Que Niños Robados haya sido un éxito de audiencia es algo que no debería sorprender a nadie y nada tiene que ver con el supuesto desgaste de Top Chef en Antena 3 o los cansinos (pero aún muy divertidos) de ¿Quién quiere casarse con mi hijo?.
La historia que cuenta esta miniserie de Telecinco es de las que encogen el corazón y pone las lágrimas a flor de piel a cualquiera que haya seguido el caso en los informativos, un caso que a más de uno habrá hecho pensar, si las fechas de su nacimiento coincidían, si no será uno de esos niños robados. ¿Cuantos espectadores de la miniserie habrán curioseado su álbum familiar en busca de fotos de su madre embarazada? ¿Cuantos habrán cotilleado su partida de nacimiento? ¿Cuantos no habrán sentido un sobresalto al saberse nacidos en determinado hospital en aquellos años?
Niños robados es una historia tremenda que además podría habernos pasado a cualquiera de nosotros, un caso de dimensiones extraordinarias que sigue sin resolverse, que no ha castigado a sus culpables y que mantiene en vilo aún a decenas, centenares de familias. Verlo reflejado en pantalla a través de las impecables Nadia de Santiago o Macarena García, madres despojadas de unos bebés a los que querían conservar y que solo la maldad de unos pocos arrancaron de sus brazos, es desgarrador, porque la historia es terrible y porque era verdaderamente difícil hacerlo mal y no emocionar.
Pese a la fuerza natural de la historia, no debemos pasar por alto el buen hacer de sus interpretaciones, la gran dirección de actores, sorprendentemente potentes en algunos casos, como el de una malvada Belinda Washington o el siempre imponente Emilio Gutiérrez Caba, la soledad y dolor que logran transmitir con la luz, la música, lo raído de unas escenas ambientadas hace más de 30 años. Todo el conjunto funciona como un reloj y logra hacer sufrir al espectador como si formara parte de la historia, como si esas madres fueran algo nuestro… y es que al final lo son, parte de nuestra historia, una muy negra y vergonzante.
Con el caso aún abierto, con todo por hacer, con decenas de familias por reencontrarse, abordar este proyecto era algo muy delicado y parece claro que la tarea se ha saldado con nota. Una pena que alrededor de la emisión de esta ficción tan real se haya montado el espectáculo habitual que acompaña a hechos terribles de estas características y se haya convertido su emisión en «La noche de los bebés robados», añadiendo un coloquio con afectados antes y después de la emisión, un coloquio presentado por un Jordi González que está lejos de ser un personaje empático, que desde su posición de habitual soberbia parece dictar sentencia sobre todo lo que dice.
Creo que el programa contenedor era absolutamente innecesario, pero también creo que las circunstancias de caso abierto que caracterizan la búsqueda de estas familias pueden llegar a justificar la necesidad de los afectados de salir en televisión, de contar su historia y mostrar sus caras por si alguien de su familia real está mirando. Pero no con Jordi González. Quizá sea una manía personal.
Pero dejemos la negatividad a un lado. Este caso no ha terminado, estoy segura de que tendremos oportunidad de comentarlo en no pocas ocasiones.
Post originalmente publicado en Generación Young.
Sin querer menospreciar a la miniserie, creo que el verdadero drama se ha llegado a tramistir de verdad por las personas que han sido capaces de contar su historia en programas como el de Jorge Javier Vazquez.