La pasada semana se estrenó Grimm, otra serie de televisión americana basada en cuentos infantiles que demuestra cómo todo parece estar inventado ya y que, a veces, las ideas más o menos originales se desarrollan al mismo tiempo en varios sitios, convirtiendo una baza a tu favor, como es la novedad, en algo aparentemente repetitivo. Esto puede no ser malo del todo, pues el hecho de que esta temporada se hayan estrenado dos series del mismo corte fantastico traspasado al mundo real y moderno, lejos de ser un problema, creo que se ha convertido en una ventaja, proporcionando doble cobertura mediática a ambas producciones y haciendo inevitable la curiosidad por ver sus similitudes y diferencias.
Así, después de ver el estreno de Once Upon a Time, del que ya comenté aquí mis impresiones, no quedaba más remedio que darle una oportunidad a Grimm, sobre todo tras las buenas sensaciones provocadas por la primera. Y el resultado parece claro: me quedo con Jennifer Morrison, Blancanieves y su Príncipe Encantador y el resto de la ‘troupe’. Aunque es probable que siga viendo algún episodio más de Grimm, lo cierto es que ambas series nada tienen que ver entre si, más allá de esa referencia constante a los cuentos infantiles que, cada vez más, se ven desterrados de los hogares con niños pequeños por nuevas historias más solidarias, menos machistas y adaptadas a la sociedad en que vivimos, provocando un desconocimiento de algunos códigos de comunicación que pueden hacer de esta generación la última capaz de relacionarse con una serie de estas características y entenderla en toda su extensión.
Grimm es una serie de policías, un procedimental, esa palabra que hemos incorporado del lenguaje televisivo y que define de un plumazo la estructura a la que nos enfrentamos. En este caso, cada episodio investigado tiene como trasfondo una conocida historia infantil, en esta primera entrega se trataba de una Caperucita reconocida apenas en la chaqueta roja que vestía y el segundo episodio anuncia la presencia de Ricitos de Oro. Para crear el arco argumental que estará presente durante la temporada completa, nos ofrecen la historia fantástica de uno de los protagonistas, que empieza a ser consciente solo ahora de sus orígenes ligados a lo sobrenatural y sus sentidos hiperdesarrollados, de su papel de víctima de una persecución de siglos y de su necesario enfrentamiento a lo desconocido en una especie de Buffy policial que poco tiene que ver con las tradicionales historias para niños.
Si en Once Upon a Time los distintos cuentos y personajes fluyen y se entrelazan con absoluta naturalidad de la misma manera que lo hacen los dos espacios y tiempos en que transcurre la trama, en Grimm esto no ocurre y cada episodio tendrá unas referencias únicas y concretas a cada uno de los cuentos en que se base. Es una propuesta bien distinta, igualmente válida pero sin duda mucho menos atractiva y más sencilla… y aquí no queremos cosas sencillas, yo pido riesgo y originalidad, pido sorpresa y dificultad, algo que la NBC no parece aportar con esta historia. Como procedimental pseudofantástico, puede estar bien, pero nada que ver con su compañera de inspiración, son dos productos completamente diferentes y hasta aquí llegan las comparaciones.
Solo salvaría al «lobo» Silas Weir Mitchell, la pareja protagonista me parece sosa, y esperaba algo menos procedimental.