Interesante artículo en El País sobre como la televisión está emergiendo como retiro dorado de los actores de cine norteamericanos. Siempre he dicho que las series de televisión nada tienen que envidiar a las películas y que me parecía una excelente noticia que algunas de las caras más conocidas del celuloide estuvieran dando una oportunidad al medio, sin el complejo que hasta hace algunos años podía suponer participar de un sector considerado menor.
Sin embargo, este encumbrado arte del cine parece no tratar del todo bien a las grandes estrellas y, del mismo modo que nos quejamos de la falta de aprecio que tiene la experiencia en las empresas, donde las reducciones de personal parecen afectar siempre a los que más tiempo llevan, por algo tan elemental como un sueldo superior, no parece que el cine está haciéndolo mucho mejor y las grandes estrellas de la pantalla ven como los años se les echan encima más entre guiones que en sus propias y seguramente bien conservadas carnes. A excepción de grandes estrellas de la pantalla, como la incombustible Meryl Streep, que lo mismo canta y baila en Mamma Mía que se mete en la piel de una casi deshauciada Margaret Thatcher, pocas son las figuras que hablan bien de sus oportunidades en el cine una vez pasada cierta edad.
Hasta hace poco, el paso a la televisión de actores de cine consagrados se hacía inconcebible, por una parte por esa mala costumbre de considerarlo un género menor, que seguramente haya llevado a muchos a rechazar papeles de envergadura que les hubieran proporcionado mucho tiempo de impagable exposición, pero seguramente tampoco hayan faltado quienes, teniendo en mente a algunos de estos monstruos de la pantalla, ni siquiera se hayan atrevido a proponerles un papel en una serie por miedo a una respuesta desagradable o a una petición de salario imposible. Pero las cosas están cambiando y cada vez son más los que aceptan papeles en televisión, papeles que además suelen dar unos excelentes resultados y que vuelven a poner a estos actores en el sitio del que nunca debieron caer.
El último ejemplo, Dustin Hoffman en Luck, la nueva apuesta de HBO basada en el mundo de las carreras, una serie que solo ha emitido el piloto, pero que promete calidad y solidez como corresponde a la mayor parte de las producciones del sello, un piloto que no tiene nada que envidiar a las películas, con una escenografía, una construcción de los tiempos o una fotografía inmensas. Eso si, Luck es una serie difícil y densa, de cuyo piloto saldrás pensando que te has perdido la mitad de las cosas importantes por no saber nada del mundo de los caballos, razón que te conducirá a la pereza de enfrentarte a un segundo episodio o a las ganas de seguir adentrándote en este complicado mundo y aprender todo lo que tienes pendiente de la inestimable mano de Hoffman y Nick Nolte. Yo aún estoy pensando con cual de las dos opciones quedarme. Mientras tanto, seguiré pensando en la suerte que tenemos de poder ver a estos grandes actores en televisión y poder decir orgullosa que las series nada tienen que envidiar a una buena producción de cine.