Con el paso del tiempo es cuando nos damos cuenta de cómo la Historia, con mayúsculas, queda reflejada en las obras audiovisuales. Es al cabo de los meses, de los años incluso, cuando un vistazo más o menos detallado a las creaciones que han marcado una época, arroja información sobre la visión general que sus creadores tienen de una sociedad, unos hechos históricos especialmente relevantes, los hitos de un pueblo o las carencias de un sistema. No es solo el contenido de las historias, es la percepción que tenemos de ellas, la aceptación que tienen entre los espectadores e incluso el rechazo o polémica que generan.
Y si algo tiene esta sociedad en la que nos movemos, si algo frustra a creadores y ciudadanos de a pie en 2012 es la sensación de desconexión entre políticos, medios y quienes los hacemos relevantes. Lo vimos con The Newsroom primero, esa historia tan poética, tan exagerada, tan demagógica de principio a fin pero que a tantos nos emocionó por lo que tenía de ilusión y fantasía, por representar ese periodismo que nos gustaría ver en cada informativo, en cada periódico, en cada entrevista de radio. Un periodismo incisivo, sin miedo a presiones, sin tener que responder a nadie más que a uno mismo y a los espectadores que cada día te entregan la confianza, conscientes de que ese conocido como cuarto poder hace tiempo que perdió la libertad y con ello la capacidad de controlar nada que no sean sus propios intereses. Ahí radica el éxito de The Newsroom, una historia épica como la de cualquier caballero andante, tan irreal como un episodio de Once Upon a Time, pero al mismo tiempo tan deseada.
Con Secret State ocurre algo muy similar, en el otro extremo de la balanza, o quizá sea el mismo extremo con distinta cara: la política. Un primer ministro británico enfrentado a un grave accidente con numerosas víctimas que debe resolver este y otros tantos problemas que se le irán presentando, con la disyuntiva de servir al pueblo o a los intereses creados. Un político que se enfrentará a todos los que le rodean, arriesgando su propia posición por aquello en lo que cree, por sus principios, por los de un pueblo que solo quiere vivir en paz y cuyo bienestar debe preservarse por encima de todo, pues para eso se elije a un gobernante. Suena idílico, sí. Suena, otra vez, como un episodio de Once Upon a Time, pero no, es una miniserie de Channel 4 protagonizada por un espléndido Gabriel Byrne, que ha cosechado tantas criticas como alabanzas y que yo he devorado en una sola noche este fin de semana.
No quiero entrar en mayores detalles por no ‘spoilear’ a nadie y por dejar que los sucesos se vayan desgranando solos sin que los veáis venir pero, como si fuera una tienda online con recomendaciones, solo os diré una cosa: Si os gustó The Newsroom, tenéis que ver Secret State. No hay excusa, os llevará menos de cuatro horas de vuestro tiempo y siempre podréis volver aquí a comentar su final, esta vez sí, con permiso para spoilers.
Ahora dudo, porque apenas me gustaron cosas de The Newsroom, y resulta que me encantó Secret State.