Dice Jordi Évole en esta interesante entrevista que «debemos desterrar la idea de darle al espectador lo que quiere ver», que se debe arriesgar e intentar darle contenidos nuevos. Evidentemente, lleva parte de razón y la televisión nunca hubiera evolucionado si los responsables de hacerla se limitaran a reproducir aquellos programas que funcionan una y otra vez, sin arriesgarse a sacar los pies del tiesto de vez en cuando y ver qué pasa. Pese a todo, considero que hay una importante parte de la oferta televisiva que consiste en dar al público aquello que demandan y el éxito de los canales está en encontrar el correcto equilibrio entre aquello que siempre funciona y proporciona una audiencia garantizada (si es que este concepto existe) y unas pinceladas de riesgo y novedad, más pinceladas o brocha gorda en función del tipo de televisión en qué nos encontremos.
Y es que no es lo mismo innovar cuando emites en abierto, para públicos masivos y viviendo de la publicidad de productos también de masas, que hacerlo cuando eres un canal de pago, pequeño, con audiencias muy exquisitas que además están dispuestas a pagar un dinero por ver tus contenidos o una oferta agrupada de contenidos como los tuyos. Nos quejamos con frecuencia de que los grandes canales no innovan, que se copian, que se empeñan en ofrecer los mismos contenidos en las mismas temporadas, a veces incluso el mismo día de la semana. Efectivamente, el apostar sobre seguro en ocasiones puede ser deprimente para el espectador avezado que busca ser sorprendido, encontrar nuevos contenidos y disfrutar de la televisión pero, al final, las grandes cadenas no viven de ese público, lo hacen de los millones de espectadores que, como corderitos, se dejan embaucar por grandes campañas de marketing para seguir comedias facilonas, debates a voces o realities con una media de audiencia suficiente para tirar del carro del resto de la programación.
Estoy convencida de que no hay una sola persona con responsabilidad sobre contenidos en las grandes cadenas que no tenga una buena pila de programas que le encantaría hacer y ver y que sabe que cuentan con probabilidades mínimas de salir adelante. No es una cuestión de falta de voluntad, es una cuestión de supervivencia.
Pero ¿han de ser todas las televisiones tan innovadoras? ¿Por qué no vamos a darle al público lo que quiere de forma mayoritaria? ¿Acaso los restaurantes no se dividen en oferta de comida casera, la mayoritaria, y otras para paladares más exquisitos o exóticos? ¿Tienen las tiendas de ropa solo cosas extravagantes o triunfa el vaqueros y camiseta o el vestido de turno que las grandes cadenas se han esforzado en poner de moda y todos replican? Pues con la televisión pasa lo mismo y por eso existen canales de todo tamaño y condición y los mismos productos funcionan diferente en unos y otros. Pensemos por ejemplo en la más aclamada serie de ficción española de los últimos años: Crematorio. Un exitazo de crítica, un baño de credibilidad en el talento de nuestros profesionales (por si alguien tenía dudas), un producto casi redondo (nunca lo son al 100%) y, sin embargo, cuando lo compra y lo emite La Sexta, su repercusión y sus audiencias dejan mucho que desear y termina pasando sin pena ni gloria. El producto es el mismo, su calidad no ha cambiado pero, de haberlo producido directamente el canal en abierto, habría terminado por convertirse en un fracaso. Las cadenas no pueden permitirse estos riesgos, al menos no de forma constante.
Insisto en mi opinión: riesgos sí, por supuesto, pero en la medida justa, aquella que pueda garantizar el sustento de la parrilla general porque, no nos olvidemos, esto se llama medio de comunicación de masas, con todas sus virtudes y, por supuesto, sus defectos.