Ayer a las doce de la noche se apagaba para siempre la televisión pública griega. O quizá no para siempre, pues los mandatarios griegos han informado de que su intención es retomar el proyecto en unos meses, con apenas un millar de empleados y, lógicamente, con un presupuesto mucho menor. Mientras esto sucede o no sucede, lo cierto es que la población griega y todo el sector periodístico del país se ha rebelado en contra de la inesperada y drástica decisión, lo que se traduce en un encierro de los profesionales en las instalaciones de la cadena pública, manifestaciones ciudadanas en los alrededores de la misma y huelga general en el sector, que hoy permanece apagado y sin prensa en solidaridad con sus compañeros, quienes han decidido seguir emitiendo sus programas por medio de internet una vez que la policía ha ido apagando los repetidores en toda Grecia.
Siguiendo el dicho popular que afirma eso de poner las barbas a remojar cuando veamos al vecino sufrir alguna desgracia que pueda afectarnos también, llevo unas horas pensando qué ocurriría en España de producirse una decisión como esta. Me cuesta pensar que de pronto el gobierno tomara la decisión de cerrar TVE de un día para otro o, como ha ocurrido en Grecia, anunciar por la tarde el cierre total de las emisiones esa misma medianoche. La televisión pública española no es solo un referente a nivel internacional por muchos motivos, tanto en materia de contenidos como tecnología, sino que es además parte importantísima de la memoria histórica de nuestro país, un museo de historia que no concibo cerrado por una crisis económica pero claro, eso mismo pensarían los griegos de la suya.
Del mismo modo, tampoco imagino al conjunto de las televisiones privadas cerrando sus emisiones en solidaridad con TVE caso de que esto pasara, en lo que sería un acto de hipocresía máximo cuando se han pasado décadas ya protestando, primero por la competencia desleal que suponía en el mercado publicitario, más adelante por el cambio en el modelo de financiación y nuevamente los intentos por retomar la publicidad y seguir así siendo competitivos. Vaya por delante que estoy segura de que los profesionales del sector, tanto periodístico como producción general, estarían desolados ante la decisión y se sentirían muy cerca de sus compañeros y muy apenados con la situación, pero llevamos años viendo y leyendo cómo desde las direcciones de las cadenas privadas se quiere eliminar a TVE como competencia y cualquier acción en su apoyo sería puro paripé, al menos en lo que respecta a la parte empresarial de sus actividades, lo personal no dudo que sería un duro trago.
Eso, por no hablar de los ciudadanos, que saldrían en masa a la calle a protestar por la decisión cuando llevan meses abandonando a centenares la oferta televisiva de la pública, ciudadanos que no están dispuestos a financiar su televisión con un impuesto específico al estilo británico, yo la primera, y que, como tantas otras veces, llorarían la pérdida solo cuando ya no tiene remedio. Sentimientos que no casan con las acciones que cada día ponemos en marcha como usuarios, como ciudadanos, como clientes.
La principal protesta de la prensa en Grecia habla de hachazo a la libertad de expresión, otra cuestión que sería terriblemente discutible, toda vez que las principales críticas a las televisiones públicas siempre han sido las de servir al poder, al gobierno de turno. Si la libertad de expresión de un país depende de la libertad que tenga una cadena pública para criticar, destapar escándalos o mantener informado al espectador, mal vamos. Y no hace falta que venga un político a decirlo expresamente, es un elemental acto de supervivencia que muy pocos están dispuestos a arriesgar, para tristeza de quienes pensamos que la obligación de los periodistas es ejercer de cuarto poder.
Pese a todo esto, el cierre de la televisión pública de un país es un símbolo, no se trata de añorar sus contenidos o su labor social, largamente olvidada. Cuando se cierra una cadena de televisión pública porque el gobierno ya no tiene dinero para mantenerla, se cae un totem que sirve de alerta a tantos otros que se creían intocables. Es una llamada de atención sobre muchas cosas que, tantas veces denostadas, resultan ser ahora imprescindibles, no tanto por lo que ofrecen a sus ciudadanos como por lo que representan. Nos pasamos la vida despotricando contra las televisiones en general y contra la pública en particular, afirmando que es una porquería, que querríamos que con nuestros impuestos se hicieran otras cosas más útiles, más vistosas, más necesarias pero, al final, hay tantos recuerdos asociados a TVE, tantos momentos de nuestras vidas que hemos compartido con ella, tantas sintonías que nos despiertan añoranza de otros tiempos, que no entenderíamos la vida sin ella; como ese familiar pesado, que nunca responde cuando le necesitamos y siempre da la nota en las celebraciones familiares, pero sin el cual nada sería lo mismo, porque siempre ha estado ahí, acompañándonos y haciendo las fotos que conforman nuestro más importante álbum vital.
Llevo mucho en el paro, así que haré una propuesta por si me quiere contratar el gobierno español o griego:
1. Suprimir la Radio-Televisión pública.
2. Crear un organismo totalmente afín a la troika, que eleve a los altares toda medida parida por la misma. No debe exceder los 800 trabajadores, por cuestiones de costes y control ideológico. Bastaría con unos cuantos policías del pensamiento dirigiendo cada sección y becarios esclavos.
3. Ponerle un nombre bonito e institucional, propongo ‘Ministerio de la Verdad’ o ‘Consejo de Seguridad Nacional’ con competencia sobre la información «radical». El logotipo puede ser «2+2=5» en Helvética Bold.
4. Crear una petición en Change.org para abolir el Miniver (neolengua). Detener a todos los firmantes y meterlos en granjas de trabajo.
Naturalmente, esto es humor negro, no deseo que pase y lo que es mas importante… no va a pasar, ¿VERDAD?