A veces no sé si los concursantes de Gran Hermano son tontos antes de entrar al programa o es el encierro lo que los vuelve tarados al cabo de cierto tiempo. Otra posibilidad es que algunos acaben de aterrizar en su nave espacial desde mundos muy lejanos pero, por su comportamiento, me atrevería a decir que la mayoría de ellos son muy terrenales. Puede parecer una reflexión exagerada, pero es que si no, no se entiende como alguien puede salir de la casa y amenazar con denunciar al programa por maltrato psicológico después de haberse convertido en protagonista absoluta del programa por sus relaciones sentimentales/sexuales a pares, conscientes y muy trabajadas.
Evidentemente hablo de Noemí, seguramente la concursante más comentada de esta última edición de Gran Hermano, que se ha convertido en el objeto de tertulia de todos los aficionados al programa por dar mucho contenido al mismo, un contenido que, como bien sabemos, siempre viene inspirado por broncas tremendas o cuestión de amores. Yo, que no soy seguidora fiel del programa, conozco prácticamente todos los emparejamientos que se han dado en las distintas ediciones (algunos nos los recuerdo, pero en su momento, estoy segura de haberlos visto pasar en algún resumen, dentro del propio programa sin necesidad de verlo completo y, más que probablemente, en portada de Interviu, donde terminan todas las concursantes que hayan protagonizado un mínimo escarceo en la más famosa casa de Guadalix). ¿A qué viene entonces sulfurarse porque tu vida sentimental en la casa se utilice como gancho para la audiencia y se le de más vueltas que a los caballos del tiovivo? ¿Quién eres tú y qué has hecho con la humana que antes ocupaba el cuerpo de Noemí?
No es cuestión de salir a defender el programa que, como todos, tiene sus defectos, máxime este año en que está siendo muy criticado por retorcer las normas hasta lo imposible para dar juego en un formato que, tras doce temporadas en emisión, necesita mantener el interés y la curiosidad; sino una cuestión de sentido común elemental, que es algo que muchas veces parecen no tener algunas personas adultas (que no necesariamente maduras) que creen que el dinero fácil de la televisión que se consigue del lado iluminado de la pantalla es un premio por el que no hay que pagar. Queridos aspirantes a concursantes: la popularidad es una cosa muy divertida los tres primeros días, luego viene acompañada de juicios morales de todo el mundo, de gente señalándote con el dedo sin conocerte ni contemplar tus motivos y de mucha envidia y desprecio, nada que no sufriríamos los demás si expusiéramos nuestras vidas a los ojos de todo el mundo 24 horas al día encerrados entre cuatro paredes o abandonados en una isla desierta. Pero esto es así, viene con el cargo, el cheque a fin de mes y un artículo de la constitución que avala la libertad de expresión de la gente.
Algunos pueden decir que el programa debió darse cuenta de que la concursante no tenía sus facultades mentales del todo en su sitio, que es lo que se ha venido comentando en estas últimas semanas y sí, es cierto que, de haber mantenido conscientemente a Noemí en la casa a sabiendas de que sufría algún tipo de trastorno maníaco-depresivo, la cosa podría suponer un atentado contra su salud. Yo no he visto el programa lo suficiente como para poder juzgar este punto pero, considerando lo que sí he podido ver, no me parece que su actitud tuviera nada de extraño durante su estancia en la casa, salvo en los últimos días cuando, repescada y rechazada por la persona a la que supuestamente amaba, aparecía desquiciada a cada minuto, en una actitud que fácilmente podría ser interpretada como ganas de llamar la atención y despecho. Actitudes que, por cierto, y aunque ya se ha comentado, de haber sido protagonizadas por un hombre hacia una mujer, habrían sido seguramente motivo de expulsión, pero no por un problema de salud, sino por una evidente cuestión de falta de respeto y acoso (pero esa es otra cuestión).
¿Quién debería haberse dado cuenta de que había un problema más allá de la rabia y el desamor? En mi opinión, la familia y amigos de la concursante, si es que realmente existe un problema psicológico que deba ser atendido. ¿Por qué no hicieron nada para evitar que las cosas fueran más allá? ¿Por qué no hablar con el programa y explicarles que las reacciones de esa niña no eran normales y pedir, al menos, un juicio clínico? Nos enfrentamos aquí al problema de la educación de la gente y a la capacidad que tienen algunas familias, no solo de identificar estos problemas en sus allegados, sino, concretamente en este caso, de saber qué hacer, como afrontarlo y qué posibilidades tienen cuando saben que existe un contrato que exige una indemnización en caso de que el concursante abandone el programa. ¡Maldito dinero!
¿Y si programas tipo Gran Hermano existieran solo para dar popularidad a sus concursantes y entretener a sus espectadores? ¿Y si no existiera un premio final ni una indemnización a pagar en caso de abandono de la casa bajo determinadas condiciones o circunstancias? (evidentemente los problemas de salud están contemplados en estos contratos y nadie es obligado a permanecer en la casa si está enfermo, ni tan siquiera si insiste en salir y pagar su multa correspondiente). Si no hubiera un premio detrás, las colas para participar en Gran Hermano seguirían existiendo, porque no es el premio final lo que la gente busca, porque no es vivir la experiencia de forma generosa y desinteresada (aunque no dudo que alguno habrá), es la fama, es el pretendido glamour que se esconde tras las cámaras de la televisión, el ser reconocido por la calle, el ser maquillado y peinado por profesionales cada jueves para tus dos minutos de intervención, eso es lo que estas personas buscan mayoritariamente, y es comprensible y aceptable, forma parte del juego y es un juego entre adultos. Si encima ganan un sueldito a la semana y aspiran a un premio gordo al terminar, miel sobre hojuelas, pero no creo que esta sea la motivación principal, ni me parece mal que se les pague, toda vez que ellos son los principales ingredientes para la correspondiente cosecha de audiencia y anunciantes.
Lo malo es que, a veces, hay gente que no está preparada para todo esto y el engranaje televisivo y sus consecuencias les hacen sufrir mucho más de lo que les pueda compensar económicamente o personalmente y es entonces cuando nacen los juguetes rotos… y algunos jetas. Es en estos momentos cuando el entorno se vuelve imprescindible, cuando la realidad necesita de un apoyo de verdad, sincero e independiente, que ayude a estos famosos fugaces a volver a poner los pies en la tierra, a darse cuenta de que no estaban preparados para jugar el juego y que la culpa no es de nadie y de todos a la vez pero, sobre todo, de uno mismo porque, después de tantos años, hay piscinas en las que uno ya sabe qué va a encontrarse y si merece la pena tirarse o no, los coscorrones no son denunciables.
Dejando aparte la noticia, mi más sincera enhorabuena por el fantástico cambio de look.
¡Ahora la web luce a la altura de su creadora! 🙂