Una de las novedades en materia audiovisual que propone el Partido Popular para la próxima legislatura en la que se prevee tengan el poder, es la de eliminar la obligatoriedad que las cadenas privadas tienen de financiar el cine español. Una obligatoriedad contra la que las cadenas han luchado durante todos estos años y que, sin embargo, les ha proporcionado no pocas satisfacciones, no sé si económicas, pero sin duda a nivel de imagen.
Que una cadena de televisión privada esté obligada a financiar iniciativas también privadas (el cine no es un servicio público) me parece una idea que, no por extendida, es menos injusta. Que el cine español tenga que vivir de subvenciones porque no se sostiene por su cuenta también me parece una pena. Creo, sin embargo, que la obligación impuesta a las cadenas ha sido buena en tanto en cuanto ha forzado a los cineastas a adaptarse a las reglas de la audiencia, produciendo películas que interesen, que apetezca ver y que sean comerciales, creando una verdadera industria cinematográfica. Las películas de autor o las reivindicaciones políticas se han dejado a un lado para poner los pies sobre la tierra y caer en la cuenta de que el cine sin público no es sostenible.
Por otra parte, me gustaría pensar que las cadenas de televisión han visto en la industria cinematográfica una vía de inversión que les ayude en sus cuentas o en su imagen de marca, porque aparentemente y desde el punto de vista del espectador que no tiene acceso a los números, la relación ha funcionado, eso si, solo cuando las cadenas se plantaron y optaron por invertir en los proyectos que ellas mismas seleccionaban, negándose a simplemente aportar un 5% de su facturación a un fondo común gestionado por terceros. Si es así, no importará la derogación de la ley y las cadenas seguirán invirtiendo, en cuyo caso ganamos todos.
Algunos alegarán que precisamente es el cine minoritario el que preocupa, el que no encuentra financiación, ni posibilidad de salir de adelante, el que tiene un verdadero problema en la necesidad de ser rentable y el que, como tantos programas de televisión, está condenado a morir por culpa de la dichosa audiencia. Pues si, es posible, pero lo mismo ocurre con la literatura, que solo encuentra mecenas cuando tiene ciertas garantías de éxito, o la pintura y la escultura, que a duras penas logran un hueco en los hogares de la gente. A diferencia de estas artes, la cinematografía tiene en la red un espacio de exhibición con un gran potencial que, por el momento, se está desaprovechando, un potencial al que se tiende a dar la espalda y en el que pueden unirse muchos más ojos de los que nunca se juntarán en una sala al mismo tiempo.
Forzar las cosas no es buena idea, obligar a invertir en proyectos que por sí solos nunca saldrían adelante me parece un error. Pese a todo, creo que el resultado que ha dado esta ley ha sido bueno y que se ha sembrado una semilla que ha dado buenos frutos. Muchos pensarán que no han sido suficientes y que el sector sigue siendo muy pobre y poco rentable. Quizá deberíamos plantearnos entonces si se trata de algo tan sencillo como el tamaño del mercado y la necesidad de ajustarse a una determinada demanda. Como en todas las industrias, si el cliente no quiere nuestro producto o hay demasiada oferta, dedicarnos a subvencionar al que no sale adelante solo prolonga la agonía y evita que se desarrolle el ingenio. Cuando las subvenciones exigen cierto retorno, la cosa cambia y eso es lo que ha pasado en este caso. Ahora que se ha demostrado la necesidad de ser rentables, es el momento de dejar que el cine vuele solo, aunque en este caso parece que el único cambio será la fuente de las subvenciones, que recaerá sobre TVE y los presupuestos generales, pero eso es otro cantar.
También escribe sobre el tema Gonzalo Martín, quién por cierto hace un paralelismo entre Torrente y La Noria que no termino de entender. Veo por dónde vas Gonzalo, pero insisto en la eterna necesidad de diferenciar lo que es ficción y entretenimiento, de lo que es realidad e información, pero ese también es otro cantar.
Voy a explicar bien, entonces, por donde voy: no es una comparación entre ficción y entretenimiento con realidad e información. Sobre ese asunto, ya lo he explicado y a ello me remito a sabiendas de que no estaremos de acuerdo.
La comparación consiste en que Telecinco se ha encontrado con el vendaval «social» que ha sigo recogida por las marcas que se anuncian como una excelente excusa de lo que sea: aprovecharse de un sentimiento del público ahora que les dicen que tienen que escuchar al público para ser cool y modernas empresas que «escuchan», porque realmente sus gestores creen que esos son sus valores y quieren ser consecuentes, porque lo han hecho los demás y no vamos a ser menos ahora que nos han dicho que seamos sociales, porque telecinco nos ha puteado con las tarifas y todo esto nos viene de perlas para sacarle la lengua… etc.
Ese vendaval social, racional o no, correcto o incorrecto, le puede funcionar igual a un Torrente que ha sido fácilmente cuestionado como «no cultura» y no merecedor de mi dinero. Después de todo, es de los pocos cines locales que dan dinero.. ergo, si alta cultura no es y da dinero ¿por qué lo pago? Antena3 ha sido el último productor televisivo y lo mismo está encantado de entrar a quedarse los derechos haya o no haya RTVE. ¿Pero y si en el otro lado le dan más?
Y vendaval social es, también, lo que digo en el post: que si lo pagamos todos todo (y que no me digan lo del porcentaje total, que son derechos, etc. porque me tomo en privado una cerveza con el que me lo diga y echamos las cuentas) puede que alguien haga lo mismo: si las pago yo, me las descargo yo.
Y ese es el sentido de la comparación. En lo otro, pues con todos sus grises, como he dicho, está explicado allá: para el que le aburra la sábana que lea sólo el último párrafo.