OJO: Spoilers. Si no has terminado de ver la última temporada de Nurse Jackie, puede que no quieras seguir leyendo esta entrada.
Me gusta Nurse Jackie, la serie, me encanta que se hayan atrevido con un drama en formato ‘sit-com’, aunque en ocasiones el universo Jackie sea tan absurdo e hilarante como la mejor de las comedias. Me gusta la interpretación de Eddie Falco y su personaje protagonista y me parece que los secundarios en esta serie son, una vez más, prueba evidente de la gran importancia que tiene estar bien rodeado para que un papel estelar luzca reluciente en cada escena.
Todos los secundarios aquí son fabulosos, no sabría elegir solo uno, desde la autoritaria pero comprensiva jefa del hospital, hasta el amoroso marido, pasando por el amante despechado, el médico presumido, la enfermera de mentalidad preadolescente o la mejor amiga que todos querríamos tener. Todos y cada uno de ellos tienen una personalidad tremendamente intensa que, sin embargo, logra encajar perfectamente con el resto de intensas personalidades con las que comparten cada escena, algo nada sencillo de conseguir y parte esencial del buen ritmo de cada episodio.
Sin embargo, empieza a resultarme incómodo ver la serie y el final de la tercera temporada me ha resultado terriblemente desagradable. En un principio Jackie era un personaje con el que me resultaba bastante sencillo simpatizar: su prioridad eran los pacientes, se saltaba las reglas constantemente pero solo para resolver conflictos en favor de quién realmente merecía que las reglas fueran saltadas y, aunque abusaba de los analgésicos, era fácil comprender que en una estresante ocupación como la suya, fuera necesario un paracetamol de más de vez en cuando. Que además engañara a su marido con un compañero de trabajo que no tiene ni idea de que está casada y es madre de dos hijas, entraba dentro de la categoría «vamos a ver si su marido es un capullo que merece algo así».
Pero luego resultó que, aún siendo una buena enfermera, el resto de la personalidad de Jackie se fue pudriendo: descubrimos que la mentira formaba parte de su forma de ser en todos los ámbitos, que no solo se saltaba las normas en su trabajo por el bien de sus pacientes, sino que además se saltaba las del más elemental respeto a quienes la quieren, por su propia personalidad egoísta y que era un adicta total a los analgésicos, una adicta que en estados de desesperación es capaz de vender a cualquiera. Por si esto fuera poco, su marido resulta ser un encanto y, aunque no tengo claro como funcionará ese bar en el que casi nunca parece estar, capaz de hacer cualquier cosa por mantener a su familia y proveer a sus hijas, lo que viene siendo el marido perfecto.
Esta tercera temporada ha ido construyéndose en base al inminente descubrimiento de los engaños de Jackie, tanto en lo concerniente a su adicción y su consecuente suspensión como enfermera, como en su matrimonio, un cataclismo a punto de desmoronar toda su vida y que de pronto, en el último episodio, en la última escena casi, desaparece con la destrucción de la prueba de orina que la puede dejar sin trabajo y la confesión de una infidelidad por parte del marido que nos deja a todos desolados. Y encima, la reacción de ella, lejos de ser comprensiva y aprovechar el momento para confesar su parte, algo que podría haber sido liberador y podría haberle permitido empezar de nuevo, limpia en al menos una parte de su complicada vida, no es otra que echarle de casa y hacerle sentir culpable de haber roto su matrimonio. Solo se me ocurre un adjetivo para describirlo: desagradable.
Con todo lo que el personaje tiene que ocultar, con todo lo que su familia y amigos han hecho por ella, con todos los motivos que este hombre puede tener para sentirse abandonado, despreciado, no respetado, aún va ella y le humilla más. Si hacía tiempo que no me caía muy bien, con esta vuelta de tuerca inesperada han conseguido que me caiga realmente mal y esté deseando que su vida se desmorone por fin y por completo en la cuarta temporada.
Esta es la grandeza de una buena serie de televisión, el ser capaz de provocar sentimientos tremendamente humanos y tremendamente reales en los espectadores, lo mismo sea una buena llorada con un personaje al que adoras, una carcajada con algún gag del más cómico de los personajes o un profundo odio y desprecio por un protagonista al que alguna vez entendiste y apreciaste y que se ha ido volviendo despreciable con el paso del tiempo. A veces, uno tiene que pararse a pensar y decirse eso de «es ficción» para quitarse la mala leche del cuerpo al terminar una serie ¡malditos guionistas que bien lo hacen!
Suscribo palabra por palabra. Al menos, si la odiamos, es que nos quedan sentimientos por ella JAJAJA Al fin y al cabo, nos quedan muchos personajes «queribles», como Zooey, O’Hara o Akalitus