Ayer terminaba con gran éxito la primera edición de Masterchef España, un programa que se ha cocinado a fuego lento en todos sus aspectos, el más reconocido el de la audiencia, que empezó tan poco prometedora que nadie auguraba que acabaría siendo líder semana tras semana, batiendo su propio record hasta llegar al 33.1% de share de anoche, con más de 5,5 millones de espectadores pendientes de quién se alzaba finalmente con el título. Audiencia sin duda favorecida por la desaparición de competencia fuerte como Gran Hermano hace un par de semanas y Gran Hotel el pasado martes.
A todas estas personas que seguían el programa desde sus casas, habría que añadir las casi 1,000 que pudieron asistir a la emisión en directo del programa en la sala kinépolis de Madrid, que recibía a los protagonistas entre aplausos y fans entusiasmados. Tuve la suerte de poder asistir a este evento, una interesante experiencia que me permitió ver el programa con algo más que mi percepción personal del mismo y sentir lo que la mayoría de la audiencia percibe. Comprobé así como Jordi Cruz se ha convertido en auténtico ídolo de masas, especialmente entre las niñas más jovencitas y el impresionante cariño que ha logrado despertar Maribel, una de las más jaleadas entre los asistentes. Pese a lo que podría parecer, José David no despertaba fobia alguna (y eso que la edición del programa se ha esforzado por encontrar su villano en él) y en general se desprendía una sensación de aceptación mayoritaria al programa como conjunto que es muy difícil de conseguir. Evidentemente, a este tipo de eventos van los seguidores del programa, nunca sus detractores, pero es difícil encontrar una unanimidad y reconocimiento general tan grande como los vividos ayer.
Desde un principio tuve la sensación de que el evento estaba organizado más como una fiesta para los responsables del programa que como un evento fan, una manera de reivindicarse, de vivir de cerca y con la gente un éxito merecido y muy difícil de conseguir hoy día en TVE, algo que las audiencias constatan cada miércoles por la mañana, pero que no se siente en las oficinas o en el plató, inmersas en las exigencias del día a día, del mismo modo que se percibe en una sala abarrotada con cientos de personas aplaudiendo el proyecto. Tanto la productora Shine Iberia como el equipo técnico de TVE han hecho un gran trabajo y así debe ser reconocido, aunque el programa de ayer no fuera precisamente el mejor de la temporada.
A este respecto, creo que sobraron algunos de los vídeos recordatorio de lo vivido en las doce entregas anteriores. En programas de estas características, la audiencia final es la que ya ha visto toda la trayectoria de los concursantes y ofrecerles material de refrito no es una buena idea, máxime cuando parte de este material se limita a mostrarnos a los invitados famosos, famositos y famosetes que han pasado por las distintas pruebas de equipo. Entiendo que habiendo en cocina únicamente dos o tres concursantes y no existiendo pruebas de exteriores, era difícil llenar las casi dos horas de programa, pero estoy segura de que había mucho material inédito que nos habrían podido enseñar y que hubiéramos agradecido mucho más, desde las clásicas tomas falsas a conversaciones robadas, pasando por escenas de la vida en la casa en la que han convivido los concursantes que, una vez terminado el programa, ya no afectan a la percepción del mismo ni a su bien preservada intimidad y habrían sido interesantes para entender cómo han vivido ellos estos tres meses de encierro y trabajo duro.
Pese a todo, estos vídeos recordatorio nos dejaron constancia de uno de los mayores aciertos de Masterchef, el descubrimiento de Pepe y Jordi, dos grandes cocineros con una química fabulosa y un sentido del humor que los ha convertido en protagonistas más allá de lo que su papel de jueces-cocinero exigía. Muy criticados al principio, yo la primera, tanto por su dureza como por su rigidez ante las cámaras, se han ido soltando a una velocidad increíble hasta conformar uno de los elementos más valiosos del programa, para desgracia de una Samantha Vallejo Nájera que, siendo la única que tenía experiencia televisiva, ha terminado siendo la que peor resultado ha dado, más que por sus defectos, que también, por los méritos de sus compañeros.
Aprovechando el éxito del programa, esta temporada he estado viendo la versión americana, mucho más dura, mucho más competitiva y he de decir que no tenemos nada que envidiar, de hecho, siendo un formato casi calcado, termina siendo algo completamente diferente y me atrevo a decir que el español cumple mucho mejor con el concepto divulgativo de la gastronomía, a diferencia de la versión USA, que se centra más en el reality puro y las relaciones personales que en destacar las bondades de los platos cocinados y de las materias primas con que se elaboran, por no hablar de los grandes cocineros que nos representan. Es una pena que con todo este bagaje gastronómico que tenemos, el premio final, repetido hasta la saciedad, sea un curso de cocina impartido por franceses.
En este sentido, se quejaba hace unos días Maurizzio Carlotti de que este programa no cumple con el concepto de servicio público que se espera de TVE pero, volviendo sobre un tema recurrente en este blog ¿por qué insistimos tanto en que el servicio público ha de estar reñido con el éxito y el entretenimiento? Masterchef ensalza las virtudes de los productos españoles, repasa algunas de las recetas tradicionales de nuestra gastronomía, muestra a algunos de nuestros chefs más conocidos internacionalmente y reivindica su valor. Y además nos entretiene que, no lo olvidemos, es una de las tres patas de la televisión (informar, educar, entretener). Ser un servicio público ni implica renunciar a esto último. Pero, incluso si no hiciera todas estas cosas ¿tendría que renunciar la cadena al programa porque tiene audiencia y funciona? El formato está ahí fuera desde hace 4 años como mínimo y ninguna cadena privada se había interesado por él y ahora que lo hace TVE y le funciona, se reclama su pertinencia…
La primera edición de Masterchef ha terminado, pero ya sabemos que habrá segunda entrega y se rumorea que incluso podría haber una versión infantil. Mientras todo esto llega, yo me voy a ver la versión USA, que estoy como loca esperando que expulsen de una vez a la indeseable de Krisi.
Pegaditos al televisor nos tuvieron. Aunque suponíamos el ganador, tras ver la impecable presentación de todos los platos estábamos realmente en vilo. Ambos lo merecían. La verdad es que el programa engancha más precisamente por la relación con la cocina y no con la convivencia. En muchos puntos lo comparo con la primera OT, donde nos «apalizaban» con las desventuras de la convivencia. Aquí me habría hecho gracia verlo pero el programa sin duda ha ganado al excluirlo.
Este programa, además del evidente buen hacer de su productora, ha contado con esa magia indefinible que surge tan pocas veces, una conexión con el público mucho más intensa que en La Voz, la propia OT y no digamos ya con el vetusto y agotado GH.
Hasta nuestra perra se quedó abatida cuando terminó y nos dimos cuenta que la semana que viene no estarán Pepe, Samanta y Jordi criticando ferozmente a los concursantes. De verdad que nos sentimos huérfanos.
¡Queremos MÁS!