, las repreguntas cuando el personaje se iba por la tangente o cuando directamente decía tonterías, y ayer pudimos escuchar unas cuantas, las preguntas incómodas que hacían que los personajes sintieran el chester más como una antigua silla de escuela que como un mullido sofá de salón. No sé en qué órden habrán sido grabadas las distintas entrevistas, ni qué hizo que Zapatero y Lorenzo fueran los primeros elegidos para presentar el programa pero, una de dos, o ya me he acostumbrado al tono de estas conversaciones y me resulta natural, o la elección de las dos primeras fue una astuta estrategia para vendernos un Risto a medio camino entre el troll de OT y el inteligente conversador que sin duda es.
Pese a todo, los espectadores siguen alabando por el programa por una cuestión fundamental, lo que han dado en llamar «libertad de expresión», y digo han dado en llamar porque creo que la percepción es errónea o quizá lo sea la expresión utilizada para definir algo que, sin duda alguna, es una de las virtudes de Viajando con Chester. Dicen los seguidores del programa que en Viajando con Chester hay «por fin» libertad de expresión, sin darse cuenta de que esta afirmación da por sentado que el resto de programas no la tienen, como si los responsables de dar luz verde a los formatos no fueran los mismos en todos los programas de la cadena o incluso del grupo. No es que Risto o La fábrica de la tele de pronto sean unos adalides de la libertad de expresión, si es que realmente lo son, en tal caso deberíamos hablar de cómo su conductor, el propio Risto, ejerce esa libertad que está presente, o debería, en el resto de programas de televisión.
Que las charlas de Risto frente a personajes que todos conocemos bien por su presencia constante en los medios nos resulten llamativas por lo que se habla en ellas, por lo que se dice, por lo que se atreven a comentar en su presencia no es, en mi opinión, mérito de la cadena, no es que de pronto la libertad de expresión campe a sus anchas por los pasillos de Cuatro, sino que es mérito de quién por fin, después de muchos años, ha decidido hacer a los personajes, más concretamente a algunos políticos, las preguntas que desde casa todos nos hacemos, sin temer a las respuestas. El mérito es de Risto, claro, pero también de los responsables del programa que han decidido hacerlo así, que han buscado la persona más adecuada para dar este paso, y que curiosamente no es un periodista.
Como ya comenté tras su estreno, la principal virtud de Risto Mejide como entrevistador/charlador es la de no ser un profesional de la pregunta, la de no sufrir las constricciones propias de una profesión que, convencida de ser la vigilante de la moral solo por el hecho de ser, hace tiempo que peca de los mismos defectos que aquellos a quienes debería controlar y ha dejado de hacer las preguntas que los ciudadanos esperan y permite que el papel inquisidor lo ejerzan otros, amparados por la normalidad y con la sana intención de saber lo que los medios de información hace tiempo que no nos cuentan.
Así, el mérito de Risto y su programa no es disponer de una libertad de expresión que otros no tienen, es simplemente, ejercerla.
La verdad que sobre todo la entrevista a Anasagasti fue un masaje. Y mira que tenía de donde tirar.