Está claro que Antena 3 no quiere dejar escapar la oportunidad de ser la primera en lanzar nueva programación y acaparar toda la atención mediática en los primeros compases del nuevo curso televisivo. Así, después de estrenar el lunes su oferta de ficción internacional, La Cúpula, ayer daba otra pincelada de lo que nos espera con el estreno de Vive Cantando, por el momento, sin la competencia de su propia protagonistas en Telecinco, como se llegó a temer. Y no le ha ido demasiado mal, con un 18,7% de share, que quizá resulte algo corto para una noche con poca competencia potente como la de ayer.
El punto de partida de Vive Cantando sonaba bastante mal cuando se dio a conocer: los elementos cantante de orquesta de pueblo y karaoke de barrio no resultaban nada apetecibles y las imágenes promocionales no ayudaban demasiado. Luego vino la promo, con la resultona musiquita de Bruno Mars y la cosa apuntaba a rescatable hasta que ayer, viendo el primer episodio, la cosa quedó en tablas.
Pero pongámonos en situación: María Castro, conocida y reconocida por muchos como la Jessi de Sin tetas no hay paraíso, es ahora una cantante de pueblo ordinaria y un poco putón, lo que queda bien claro en las primeras escenas de la serie. Sin embargo, tras sus minfaldas de lentejuelas y su ligereza de cascos, se esconde un gran corazón que no la hace dudar en volver al barrió del que salió para ayudar a su familia tan pronto se entera de que su hermana padece un cáncer terminal (o eso nos dan a entender, porque en ningún casi se menciona la enfermedad). Allí, deberá acostumbrarse a convivir con sus sobrinos casi adolescentes (imposible en una serie española renunciar a este target) y un padre con el que nunca se ha llevado bien, además de recuperar la relación con vecinos, amigos de la infancia y algún ex-novio.
Hasta aquí la historia no tiene ningún interés y el desarrollo de la misma no hace que mejore, sin embargo, no es la primera serie con tramas familiares de estas características que logra encandilar a los espectadores, que al final solo queremos historias bien contadas, convenientemente hiladas y adecuadamente interpretadas, que no todo ha de ser un sorpresa tras otra. Y en este sentido, Vive Cantando es, ni más ni menos, que una historia de una familia con dificultades, de convivencia entre ellos y, como tantas otras hoy en día, de ajustado presupuesto y complicada situación laboral.
Y aquí es donde apreciamos una de las cosas que más me gustaron de la serie ayer: la realidad cercana que transmite, aunque no lograra del todo hacerla creíble. Si de algo me quejo frecuentemente con las series españolas es de la incapacidad para localizar sus tramas, sin embargo ayer, pudimos ver un bar con referencias al Rayo Vallecano y una oficina del Inem. Relación directa entre ambas cosas, ninguna, pero sí nos permite conocer a los protagonistas de otra manera, como si de personajes reales se tratara, como aficionados a equipos de fútbol reales, con problemas que se gestionan en sitios de verdad y a los que casi todos los espectadores habrán tenido que acudir alguna vez, muchos de ellos, por desgracia, todos los meses. Son pequeñas cosas muy sencillas de trasladar a una serie, pero que en muy pocas ocasiones se ponen sobre el papel, mucho menos sobre la pantalla, temerosos supongo de localizar demasiado y perder espectadores en otras regiones o acercarse tanto a la realidad que alguien pueda molestarse cuando la necesaria ficción tergiversa algunas cosas para hacerlas más televisivas. Ayer apenas hubo un par de temerosas pinceladas pero yo las agradecí, cansada como estoy ya de que parezca que todo en la ficción española ocurre en el Santa Justa de turno.
Pese a ello, el concepto familia y barrio humilde que ofrece Vive Cantando se convierte inexplicablemente en un retroceso de 20 años en el tiempo, tanto en los bares como en las casas y vestimentas de los actores, que fácilmente podrían formar parte de una serie de los años 90 y hasta en Los Serrano resultarían anticuados, por no hablar de Médico de Familia, que les daba unas cuantas vueltas en modernidad, supongo que por eso de que los médicos ganan más que las cantantes de orquesta.
Finaliza el primer episodio con la muerte de una de las protagonistas, la hermana enferma que daba pie al cambio de vida de «la Trini» y cuyo fallecimiento no esperábamos, principalmente por un motivo, la elección de la actriz que interpretaba el papel, una conocida Pilar Castro que para muchos era uno de los grandes activos de la serie. Y a mí, que se ve que me gusta llevar la contraria, este detalle me ha parecido de lo mejor del episodio, pues estoy cansada de series en las que adivinas si un personaje morirá o no morirá, será o no relevante, en función de la categoría del actor elegido para interpretarlo. En este caso, muchos asumimos que Luisa estaría presente en varios episodios, por no hablar de la idea que atravesó muchas de nuestras mentes, la de que podría llegar a recuperarse de su enfermedad solo porque no nos planteábamos que se contratara a Pilar solo para un papelito. Sin embargo, cuando apenas quedaban unos minutos del primer episodio, una cursi voz en off nos informaba de su muerte en lo que es definitivamente un acierto, aunque solo sea por la sorpresa creada en el espectador, al que tenemos muy mal acostumbrado.
El desarrollo de este primer episodio terminaba así con un mal sabor de boca, con un punto triste a hora y media de drama sin apenas tiempo para la sonrisa, en un intento por hacer un drama de verdad, y no la eterna dramedia que deba dejar con buen sabor de boca al espectador incapaz de enfrentarse a una historia de ficción que no le arranque una sonrisa por cada dos lágrimas. Esta, que parece ser una de las críticas que se le han hecho a la serie al terminar, a mí me parece otro acierto, pues considero que la realidad es así, muchas veces dramática y que las buenas series tienen que aspirar a parecer reales, sin miedo a ser duras, sin que a los guionistas les tiemble la mano encadenando una pena con otra o con una alegría, pero no necesariamente una carcajada o un mal chiste. Así son series americanas de corte familiar como Parenthood o Friday Night Lights (ustedes me perdonarán la comparación) y nadie se ha quejado nunca de que no soltáramos una carcajada con ellas.
Y con todos estos puntos a favor, a los que debo añadir la buena dirección de actores, la serie se queda sin embargo muy cortita, el primer episodio se hace lento y no ha despertado en mí interés alguno por seguir viéndola. ¿Qué le falta exactamente a Vive Cantando? Alberto dice que es la misma serie de siempre, Borja cree que apunta maneras pese al bajo presupuesto y Miriam que es una oportunidad perdida, disparidad de opiniones que deberemos revisitar en unas semanas cuando competencia y rodaje pongan a Vive Cantando en su sitio. Me temo que no puedo asegurar que yo esté allí para comprobarlo.
Justamente lo que comentas del «desfase temporal» es lo mismo que pensé yo. Parece una serie hecha en los 90, no sólo por la estética sino por el estilo de vida y por los valores que plasma. Esto del punto de encuentro en el bar del barrio, la comunidad donde todos se conocen y ayudan y la solidaridad entre iguales es muy de los 90 (nostálgica de esos tiempos que soy, reconozco que tuve un nudo en la garganta todo el rato). Es cierto que hasta Médico de familia era más moderno. De todos modos, está bien: un producto blanco y blandito en plan «en tiempos difíciles, nos tenemos que ayudar los unos a los otros». Ya digo: mensaje y estilo de vida de los 90 en los que sí había esta cercanía y solidaridad vecinal. Saludos.