Estas fechas navideñas son muy aburridas televisivamente hablando. Las series habituales dejan su espacio a reposiciones, el prime time se llena de películas que ya hemos visto y pocas son las ocasiones de leer siquiera alguna noticia relevante del mundo audiovisual. Es por eso que noticias como la de Frank Cuesta abandonando la televisión generan polémica en todos los medios escritos, bien fomentados por un comunicado oficial del presentador en su perfil de facebook que, de haber sido escrito por un guionista con ganas de generar polémica, no habría estado mejor hecho.
Dice Frank que está aburrido de la televisión, que su paso por el programa Frank de la jungla ya no le aporta nada positivo y que el medio le ha decepcionado. Afirma que tenía claro que lo dejaría cuando ya no le divirtiera y que así lo hace, entristecido además por la reciente muerte de su padre y el hecho de que nadie de la cadena se pusiera en contacto con él para interesarse por su pérdida, mientras no tenían reparo en sacar tiempo para enviarle índices de audiencia.
Como espectadores no conocemos a Frank Cuesta. Su mal carácter mostrado en pantalla, su temeraria valentía frente a animales que a cualquiera de nosotros nos harían salir corriendo y su aparente falta de empatía con nada que no sea un ser vivo de sangre fría, pueden ser una pose frente a las cámaras o una dificultad real para relacionarse. No importa, todos los personajes que aparecen en televisión son así, muy reales en ocasiones, muy poco transparentes en otras, pero nos da lo mismo, lo importante es que entretengan. En este caso sin embargo, sí parece que podamos entrever algo de realidad en la justificación del abandono de Frank: su padre ha muerto, quienes trabajan con él no parecen haber respondido adecuadamente a su pérdida y en un momento de crisis existencial, decide abandonar. Resulta fácil de entender.
¿Quién no ha cerrado la puerta a algo o alguien en un momento de tensión o disgusto? ¿Quién no ha recapacitado después y ha retomado el proyecto tras darse cuenta de que las cosas no eran tan graves como parecían? Si hasta la Campos y Jorge Javier Vázquez han hecho las paces en directo tras su enésima bronca televisiva (no conozco mujer más arrogante).
Es muy humano que un personaje televisivo decida abandonar el medio, lo hemos visto en varias ocasiones, aunque nunca hasta ahora habíamos tenido tanta facilidad para discernir, gracias a las redes sociales y el volcado de sentimientos de sus protagonistas, si las ausencias de caras conocidas de la pantalla eran debidas a decisiones personales o empresariales por parte de sus jefes. Tantos presentadores conocidos que desaparecieron de la noche a la mañana, tantos actores que de pronto dejaron de estar en las salas, seguro que muchos de ellos lo hicieron por voluntad propia, incapaces de adaptarse a un entorno difícil como el de la fama, a la falta de intimidad, a la dura exigencia de un trabajo que te mide día a día, casi minuto a minuto, contra una competencia feroz. Por mucho que estés acostumbrado a convivir con fieras, con serpientes y todo tipo de animales salvajes, nada te prepara para la televisión y nada debe obligarte a quedarte en ella si no te hace feliz… aunque el suculento cheque que te llega a fin de mes haga complicado muchas veces renunciar.
No le demos mayor importancia, seguro que todos alguna vez decidimos dejar algo que sonaba bonito y que sabíamos positivamente que no nos haría felices. Yo desde luego lo he hecho.
Poco lo vi pero nunca me pareció que se divirtiera. Me parecía antipático y más falso que un billete de un euro.
He visto muchos documentales de bichos de toda especie y condición y jamás vi en ninguno tratar a los animales con el manejo que les da Frank. Lo suyo rozaba el maltrato ¿qué pasa, si no coges y retuerces una serpiente ante la cámara no te quedas satisfecho? Todos los documentales están manipulandos, vale, pero entre eso y cabrear a todo ejemplar con la que te cruzas hay un paso. El concepto «respeto a la vida salvaje» no estaba en su agenda.
Un impresentable menos en televisión.