El psiquiatra enseñaba al paciente una tras otras las cartulinas con las imágenes del test de Rochard. Una a una, el paciente identificaba las figuras con posturas para practicar el sexo o partes del aparato reproductor. Al cabo de unos minutos, el psiquiatra llega a un diagnóstico:
– Usted es un obseso sexual
A lo que el paciente responde:
– Lo que pasa es que usted solo enseña cochinadas
Efectivamente, es un chiste muy viejo, pero viene al pelo para la discusión sobre Stars Earn Stripes, un reality de la NBC en el que una serie de famosos se emparejan con militares de reconocido prestigio para superar tareas relacionadas con el entrenamiento militar y conseguir ganar dinero para una causa solidaria de su elección. Antes siquiera de su estreno, ya todo el mundo «sabía» qué le iban a enseñar y no estaba dispuesto a ver otra cosa, por mucho que la realidad les llevara la contraria.
Como todo lo que tiene que ver con la televisión y las causas susceptibles de generar polémica política o social, las voces en contra del programa no han tardado, en este caso además con nombres y apellidos muy conocidos, como Desmond Tutu, Rigoberta Menchú y otros premios nobel, que consideran el programa inaceptable y piden su retirada inmediata, protestas a las que se unía un nutrido grupo de personas que antes del estreno se manifestaban frente a las oficinas de la NBC (obviamente, sin haber visto el programa).
A priori, a mí no me parecía que la cosa fuera para tanto, pero he decidido verlo antes de enfrascarme en su defensa, por si acaso los productores se hubieran salido de madre en su intento por «dignificar el trabajo de las fuerzas armadas». He de reconocer que, una vez visto, mi opinión ha cambiado en cierto modo, aunque siga pensando que no hay nada de malo en ello, al menos nada que no haya en otro tipo de entretenimiento de la misma temática.
Antes de verlo y habiendo leído que una de las intenciones del programa era dignificar la profesión militar, pensaba que se trataría de hacer ver al espectador que los militares son, ante todo, unos profesionales con unas exigencias físicas tremendas, con un nivel de entrenamiento brutal, a la altura de muchos deportistas de élite. Pensaba también que intentarían hacernos ver que, aparte de la guerra, con todo su horror y sus cuestiones éticas discutibles, los militares cumplen unas funciones que deberían ser apreciadas por todos los ciudadanos, desde la ayuda humanitaria en zonas de conflicto no relacionadas con invasiones militares de ningún tipo, a servir de apoyo en catástrofes naturales, por mencionar solo un par de ellas.
En esto, claramente me equivoqué. El programa no toca estas cuestiones y se limita a la parte más bélica de la profesión, la más llamativa, la de disparar con armas que apenas pueden sostener en sus brazos, armas reales contra objetivos en movimiento, como si estuvieran dentro de un videojuego, una referencia que, nada más dar comienzo el programa, es difícil obviar, pues la edición de las imágenes remite claramente a las intros de estos juegos, a la manera de moverse de sus personajes, incluso la manera de identificar a los concursantes en los planos generales es idéntica a la manera en que vemos los videojuegos.
A esto sigue una presentación de personajes que apunta a algo más serio pero, tan pronto aparece la presentadora del reality, los códigos televisivos son claramente de ficción y así deben entenderse. Es un juego, un concurso, hay bandos, hay dramatismo como en cualquier otro concurso y una edición que magnifica los principales elementos sobre los que se sostiene el concurso. Comprobar que algunas de las concursantes «van a la guerra» con tacones, da una idea de lo poco en serio que debemos tomarnos este programa.
En apenas 30 minutos de programa a mí personalmente me resulta un programa tan ofensivo o inofensivo como cualquier videojuego. Si la guerra no puede ser concebida como entretenimiento, tampoco deberían hacerse videojuegos con ello, ni películas, medios en los que, a diferencia de este concurso, el placer reside esencialmente en matar y destrozar al enemigo, que se representa con figuras humanas, claramente identificadas como tal. En este programa en cambio no se habla de matar a nadie, tema tabú que los soldados no responden cuando se les pregunta.
Las diferencias me parecen claras, a favor del reality en este caso, aunque no estoy en contra de todo lo demás, que sigo considerando un entretenimiento. Si podemos matar en guerras desde nuestra consola, si podemos ver películas en las que los americanos son buenísimos, unos grandes patriotas que matan todo lo que se mueve en defensa de la paz ¿no podemos hacer lo mismo en televisión a modo de concurso solidario? No digo que haya de estar bien, solo creo que si uno está mal, los otros han de estarlo también porque son, en esencia, lo mismo: entretenimiento derivado del placer de matar, con las mismas armas, los métodos y hasta los protagonistas que la vida real.
Mientras se estrenaba Stars Earn Stripes en NBC, HBO emitía The Newsroom, la serie del moralista Aaron Sorkin que, en su séptimo episodio aborda la acción de guerra que termina con la muerte de Bin Laden a manos del ejército norteamericano. Un episodio brillante como todos los demás en el que, durante más de 50 minutos, se aplaude el ojo por ojo, se congratula al ejército por matar al principal enemigo de la nación y todos los personajes están felices por ello. ¿Alguna protesta internacional? Yo no he visto ninguna.
Y tampoco me parece mal, es ficción y cada creador puede contar su historia desde el punto de vista que le plazca, es más, estoy segura de que esta ficción no difiere mucho de la realidad que se vivió en ese país el 1 de Mayo de 2011. Sin embargo, no he oído a nadie criticar que se haga apología de la guerra por ello. ¿Doble moral?
¡Plas plas plas!
Otra vez muy de acuerdo con el análisis.
Sólo he echado en falta la obvia referencia al «Counter Strike ETA» que tanto ha llamado la atención en España.
Saludos