Hoy he pasado la mañana en Guadalix, disfrutando de los entresijos de la producción de Gran Hermano y de la exquisita atención que nos han prestado desde su productora, Zeppelin, poniendo a nuestra disposición a algunas de las personas más importantes de todo el engranaje del programa. Vaya por delante mi agradecimiento a todos ellos, a Ana por su colaboración y amabilidad y, por supuesto, al equipo de comunicación de Telecinco por hacer un hueco en su apretada agenda diaria para gestionarlo y adaptarse a mi agenda y necesidades .
Para contar cómo he vivido el día de hoy, antes tengo que contaros una historia personal. Sin ella no se puede entender lo que para mí significa este proyecto, independientemente de sus particularidades, sus protagonistas o sus éxitos en antena: yo podía haber sido parte de Gran Hermano y dije que no.
Allá por el año 2000, cuando Gran Hermano era solo un proyecto y yo estaba de vuelta de haber trabajado en Los Ángeles como productora/realizadora en Fox Sports, no recuerdo cómo mi curriculum llegó a manos de Zeppelin, me entrevistaron para uno de los puestos de realización de la casa y días después me llamaron para ofrecerme el trabajo. El programa era completamente desconocido, el trabajo era a turnos de 8 horas (a veces por la mañana, otras por la tarde-noche, otras de madrugada) y yo, que pensaba que con mi experiencia me iba a comer el mundo de la tele, decliné el ofrecimiento y seguí buscando. Doce+1 ediciones después aún me estoy arrepintiendo y las lágrimas que solté el día que Ismael Beiro salía ganador de aquella primera casa de Gran Hermano, haciendo historia en audiencias y en formatos, no dejan de venirme a la cabeza cada vez que termina con éxito una nueva edición del programa.
Son las once de la mañana, recién llegados a la casa, lo primero que me sorprende es que la gente sepa llegar hasta aquí, no solo por lo apartado del mundanal ruido madrileño que está Guadalix, sino por lo difícil que es identificar el complejo que alberga la producción del programa y la casa y lo estrechito y poco practicable del camino. Pero ya se sabe como son los fans, que no hay nada que se les interponga, aunque a día de hoy todo el terreno esté vallado y exista una férrea seguridad a la entrada del recinto.
A la llegada nos recibe Ana Renilla, responsable de prensa de Zeppelin, una entusiasta del programa que rápidamente nos da las primeras indicaciones de como movernos por allí: mucho silencio, cuidado con acercarse demasiado a los cristales (especialmente yo, que iba de rojo) y nada de fotos con flash.
Enseguida nos pasan con José Luis Larrauri, quién será el encargado de darnos un paseo por lo que llaman la cruz de cámaras, los entresijos de la casa en su parte técnica. Originalmente dispuesto en forma de cruz para facilitar el movimiento de operadores y máquinas, hoy día ha terminado convertido en un laberinto de puertas y ventanas numeradas que hacen más complicadas las tareas del equipo técnico, pero que permite tener una casa más grande y con ello mayores posibilidades a la hora de hacer pruebas, dar libertad a los concursantes y que el espectador no tenga la sensación de estar viendo siempre el mismo espacio.
La sensación es muy extraña, pues uno pasea por la casa como si las paredes fueran transparentes, observando todo y a todos, en ocasiones siendo mirado casi a los ojos, pero sintiéndose invisible. A ratos quieres capturarlo todo en la cámara, otras veces quieres pedir una silla y quedarte allí atontado mirando y sobre todo, tienes una extraña sensación de distancia, como quién va a un zoológico (sin ánimo peyorativo alguno) y observa a los animalillos en sus ecosistemas simulados, sabiendo que no es real pero preguntándote si ellos son conscientes. Nada que ver con la sensación que produce verlos por televisión.
De allí pasamos al control, un impresionante espacio lleno de monitores desde los que se controla todo lo que ocurre en la casa, 24 horas al día. Sin embargo, a diferencia de lo que siempre hemos pensado muchos (los concursantes los primeros), no todo lo que pasa queda grabado. Hay más de 60 cámaras repartidas por la casa, de estas cámaras se va enviando lo más destacado a cuatro monitores de programa que sí graban todo lo que se pincha en ellos, generando así 96 horas de grabación cada día, de las que se extrae todo el material que luego vemos en los programas. Dos redactores presentes en la sala de control, pendientes de todo lo que se dice o hace, van avisando a los realizadores de aquello que consideran relevante y estos se encargan de mandarlo a programa para asegurarse que queda grabado, mientras los redactores van volcando la información en un ordenador para facilitar la búsqueda de materiales en la siguiente fase. Será otro equipo de redacción quién posteriormente lea esos desgloses y vaya seleccionando las imágenes para construir la historia y editar los vídeos que se emiten en cada programa. Al contrario que la televisión tradicional, en Gran Hermano la historia se cuenta al revés: primero ocurre, luego se escribe el guión.
Esta sala de control es un ir y venir de gente, de indicaciones, desde aquí también se abren las puertas del confesionario y hay una pequeña sala desde la que los redactores de turno hablan con quién haya entrado en él. Nuevamente, a diferencia de lo que siempre hemos pensado, cada concursante no tiene asignado un redactor con quién hablar, ni una persona de confianza, son los mismos para todos.
Después de imaginar lo que debe ser esta sala un jueves en horario de emisión, pasamos a charlar con Álvaro Díaz, director de las galas, el famoso Alvarito con quién «se pelea» Mercedes Milá por medio del pinganillo, otro enamorado del formato, orgulloso del trabajo que hace y muy consciente del valor que la presentadora aporta como representante oficial del orgullo GH. Mercedes es la cara visible de esta actitud, pero allí creo que todos llevan el pin.
