Después de un par de invitaciones a las que no pude acudir, finalmente ayer conseguí sacar un hueco para ir a ver La Voz en plató y, la verdad, me alegré de no haberlo hecho antes, porque creo que así le saqué mayor partido… aunque las audiciones a ciegas debieron estar muy bien también, o las dramáticas eliminaciones en las batallas y esos coaches con sus emociones a flor de piel. Vaya, parece que pensándolo, el programa ha sido realmente intenso.
Lo cierto es que no soy mucho de ir a platós. Me encanta ver cómo se hace televisión, pero como lo que me gusta de verdad es hacerla, cada vez que piso uno me acuerdo que ahora estoy del otro lado, me entra la morriña y vuelvo a casa pensando ponerme de nuevo en el mercado… luego se me pasa, pero llego a pasar un mal rato y termino perdiéndome en detalles como Jesús Vázquez recibiendo órdenes por el pinganillo para mover al concursante pasito a pasito hacia atrás sin que casi se note, los regidores y animadores del público haciendo una fiesta de las gradas como auténticos entusiastas de su trabajo o las idas y venidas de cámaras y auxiliares que nunca vemos en pantalla. Me imagino el stress del control de realización y me dan ganas de colarme, por no hablar de la vergüenza espantosa que me da saberme en la grada, a tan solo un click de salir en pantalla frente a media España haciendo el tonto (como efectivamente ocurrió).
Consideraciones personales al margen, la visita al plató de La Voz, en una nave industrial de Algete en la que se agolpaba la gente esperando ver a sus cantantes favoritos, sede de las producciones de Boomerang TV, ha sido una experiencia muy satisfactoria. De hecho, ha sido la primera vez que todo se veía mejor in-situ que en pantalla. Nada más entrar al plató, la habitual sensación de que todo es algo más pequeño y todo muy irreal se desvanece y parece que nos encontremos en un teatro de 360º donde todo el mundo puede realmente «entrar» en el programa. Nada comparado con la sensación cuando los artistas empiezan a cantar, con unas voces a las que la televisión no hace justicia, con un sonido que, habiendo sido una de las cuestiones más criticadas de la producción, resulta ser excelente en plató.
Jesús Vázquez, maestro de ceremonias, gobierna el programa con su habitual maestría y, lo que es más impresionante, improvisando todo lo que dice. Obviamente, recibe indicaciones constantes por el pinganillo, pero trabaja sin prompter, sin notas, sin nada que no sea una excelente preparación previa de su trabajo, algo que hoy en día, con las facilidades técnicas que ofrecen todos los dispositivos que hay en un plató, es digno de comentar, pues no hay tantos profesionales con ese saber hacer (ni el propio Alejandro Sanz se atrevió a cantar sus canciones sin el apoyo de la letra en un pantallón frente al escenario, algo que por cierto le hubiera venido muy bien a Maika en su actuación junto a Melendi y Neus).
Desde un principio, las galas de La Voz han presumido de albergar un público muy numeroso, por encima de lo habitual en este tipo de programas. No sé cuantas personas estábamos allí ayer, pero sí sé que no existía la tensión que suele caracterizar este tipo de producciones, no hay un montón de personal malencarado y, aunque los allí presentes se saltaban algunas normas de forma constante, como no hacer fotografías o no rebasar determinadas líneas de los pasillos, el ambiente era muy relajado y todo el mundo te hacía sentir bien y parte del proyecto. Mi enhorabuena a Boomerang por conseguir algo así, que no es fácil, máxime en un programa de estas características.
Aunque la enhorabuena de verdad hay que dársela a productora y cadena por los datos: la gala de ayer batió record de audiencia con un 35,7% de share y más de 5.000.000 de espectadores. No quiero ni pensar lo que harán el próximo miércoles. Como no podía ser de otra manera, ya se anuncia la segunda edición.