Nos quejamos año tras año de los programas de fin de año en televisión, de cómo nos aburren con las mismas actuaciones musicales, con los mismos gags humorísticos, con los mismos presentadores de las campanadas, sobre todo con los presentadores de las campanadas, toda una institución en muchos casos, como lo es ya Anne Igartiburu en TVE y como lo fue antes que ella Ramón García y su inolvidable capa (elemento de estilo y estilismo incomparable que, además de convertirse en sello del presentador, le proporcionaba un necesario calorcito en la siempre fría noche del 31 de diciembre en la Puerta del Sol madrileña).
Acompañar a los espectadores en la noche de fin de año es un privilegio reservado a muy pocos, es un reconocimiento a la trayectoria, no sé si bien o mal pagado, pero que exige estar separado de tu familia y amigos en un momento muy importante del año, mientras te mueres de frío en un cuchitril de apenas unos pocos metros cuadrados, esforzándote por no salirte del plano, por escuchar las indicaciones que te dan por el pinganillo y por enterarte de los que dice tu compañero mientras no pierdes los cuartos que el gentío de la plaza ensordece con sus gritos. Todo ello, mientras cientos de miles de personas, calentitas en sus casas, con un par de copitas de más en muchos casos y con lo graciosito que el alcohol de te hace estar, observan con ojos escrupulosamente críticos todo lo que haces, dices y llevas puesto.
Dar las campanadas y darlas bien es una tarea complicada. Los que tenemos ya una edad lo hemos comprobado en más de una ocasión, sobre todo los que vivimos aquella aciaga noche en que Marisa Naranjo pasó a la historia como la responsable de 365 días de mala suerte para todos los españoles que confundimos los cuartos con las campanadas y terminamos las uvas antes de que empezara el año. Parecerá mentira, pero este episodio es recordado cada año al finalizar el mes de diciembre y la carrera de la presentadora quedó marcada para siempre con letras escarlatas. En este caso, la popular expresión «que hablen de mí, aunque sea bien» no funciona y más de uno se arrepiente de haber tomado la decisión de aceptar el reto.
El último ejemplo de presentador de campanadas arrepentido ha sido Imanol Arias, en este caso por culpa de un tupé mal entendido. Ya hace unos años, buena parte del elenco protagonista de Cuéntame protagonizó el fin de año en la cadena pública ¿o fue solo Carlitos?, en cualquier caso, en el evento no estuvo presente el patriarca de los Alcántara que, esta vez sí, se atrevía a acompañar a Anne Igartiburu en la conducción al año nuevo. Apenas dos días después de haber amenizado los últimos minutos del año con palabras de ánimo a los que sufren la crisis y un mensaje de esperanza centrado en TVE como representación de lo que es todo el país, Imanol declaraba a El Mundo su decepción con su desempeño y su intención de no volver a pasar por este trance. Dice el actor que no se vió bien, que no estaba cómodo, que tenía frío y que los comentarios sobre su peinado le han dolido especialmente. Acostumbrado como está a recibir únicamente parabienes por su papel en la serie que le ha dado mayores reconocimientos, es normal que se sienta dolido por unas críticas tan ácidas como inofensivas. Imanol ha salido de su zona de confort y, aunque estaba acompañado por alguien tan experimentada y solvente en estas lides como Anne, no ha podido evitar ser vapuleado y sufrir el pinchazo en el corazón que supone no hacer las cosas bien.
Personalmente, no creo que la cosa haya sido para tanto. Creo que ambos presentadores estuvieron correctos, que las campanadas solo llaman la atención si se hacen mal, si algo llamativo ocurre en la retransmisión, desde un tirante que se rompe como en el caso de Paula Vázquez, a una campanada que se atraganta. El resto, pura anécdota que ni siquiera pasará a la historia, salvo para asociar el nombre de los presentadores a la fecha en que nos acompañaron en la transición al nuevo año, sin mayor importancia.
Tan difícil como resulta hacerlo bien, es fácil ser olvidado. Salvo que la líes a lo grande, no hay nada de lo que preocuparse, Imanol, estate tranquilo, a partir del jueves volverás a ser un Alcántara y solo tendremos palabras de admiración para tu trabajo.
Pues a mí me gustó Imanol. Lo del toupé se lo tendría que tomar como una anécdota graciosa igual que la Igartiburu se tomó, en su día, lo de su tan comentado tanga. En Intereconomía han puesto a caldo a Imanol y han puesto en un pedestal a la Igartiburo (decían no sé qué de que si mencionas al PSOE es normal que lo hagas mal). Pues a mí me gustó, oye. Y la Igartiburu, que a muchos les rechina, también me gustó. Tiene su estilo personal (pelín «fifi», si quieres, pero su estilo al fin y al cabo). Las de TV3 también me gustaron (esa «Maruja Torres» y ese «Pere Gimferrer», geniales).