En la conversación, Álvaro nos comenta lo contentos que están con la evolución de las historias este año, con la capacidad de dar juego sin necesidad de agrias polémicas o personajes especialmente detestables y que además la audiencia demuestre que sigue siendo fiel, dando al traste con la teoría de que es precisamente lo peor de cada casa lo que llama la atención.
Este año se ha buscado gente que sea más educada, que no diga tres tacos de cada cuatro palabras y parece que lo han conseguido. Yo puedo afirmar también que son limpios y ordenados porque a las once de la mañana tenían las camas hechas, todo colocadito y la fregona pasada. Hasta la piscina estaba reluciente, aunque para eso tienen un robot que hace el trabajo solo.
Preguntado por la atención que desde Zeppelin se presta a las redes sociales, a lo que los fans y detractores dicen del programa, a las críticas y peticiones, Álvaro nos comenta que, una vez más, la que encabeza la actitud positiva es Milá. Ella se lee todo, se pone al día con lo que gusta y lo que no y da feedback al equipo sobre la sensación general, proponiendo en base a estas opiniones. Obviamente, no todo lo que se dice se tiene en cuenta, bien por imposibilidad técnica, bien por sentido común, pero afirman tener siempre activada la escucha. ¡Hola Mercedes!
Por último, nos acompaña Floren Abad, director de la casa, el conocido como Super y, como se suele decir, curtido en mil batallas (GH, La casa de tu vida, Fama, Supermodelo…). Seguro que tiene mil y una responsabilidades, pero la que nos cuenta, la que vive con mayor intensidad es la de «consejero» de los concursantes, la de ser la voz al otro lado de la pared, esa persona con la que se desahogan cuando están tristes, enfadados o no pueden más y deciden marcharse.
Es tan importante el papel de esta persona como «elemento externo» a la realidad a veces claustrofóbica que viven, que en su descripción me recordó mucho a las relaciones que hoy en día se establecen por internet, esas relaciones que pueden ser tremendamente intensas con personas a las que no vemos jamás, con las que no compartimos amigos, experiencias, ni tan siquiera a veces tierra y que, sin embargo, se convierten en pilares fundamentales para mantener la cordura o acaban en enamoramientos desatados que a veces incluso terminan en boda. Tan parecida era la descripción que Floren nos hacía de su relación con los concursantes y como estos se vuelcan con «el super» cada año, que he llegado a preguntarle si alguna vez había sido objeto de enamoramiento por parte de alguno de ellos, pero me ha dicho que no ¿imagináis?
La manera en la que Floren ve el programa se parece mucho a las teorías sociológicas o psicológicas que a menudo estudian las implicaciones del formato en las personas que lo viven. Escucharle contar algunas de ellas, te hace ver las cosas de maneras que nunca te habías planteado y, cuando menos, te invita a ver el programa intentando descubrir cuántas de las personas allí dentro realmente están sintiendo esos cambios que se les presumen. Es cierto que vivir tres meses aislado de todo lo que conoces y sin ataduras ni bagage alguno te permite reinventarte y ser otra persona, probar como te iría con otra actitud o simplemente darte cuenta de que muchas de las cosas que consumen tu día a día son fruto del entorno y no específicamente de tu forma de ser. Para Floren, Gran Hermano es la oportunidad de reinventarse, de ver como sería tu vida en unas circunstancias distintas y muchas veces utilizar lo aprendido para cambiar tu realidad. Es una preciosa teoría que creo no todos los concursantes ponen en práctica, al menos no de forma intencionada. Es una preciosa teoría que desgraciadamente choca con la crueldad de exponer esa nueva vida a los ojos de millones de personas que te juzgan de forma injusta y sesgada, tanto cuando lo hacen críticamente como cuando te adoran.
Intentar resumir una visita como esta en un solo post es como intentar resumir la vida en la casa en una gala semanal, pero espero al menos haber transmitido la profesionalidad y el entusiasmo con el que se trabaja desde Zeppelin, donde luchan contra la rutina del formato mientras ellos mismos vencen su rutina como trabajadores del programa y se convierten en sus primeros fans.
Como todos sabréis, Gran Hermano ha sido desde el principio un formato muy criticado y no son pocos los que lo desprecian y lo ponen de ejemplo de la mal llamada telebasura. Para todos ellos, creo que alguien debería hacer un reportaje de cómo se vive la casa desde el otro lado de sus paredes, como se implican todos sus trabajadores y como disfrutan contándolo. Posiblemente no cambiarán la manera de pensar de la mayoría respecto al programa, pero seguro que empiezan a mirarlo de otra manera, con merecido respeto.
Para rematar la jornada, me han regalado un libro: Diez años en Gran Hermano. Diario de una guionista, escrito por Gilda Santana, una de las primeras personas que entró a formar parte del proyecto y que se ha animado a contarnos todos los detalles de una década de apuestas y cambios en televisión. Solo he podido hojear sus primeras páginas, pero creo que voy a devorarlo. El entusiasmo que destila el primer capítulo y el amor por un programa que ha cambiado la vida personal de muchos y la profesional de otros tantos es muy similar al que nos han transmitido los miembros de Zeppelin con los que hemos hablado esta mañana.
Para los más curiosos, he colgado un set de fotografías de la casa en mi página de Facebook.
Pocas veces comento, pero me ha encantado tanto cómo has escrito este artículo que no he podido evitarlo.