Ayer se estrenaba en Antena 3 El Jefe, programa reality importado de EE.UU. en el que un directivo de una empresa española se infiltra entre sus empleados para estudiar el funcionamiento de la empresa desde abajo y conocer mejor a sus trabajadores, sus problemas y sus capacidades. Para justificar la presencia de las cámaras, se les cuenta que se está grabando un documental sobre las dificultades de acceder al mercado laboral cuando eres un parado de larga duración.
Lo primero que llama la atención del programa es la falta de naturaliad de sus protagonistas. Es lógico pensar que frente a una cámara, aunque no sepan exactamente de qué se trata, la gente se comporte de modo distinto a como harían sin estar «vigilados», pero eso va en detrimento de la credibilidad del programa y no me termina de convencer. Lógicamente, la utilización de cámaras ocultas en este tipo de programa favorecería la naturalidad de lo que allí se ve, pero estéticamente no sería tan lucido y se entiende que hayan decidido sacrificar una cosa por otra.
En cierto modo el programa, aunque flojo, tiene valor documental y supone una cierta denuncia social. Ver a peones de obra con una preparación mucho mayor a la necesaria para el puesto que ejercen, a otros que hablan cinco idiomas y están pico y pala en la construcción es tremendo y muestra las dificultades que muchos atraviesan para mantener sus familias, sus hipotecas, su vida.
Los directivos de las empresas, como los políticos, viven muchas veces ajenos a los problemas personales de aquellos a los que dirigen o gobiernan y programas como este pueden servir para eliminar esa distancia entre unos y otros, ayudando a tomar decisiones más humanas. Si eres un directivo sensible y comprometido con tus trabajadores es, sin duda, un muy mal trago, estén las cámaras de televisión delante, seas un infiltrado o no. Un programa así puede cambiarte la forma de trabajar o convencerte de que lo mejor es estar aislado para poder tomar las decisiones correctas y necesarias para el bien general de la empresa.
El momento en el que el jefe infiltrado da la cara frente a sus trabajadores para comentarles que les ha «engañado» durante unos días es uno de los puntos álgidos del programa, pero tampoco consiguen darle la tensión necesaria. Aunque en este caso todo acaba bien y la empresa paraliza el ERE que tenía planteado en un principio, el espectador amable estará satisfecho de ver como cambian algunas de estas vidas para bien, pero el espectador crítico, el que va más allá y busca el espectáculo televisivo, se quedará seguramente insatisfecho porque al programa le faltan muchas cosas, la más importante: un poco de mala leche. En muchas empresas hay un empleado cabrón, un trepa, uno que no ayuda a los compañeros y sin el cual el ambiente laboral sería mucho más sano y ese es el que da juego televisivamente, del mismo modo que el infiltrado debería preguntar por la forma de gestión de la empresa, por la imagen que los trabajadores tienen de sus jefes, entendiendo qué cosas deben mejorar y como les ven sus empleados, generando impagables momentos televisivos.
Si se trata de vender la buena imagen de los trabajadores españoles, imagen que merecen en su gran mayoría, el programa es un éxito pero, insisto, falta un villano, un buen villano, para que el programa termine de arrancar.
Y no solo eso, ver que en el programa no se echa a nadie y meses después como dice el cartel final del programa echaron a 24 trabajadores deja la cosa un poco en bluff. Además para ser infiltrado debe ser realmente infiltrado y no estar 5 días y cada día en una cosa diferente. Este programa con un infiltrado real, aunque se viera fatal la imagen sería un boom. Porque lo que vimos no es lo real, y no es lo mismo tener que enseñar a un tio un día, que saber que va ser tu compañero para largo por ejemplo.