(OJO SPOILERS: Si como yo hace un par de meses, aún no has visto Friday Night Lights y entra en tus planes hacerlo, quizá no quieras seguir leyendo)
Hace unos años un amigo me recomendó que viera Friday Night Lights, era el mismo amigo que en su momento me había recomendado Hermanos de Sangre y Perdidos, razones más que suficientes para hacerle caso. Sin embargo, después de ver el primer episodio con su fuerte carga de fútbol americano y el trágico accidente de Jason Street, no logré animarme a seguir, ayudada por lo reacia que soy a ver series americanas en versión original sin subtítulos, motivo que en muchos casos me hace cuesta arriba algunas series del «deep USA» en las que no logro entender a los protagonistas. Después de aquello, escribí en algunas ocasiones sobre la serie y sus aventuras para mantenerse viva, consciente de que se trataba de algo grande con lo que yo no había logrado conectar.
Pasado el tiempo y después de adorar a Connie Briton en sus interpretaciones en American Horror Story y Nashville, llegué a una de mis lecturas más recomendables de este verano: The revolution was televised, un repaso a las series que cambiaron la forma de hacer y ver la televisión con ejemplos desgranados hasta el último detalle. Uno de los capítulos estaba dedicado precisamente a FNL, hasta el momento el libro me estaba encantando y al poco de comenzar el capítulo, tras, entre otros piropos, el comentario del autor sobre la cantidad de lágrimas derramadas sobre la serie, no pude hacer otra cosa que dejar el resto del capítulo sin leer y descargarme la serie completa. Cinco temporadas irregulares que han convivido conmigo estos meses de verano y que me han dejado un gran sabor de boca, una sensación de realidad en muchas de sus entregas tan desgarradora como bien hecha y una convicción de que, pese a su dulce final, FNL verdaderamente retrata la vida, con sus dramas, sus zancadillas, sus miserias y las personas que en ella habitan, mayoritariamente llenas de grises.
Friday Night Lights no es en absoluto una serie redonda. Empieza muy bien, aunque cueste entrar en ella, y logra que te encariñes con muchos de sus personajes, tanto más cuanto más imperfectos son. Es además un divertido ejercicio de salto en el tiempo, con algunas caras muy conocidas de series recientes. Sin embargo, hacia la mitad de la tercera temporada, empecé a sentirme algo cansada, quizá por el hecho de estar viéndola en un maratón difícil de abordar, pero también por una de sus características principales que es al mismo tiempo una virtud y un problema: la entrada y salida de actores. Cuando uno se engancha a una serie, pocas veces puede decir que lo hace solo por las tramas, independientemente de aquellos que las protagonizan y aunque en este caso la limitación de las historias que podrían desarrollarse en el pueblo hacían necesaria la renovación de personajes de forma más o menos habitual, la manera en la que se abraza esta evidencia deja muchas veces coja la serie y huérfanos de referencias a sus espectadores. Se podría haber optado, como en tantas otras series de adolescentes, por el eterno estudiante, pero en lugar de eso, la historia se limita a mantener como eje estructural a los Taylor y el resto de personajes entran y salen sin motivo aparente, más allá del evidente fin de curso. Quizá este sea el problema fundamental, que como espectadores no sabemos nunca si los personajes están ausentes por unos pocos episodios o si han desaparecido para siempre, pues no se corta el cordón umbilical con ellos y algunos asoman de forma ocasional. A veces para recordarnos que su ausencia se nota, otras para demostrarnos que su papel ya no tiene recorrido.
A medida que pasan los años, otro de los pilares se nos cae, cuando nos damos cuenta también de que ese entrenador al que adoramos, ese que lo da todo por sus chicos, tanto en el terreno deportivo como en el personal, es un poco capullo en casa. Gracias que los guionistas optaron por ese final amable y feliz que deja a todos los personajes satisfechos, porque no me hubiera sorprendido nada encontrarme lo contrario en un hombre que demostró ser machista con su mujer y un poco intolerante con su casi irreprochable hija mayor. Lo peor del asunto es que el entrenador Taylor no es más que la representación de muchos millones como él que en tantos pueblos y pequeñas ciudades no entienden que el rol de la buena esposa ha cambiado. Me queda la duda de si con esta serie se enfatiza esa necesidad de cambiar el chip o se muestra como algo excepcional derivado de una extrema bondad del entrenador y un bonito amor como el de los Taylor.
Finales felices aparte, Friday Night Lights es esencialmente un drama de primera categoría, uno que no tiene tiempo, ni ganas, para el humor, el chascarrillo o la gracieta que nos haga enjugar las lágrimas antes siquiera de verterlas. Y eso me gusta.
Absoluto fan de la serie. Lo que me da la impresión es de que no pudieron, quisieron o supieron hacer de Matt Saracen un fijo, y creo la serie sufre muchisímo en cuanto el a)se gradúa y b)Aún mas cuando «desaparece» y se va a Chicago. Por el contrario, esa manía de meternos con calzador en todas las temporadas al chulopo de Riggins… pues ahí está el «carrerón» que se ha marcado Kitsch en el cine.