Esta semana leía unas declaraciones de Marcelino Sexmero, portavoz nacional de una Asociación de Jueces y Magistrados. En ellas, se quejaba del juicio paralelo que, desde los medios, se hace sobre casos de especial relevancia, juicios en los que no se respeta la presunción de inocencia. Llama la atención especialmente sobre el caso de La Noria, en el que claramente patina, al tratarse precisamente este de un caso que ya está juzgado (al menos en lo que al dichoso menor se refiere, motivo fundamental que desató la polémica), por lo que ni por parte del programa ni de los espectadores, ha lugar a juicios paralelos.
Sin embargo, tiene razón este señor en que los medios tienen tendencia a señalar culpables y hacer juicios de valor que no les corresponden en casos especialmente mediáticos y tiene razón también en pedir responsabilidad a estos medios. No es lo mismo que entre nosotros estemos comentando un caso por juzgar, mostrando nuestra desaprobación por las acciones de los implicados o nuestras sospechas basadas en la información que se da o simplemente en el gesto de los protagonistas, que hacerlo desde el altavoz de una cadena de televisión, una tertulia radiofónica o una portada de un periódico. Y la línea que separa lo que es información de lo que es opinión cada día es más fina, especialmente cuando el coste de oportunidad de no comentar ciertas cosas puede ser muy alto, dejando a un medio como el único que no «se entera» de determinados detalles, cuando en realidad es el único que está respetando a rajatabla la ley.
En la carrera por ser el primero en informar, el primero en dar todos los detalles y el que más minutos dedica a temas de morbosa actualidad, los medios pierden muchas veces la perspectiva y se erigen en jueces de casos que no les corresponden. Presionar a testigos o implicados y lograr que confiesen es un «privilegio» que debería estar reservado a policías y abogados, pero últimamente lo hemos visto en televisión llevado a cabo por periodistas y colaboradores sin estudios relacionados.
¿Cómo evitar que ocurran estas cosas? Salvo prohibiendo explícitamente que se hable en los medios de asuntos que están por juzgar, a mí no se me ocurre ninguna y no sé hasta dónde se atenta aquí contra la libertad, no ya de expresión, sino de información. Es más, no son pocos los casos que gracias a su exposición en los medios han logrado pistas importantes para su resolución, bien porque alguno de los sospechosos ha sido reconocido en televisión por testigos que no sabían que tenían datos que aportar o por eso tan visto en las películas de utilizar a los propios medios para sembrar dudas y pistas de forma intencionada y no siempre real que lleven a los responsables a cometer errores.
En los tiempos que corren (madre mía, la cantidad de veces que he escrito este inicio de frase desde que empecé con el blog) las noticias corren como la pólvora entre particulares y algunas prohibiciones dejan de tener sentido. El caso más llamativo de estos últimos días ha sido un sondeo sobre las elecciones de este domingo en España publicado en Reino Unido y que, por ajustarse a la ley electoral que impide publicar sondeos en la última semana de campaña, no ha podido comentarse en los medios. Sin embargo, muchos hemos podido leer los resultados en nuestras diferentes ventanas de internet, llegando a la absurda situación en la que los particulares comentábamos una noticia ante la que los medios tenían que actuar como si no existiera o, si acaso, en plan Gila y su «alguien ha matado a alguien».
Tiempos modernos y de rápida circulación de la información en los que se hace muy difícil encontrar el balance entre ciertos derechos, especialmente cuando se habla de sentimientos y deseos de justicia ante actos deleznables. Cómo resolver algunas cuestiones resulta fácil a priori tan solo basándonos en la ley, pero hace falta quizá un acuerdo entre los medios para evitar que la no siempre sana competencia termine por pisotear los derechos de terceros en aras de un pretendido deseo de hacer justicia.